El carnaval (primera parte). Marcelo Marchese
04.07.2025
En sus orígenes las religiones estaban asociadas a la magia, en el entendido de que lo similar llama a lo similar, y que aquello que estuvo unido, una vez separado, mantiene una unión invisible.
El hombre, a través de rituales, participaba del ritmo cósmico de la vida y la muerte. No convocaba al verano tras el invierno, sino que participaba como un elemento de la Naturaleza en el cambio de ciclo.
Con el surgimiento de los monoteísmos, aquellos rituales mágicos, y en sí, la magia, fue desterrada como práctica oficial, pero no pudo ser desterrada del corazón del hombre, ya que una oración nos recuerda el poder mágico de las palabras, el persignarse es repeler malos espíritus cruzando energías, y una medalla de la virgen nos recuerdan el poder del talismán.
Aquellos rituales milenarios, degradados por la civilización, permanecen.
EN UN PRINCIPIO FUE LA MAGIAto más nos alejamos del origen, más nos cuesta entender el origen, y por esa razón, en el análisis freudiano, cuanto más cerca esté el paciente del origen, más fácil le será desenredar la trama.
Es sabido que la historia es una narrativa pues la memoria está en movimiento. Si el tiempo no fuera una concepción, no habría posibilidad de cura. Dostoievski anticipa esta idea en "Los demonios", donde dice que el tiempo se extinguirá en la mente del hombre, y antes, Blake dice que "el reloj cuenta las horas de la necesidad, pero ningún reloj puede contar las horas de la sabiduría", y previo a Blake, San Agustín afirma que Dios está fuera del tiempo, ya que el tiempo hace a las cosas mudables y Dios no puede mudar. Dios, al crear el mundo, creó el tiempo, pero Dios vive fuera del tiempo. El tiempo nos afecta a nosotros, que nacemos, pensamos y morimos en el tiempo.
Sentimos tan lejos del hombre primitivo que dio origen al carnaval, que sólo tras un enorme esfuerzo podemos aproximarnos, y ese enorme esfuerzo exige desterrar las concepciones que nos han impuesto, las concepciones que necesitamos creer acerca de la prehistoria.
Entre los lingüistas prepondera la idea de la arbitrariedad del signo: decimos tal palabra porque se nos ha dicho que tiene tal significado, sin embargo, para el salvaje, el que vive en la Amazonia o el de Altamira, la palabra es la esencia de la cosa.
Esa concepción no ha muerto, ya que entre nosotros hay quienes sienten la palabra como cosa natural, y a esas personas sensibles las hemos llamado "poetas".
Si para el salvaje la palabra es la esencia de la cosa, entonces existe unidad en el Universo, y el mismo nombre Universo lo comprueba, "Uni", "Verso", Un sólo verso, como si el Universo se desplegara a medida que alguien lo contara. El salvaje sabe que el hombre hace el mundo con palabras.
Si la palabra es la esencia de la cosa, entonces, con palabras el mago domina las cosas, ya que ha encontrado la unión invisible de las cosas. Jehová no revela su nombre al hechicero egipcio pues si lo hace será dominado y responde "Soy el que soy", y según Borges, "Soy el que seré".
Se debe conocer el verdadero nombre del espíritu para convocarlo, se debe inspirar y expirar el aire de manera precisa, se debe usar un ritmo adecuado a la hora de bendecir y maldecir y se deben recordar los nombres de las puertas en la ultratumba: "Ábrete sésamo". Al nacer, se le asigna al niño un nombre secreto, ya que nombre es Destino.
Esta unión invisible del Todo, lleva a que si está por nacer una criatura, se desaten los nudos, si se precisa lluvia, al cielo se arroje agua, si se quiere extirpar un mal, se haga un muñeco de cera de abeja con la forma del enfermo y a esa imagen y semejanza del enfermo se le extirpará el mal, ya que lo similar llama a lo similar. Esta unión invisible del Todo lleva a que si separamos una cosa de otra, mantendrá la unión, así que conviene revestir la canoa con piel de foca, y conviene tener cuidado con las uñas y el pelo cortados, no sea cosa que lleguen a manos de un brujo enemigo.
Es la visión mágica de la vida la que dio origen al carnaval, lo que lleva a que hoy, cuando lo celebramos, sin saberlo, participamos de un ritual mágico.
LA SERPIENTE
En variadas mitologías sobre el origen del mundo aparece la serpiente. La serpiente es la vida y la muerte, ya que la mordedura de la serpiente transforma, pues nos mata, lo que nos lleva a otra forma de vida, y su veneno, en una dosis precisa, cura. La serpiente es la vida, por lo que es el sexo, y la serpiente es la muerte que a todos llegará, una muerte que en rigor, no existe, sino que es un mero renacimiento, ya que el Universo es todo y nunca es nada, pues la nada es una creación del todo para demostrarse por el absurdo.
La muerte, para el salvaje, es el paso previo a la vida, así como el hombre mata al grano y al animal para comer, así como el día sucede a la noche y el verano al invierno. Nada, nadie, escapa a la ley universal, y no por acaso al acto sexual se lo llama "la petite mort".
El miedo a la serpiente, el miedo a la muerte, es la muerte en vida, por lo que un mal vínculo con la muerte delata un mal vínculo con la vida. De lo que se trata, es de jugar nuestra muerte. Este vital vínculo con la muerte se encuentra en el origen del carnaval.
EL CHIVO EXPIATORIO
Cuando la tribu hebrea era azotada por la peste o un mal cualquiera, a un primer chivo, se lo destinaba a Dios, y a un segundo chivo, se lo cargaba con las culpas que habían originado el mal y se lo enviaba al desierto, al dominio de Azazel, subordinado de Satán.
En la Grecia Clásica se alimentaba a un hombre y una mujer para tener un resguardo en caso de guerra, peste o cualquier desgracia. La culpa de la ciudad se transfería a la persona que sería sacrificada arrojándola desde el acantilado de los amantes.
Este ritual de sacrificio fue tan generalizado, que tenemos que asumir que viene desde el fondo de los tiempos, y en rigor, no debiera sernos extraño, desde que Jesús se sacrificó por nosotros y todo padre se sacrifica por sus hijos, ya que no somos lo que somos, sino lo que seremos.
Aquella concepción según la cuál lo similar llama a lo similar, llevó a que un miembro de la tribu debía ser la expresión de la fuerza pujante de la tribu, y cuando las cosas no transcurrían como debían, se le echaba el ojo a quien representaba la fuerza del colectivo, alguien dotado de tal poder, que no hace mucho en términos históricos tuvimos a los reyes taumaturgos.
La pujanza del rey determinaba la pujanza de la tribu, y apenas una cana o las concubinas delataban su pérdida de vigor, era sustituido y enterrado, para que ese antiguo poder diera nueva vida.
Esta práctica se enfrentaba a una tensión: el rey, que encarnaba al poder, podía crear una corte de guerreros privilegiados que defendiera, o extendiera, sus privilegios, y al mismo tiempo, como lo similar llama a lo similar, no resultaba descabellado nombrar por un tiempo a un rey sustituto, para que fuera éste el sacrificado.
Nos encontramos cada vez más cerca del origen del carnaval.
(Continúa el próximo viernes)
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias