Doomscrolling, salud mental o hartazgo de época. Ernesto Kreimerman
08.09.2025
Vivimos un tiempo de cambios precipitados para los cuales no estábamos preparados, ya sea por negligencia o improvisación. Si se quiere, podemos también tercerizar la responsabilidad: tampoco lo han hecho quienes deberían cuidar de la regulación de los mercados y de la salud pública. Algo de aquello que escribió Serrat resuena aquí: "Llegamos siempre tarde, donde nunca pasa nada".
Existe -y también es cierto- una cuota de cansancio real, y otra "virtual", cada vez que debemos ocuparnos de algo cuyo desarrollo es incierto. Hay documentos reflexivos, pero no de toma de decisión. Así, nadie se equivoca, pero se guarda un silencio cerrado. Quizás la sola voluntad produce el espejismo de que es suficiente, pero los hechos son porfiados y regresan... o mejor dicho, continúan.
Los especialistas dan por probado que las horas nocturnas frente a la pantalla de notebooks, tablets y smartphones constituyen una combinación nefasta para lograr un sueño reparador. Incluso generan efectos indeseados: por ejemplo, quedarse dormido con los lentes puestos o los auriculares encendidos.
Cada persona ha desarrollado sus propias estrategias para dormir mejor. Algunos optan por apagar o programar la suspensión de notificaciones. Otros, por reducir las aplicaciones de redes sociales en sus celulares. También hay quienes culpan a la cafeína y, por ello, reducen su consumo. Otros señalan al mate, aunque, para mis manías, este último no es negociable.
Sin embargo, con el paso del tiempo me fui convenciendo cada vez más de que la cuestión tiene raíces más profundas: la inestabilidad, la incertidumbre y las malas noticias.
No es nuestra culpa
Hace ya algún tiempo, Anne McLaughlin, psicóloga y docente de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, escribió algo casi liberador: "No es tu culpa caer en el doomscrolling". ¿En qué? En el "arte" de navegar por internet siguiendo el hilo de las malas noticias.
En otras palabras, el doomscrolling es el acto de pasar demasiado tiempo leyendo noticias negativas en línea, especialmente en redes sociales. Ya desde el inicio del COVID-19, surgieron voces que alertaban sobre este comportamiento, que provoca un aumento de los sentimientos de ansiedad y depresión.
Durante la pandemia, los expertos en salud mental advirtieron que la exposición constante a noticias relacionadas con el virus, el temor al contagio, la soledad de las internaciones y la muerte en aislamiento generaron una carga emocional desacostumbrada, profundamente angustiante. Si a eso le sumamos la inestabilidad laboral y económica derivada de las restricciones, el resultado fue una merma notable en la calidad de vida, especialmente en lo que respecta a la salud mental.
En la Harvard Health Publishing, publicada el 1 de septiembre pasado, se advierte sobre los peligros del doomscrolling. En un artículo firmado por Maureen Salamon, directora ejecutiva de Harvard Women's Health Watch, se concluye que "consumir constantemente noticias angustiosas puede afectar nuestra salud. Hay que aprender cómo proteger nuestro bienestar".
La autora señala que "el fenómeno del doomscrolling -una de las palabras del año del Oxford English Dictionary en 2020- cobró relevancia durante la pandemia, cuando nuestras vidas trastornadas nos empujaron a rastrear implacablemente las últimas víctimas del COVID. Pero más de cuatro años después, seguimos inmersos en un profundo malestar social, político y económico. El doomscrolling ha surgido como una amenaza insidiosa para nuestras mentes y cuerpos", afirman los expertos de Harvard.
A la crisis sanitaria le siguió una etapa de alta inestabilidad política (especialmente en los Estados Unidos) y también económica. "Ha sido un ataque tras otro", sostiene la Dra. Aditi Nerurkar, profesora en la División de Salud Global y Medicina Social de la Facultad de Medicina de Harvard. Argumenta que "nuestros cerebros y cuerpos están diseñados para manejar breves ráfagas de estrés. Pero en los últimos años, ese estrés simplemente no parece tener fin. El doomscrolling es nuestra respuesta a eso".
Desde el punto de vista médico, este comportamiento tiene sus raíces en el sistema límbico del cerebro -a menudo llamado "cerebro reptiliano"-, que promueve la autopreservación e impulsa la respuesta de lucha o huida. El estrés activa este impulso primario: nos volvemos hipervigilantes, como si fuésemos radares escaneando el peligro. "Cuanto más te desplazas -scrolling-, más sientes que necesitas seguir haciéndolo".
Tecnología adictiva
Sun Joo Ahn, experta en juegos y entornos virtuales, explica que "es probable que las personas no estén buscando recibir noticias desalentadoras; simplemente están tratando de recopilar información. Desafortunadamente, mucha de esa información hoy es negativa, y estamos motivados a prestarle más atención -y recordarla por más tiempo- porque tiene un vínculo directo con nuestra supervivencia", especialmente en tiempos de tensión.
Los medios digitales, consciente o intuitivamente, han percibido esta situación. El contenido se diseña para detonar hiperexcitación, apelando a emociones intensas como el miedo o la indignación, dos reacciones instintivas ligadas a la supervivencia personal y social.
Y en este camino aparecen otras preguntas: ¿cuántas de estas estrategias están integradas en esa vasta categoría llamada "inteligencia artificial"? ¿Hasta qué punto se nos manipula para captar nuestras reacciones casi automáticas y alimentar sistemas de predicción -algoritmos- que, basándose en nuestros desplazamientos anteriores, apuestan a repetir el estímulo con el propósito de obtener las mismas respuestas?
Las redes sociales perpetúan el doomscrolling al utilizar algoritmos diseñados para maximizar la participación del usuario, prisionero de una invisible red de antecedentes. Esos algoritmos priorizan contenido emocionalmente estimulante, donde la incertidumbre conecta con las noticias negativas o con titulares inesperados que nos mantienen desplazándonos por un "rollo infinito" de novedades.
Los modelos comerciales de la mayoría de las plataformas de redes sociales se sostienen gracias a la participación constante de los usuarios: frecuencia de visitas, tiempo de permanencia, clics, etc. Esto se traduce en publicidad dirigida, basada en los patrones de comportamiento de cada uno. El impacto negativo del doomscrolling sobre la salud mental está en el centro del problema. También lo está la ética de unas redes sociales que se benefician de esta dinámica, incluso cuando los usuarios se encuentran en una posición de casi total indefensión.
Una cuestión de salud pública
Es hora de comenzar a hablar seriamente sobre estas cuestiones y de exigir conductas éticas. No se trata sólo de salud mental. Es una cuestión de democracia, en el sentido más amplio. De credibilidad de los medios, y de responsabilidad en las políticas de salud pública.
(*) Publicado originalmente en El Telégrafo, 07/09/2025. Reproducido con autorización expresa del autor.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias