Edadismo: en Uruguay también (2). Homero Bagnulo, Carlos Vivas
02.12.2025
El edadismo, un fenómeno de arraigo global, no es solo una etiqueta social, sino una forma de discriminación con consecuencias severas para la salud y el bienestar del adulto mayor. Este prejuicio opera en múltiples niveles y es la causa de una crisis social reconocida por organizaciones internacionales.
La discriminación por edad tiene un impacto sistémico, ya que perpetúa microagresiones hacia las personas mayores y genera sobrecostos en el gasto sanitario. Más allá de ser un tema de café, el edadismo es un potente determinante social de la salud. Esto se vuelve especialmente crítico con el auto-edadismo, es decir, cuando las propias personas mayores sostienen una percepción negativa sobre su envejecimiento. En este grupo se ha comprobado una disminución en la esperanza de vida, intrínsecamente ligada al deterioro de la salud mental y física.
Una de las manifestaciones más comunes del edadismo se da en la comunicación, destacando el lenguaje paternalista. Su uso, a menudo acompañado de gestos condescendientes, infantiliza al adulto mayor, asumiendo una supuesta falta de competencia en el destinatario. Este lenguaje se caracteriza por el uso de un vocabulario simplificado, el empleo abusivo de diminutivos ("abuelito," "viejito") o términos cariñosos inapropiados ("mi amor," "cariño") en lugar de llamar a la persona por su nombre. Esta práctica reduce a la persona a una categoría genérica de "anciano", negando su individualidad y su trayectoria vital. Si bien este lenguaje infantilizador tiene consecuencias negativas en la vida cotidiana, es en el entorno asistencial donde sus fallas adquieren mayor relevancia.
El sistema de salud, el entorno donde el adulto mayor debería encontrar el máximo apoyo, es a menudo un caldo de cultivo para la infantilización, lo que afecta la calidad de la atención desde la formación del personal hasta la toma de decisiones clínicas.
Aunque los profesionales son conscientes de las diferencias entre atender a un niño y a un adulto de 40 años, la mayoría ignora la brecha similar que existe entre las necesidades médicas de una persona de 40 y otra de 80 o 90 años. La falta de formación en geriatría impide que muchos desarrollen la conciencia necesaria sobre los aspectos clínicos, sociales y comunicativos específicos que requiere el abordaje de las personas mayores.
Esta brecha de conocimiento se traduce en sesgos clínicos con consecuencias directas en el bienestar del paciente. Durante la pandemia de COVID-19, el edadismo se evidenció en las inequidades en la prestación de atención médica, llegando a influir en la aceptación en unidades de cuidados críticos, lo cual motivó serias disputas éticas.
Al no individualizar el tratamiento, los médicos tienden a basar las intervenciones en la edad cronológica, sin tener en cuenta el índice de fragilidad. Este índice es un modelo multidimensional que conceptualiza la fragilidad como un estado de vulnerabilidad incrementada que resulta del deterioro o la acumulación de problemas de salud relacionados con la edad en múltiples sistemas fisiológicos. A través del cálculo de este índice se puede evaluar la tolerancia al tratamiento y las posibilidades de sobrevida de un paciente en particular. Desconocer la fragilidad puede llevar a dos errores graves: limitar injustificadamente los cuidados y asignar de forma incorrecta los signos clínicos de una enfermedad al proceso normal del envejecimiento.
La relación entre personal sanitario y paciente es asimétrica. Cuando esta dinámica se combina con el estereotipo edadista, el encuentro comunicativo se deteriora. La situación empeora cuando la interacción se enfoca en las tareas (dar instrucciones) en lugar de orientarse a las necesidades y valores del paciente. En este contexto, el uso de un lenguaje infantilizador dificulta la comprensión y, por ende, la adherencia al tratamiento de las personas mayores. En un análisis más profundo de esta modalidad comunicacional se destaca que la lentitud extrema de la voz y la entonación exagerada afectan negativamente la capacidad del adulto mayor para concentrarse y retener la información esencial. Si el paciente no comprende o retiene las instrucciones, la calidad de la atención y la evolución clínica se comprometen, demostrando que la comunicación de calidad es esencial para el éxito terapéutico.
El paternalismo es una manifestación clave de la infantilización que limita la participación del paciente en la toma de decisiones sobre su salud. Las actitudes edadistas en la asistencia incluyen el empleo de lenguaje condescendiente, referirse al paciente como si fuera un objeto (actitud frecuente cuando los profesionales interactúan con personas con deterioro cognitivo), desvalorización de las dudas que plantea el paciente, interrupción frecuente de su relato, y no permitir que el paciente decida si desea o no determinados tratamientos. Todas estas conductas disminuyen la dignidad y la identidad del adulto.
Para contrarrestar esta dinámica, el enfoque debe cambiar hacia el uso de un lenguaje capacitador, que reconozca la subjetividad y la capacidad del paciente para participar activamente en su propio cuidado. La piedra angular de una atención digna es un cambio de perspectiva del personal sanitario que priorice a la persona, su bienestar emocional y su comprensión. Para ello, el profesional debe dar importancia a toda duda que el paciente plantee, evitando menospreciar sus preocupaciones o atribuirlas a priori al envejecimiento. Es imprescindible emplear un lenguaje verbal y gestual respetuoso, e intentar facilitar la comunicación en casos de deterioro cognitivo.
Para lograr estos objetivos, son necesarios cambios tanto en la formación del personal como en la organización sanitaria. La inversión en formación geriátrica es indispensable. Mejorar la formación teórica y práctica es el camino más efectivo para combatir el edadismo clínico. Además, es crucial crear conciencia sobre la disparidad de atención y brindar capacitación en la competencia cultural y para el reconocimiento de sesgos cognitivos. Por su parte, la organización, el diseño asistencial debe brindar los tiempos de atención y apoyo a la formación necesarios. Esto facilitará que el paciente reciba el tratamiento más adecuado, evitando tanto la limitación de cuidados necesarios.
La comunicación de calidad en la atención al adulto mayor no es una opción, sino un componente imprescindible para el éxito clínico. La erradicación de la infantilización y de todas las formas de edadismo exige una transformación cultural profunda que trascienda la corrección del lenguaje. Esto requiere un cambio de visión que reconozca el envejecimiento como una etapa de alta complejidad, y exija conocimiento especializado, respeto incondicional por la autonomía, y una mirada de la persona que va más allá de su edad o nivel de dependencia. Es, en definitiva, un imperativo ético y un requisito para la mejora global de los sistemas de salud.
Referencias
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Rockwood, K, Mitnitski A. (2007). Frailty defined by deficit accumulation and geriatric medicine. Gerontology, 53(3), 118-126.
Dres. Homero Bagnulo; Carlos Vivas