El cambio de paradigmas. Rúben H. Díaz

05.07.2025

Cuando cayó el muro de Berlin, tan solo dos años después, Fukuyama escribió el libro de la victoria. Lo titulo "El fin de la historia". La vida no tiene un destino. Nunca llegamos. El paraíso es un invento del hombre. La existencia es solo una oportunidad de sobrevivir.

Cuando más evolucionamos, más complejo es sobrevivir. Eso lo van a sentir y sufrir nuestros descendientes. Vamos a salir al Espacio porque no hay más remedio, muy pronto, y tendremos muchos más desafíos que ahora.

Omhae y Huntington a principios de la década de los noventa dieron el alerta. El primero prediciendo el fin del Estado Nación. El otro anunciando la agresión que la sociedad global iba a tener a través del mundo islámico. Ambos acertaron. Recién ahora lo comprendemos. Y lo padecemos.

Todo era éxito y algarabía. Se había terminado el comunismo. Cincuenta años antes también el nazismo. Por fin ganábamos los buenos. Tuvimos razón. A partir de la caída del muro de Berlín la humanidad vivió los cuarenta o cincuenta años más felices de su existencia. Ni lo valoramos ni nos dimos cuenta. La democracia, el boom de desarrollo científico, y el capitalismo hicieron el milagro. Por ponerle fecha a los procesos históricos, estoy hablando desde la caída del muro de Berlín a la pandemia del Covid.

El confort y la mejora de la calidad de vida no se asume. Ni se valora. Pasa a ser conceptualmente un derecho. Un derecho que se puede exigir. Fuimos más pacíficos. Tuvimos bajas en los índices de pobreza como nunca habían existido en la vida de la sociedad. El confort y el consumo llego a extremos jamás vistos. Extendimos nuestras vidas. Nada nos alcanzó.

En el camino destruimos, sin darnos cuenta, al régimen institucional, la organización de la sociedad, que nos permitió llegar a esa situación. La democracia representativa y la modernidad. Pero que no estaba pensado para la sociedad que se fue creando a partir de allí, naturalmente. Con las nuevas tecnologías tenemos una información permanente, que nos invade, y termina con el espacio tan necesario de la lectura, reflexión e introspección. Limita la libertad porque nos quita la intimidad. No hay nada o casi nada, que no se sepa o se intuya en las redes sociales. Son despiadadas con nosotros mismos, desnudando las imperfecciones y los defectos. Las virtudes casi no se tienen en cuenta, no son relevantes.

De cuadruplicar la población en setenta años, con todo lo que eso supone, pasamos a una meseta que va a terminar con el crecimiento demográfico.  Iniciamos un proceso de baja del mismo. Les dimos a las mujeres iguales derechos, o desarrollamos un agresivo proceso en ese sentido que por supuesto no ha concluido aún, pero ya termina con la familia. Las mujeres  no quieren procrear. O quieren procrear poco y luego de los treinta años. La mayoría de los niños no crecen en los países con mayor desarrollo en hogares con padre y madre. La unidad social ahora es el sujeto. Eso implica una dosis de libertad nunca antes conocida, y en la misma medida, como contracara, la soledad rodeada de gente. Como descubrió Ulrich Beck. Porque ahora la sociedad es urbana. Los humanos siempre quisimos vivir en  ciudades, nunca en el campo, eso es desde el momento que conocimos el fuego y la escritura. Ese largo proceso concluye y es irreparable.

En poco tiempo vamos a dejar de tener problemas ambientales. Estaremos en condiciones de modificar el clima y la vida del planeta. Ese proceso no lo vamos a conducir con criterio restaurador, no como creen los ambientalistas, sino de acuerdo a lo que nos satisfaga y convenga. Nuestra naturaleza e instintos nos condicionan en ese sentido. Eso nos lo enseño hace cierto tiempo Darwin, pero no lo percibimos con claridad ni reflexionamos como correspondía.

Todo esto creo una contradicción tan peligrosa como insostenible. La revolución y la protesta no se hacen para mejorar, sino para volver al pasado. Eso destroza la institucionalidad. Tenemos guerras entre estados. Es más, son las únicas guerras. En el momento que el estado nación inexorablemente va a desaparecer. Las grandes potencias destruyen la libertad de Comercio. En vez de impulsarlo, pelean por los aranceles. Los síntomas son claros, pero no los conceptualizamos. La libertad del individuo no va a estar vinculada a un derecho que otorga el Estado, sino a la autonomía que nos da el conocimiento y la capacidad de adaptarnos a los cambios.

Estamos en un tiempo que el prestigio es lo científico. Los grandes pensadores son físicos o matemáticos. Ellos hoy no nos dan certezas, sino cuántica e incertidumbres. Por ahora vienen descubriendo que las partes del átomo tienen reacciones imprevistas y que no responden a patrones de conducta.  Nada es más desprestigiante que ser político. Es mucho más fácil conseguir un crédito bancario a un científico o un comerciante que a un político. Sino vayan no a pedir plata, a abrir solo una cuenta, y observaran que las instituciones de crédito se preocupan porque el nuevo cliente no sea político ni narcotraficante. El poder se encuentra en la ciencia y el conocimiento. No en el voto, los partidos políticos y los parlamentos. Con esto no hago un juicio de valor. Señalo hechos.

La sociedad global formalmente es gobernada por tres líderes disruptivos y retrógrados. Trump, Jimp y Putin. Estamos solos con nuestro instinto de sobrevivencia. Al menos este modesto ciudadano cree que nos va a ir muy bien. Nunca tuvimos tantos instrumentos para sobrevivir y mejorar nuestra especie. La situación es muy complicada, pero la vida y los hechos nos permitirán salir adelante. Sostengo que si alguna vez se termina el mundo, será en plena prosperidad. Como consecuencia de la aplicación equivocada y despiadada de las tecnologías más sofisticadas. No va a ocurrir.

Claro que queda mucho por decir. No se agota en un artículo por cierto.  

 

Rúben H. Dìaz

Columnistas
2025-07-05T20:06:00

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