El desafío de la izquierda: volver a ser revolucionaria. José W. Legaspi

05.12.2025

Frente Amplio pos-2000: de la esperanza a la administración

 

Durante décadas, la izquierda uruguaya debatió obsesivamente sobre su identidad: ¿debía ser "democrática" al estilo frugoniano, o "ortodoxa" al modo arismendiano? ¿Era heredera de un humanismo socialista liberal o del marxismo clásico adaptado a la realidad dependiente del país? El juego de espejos se volvió interminable. Pero el problema real -el que atraviesa a la izquierda desde el siglo XXI- no está en esa falsa dicotomía. No es cuestión de elegir entre la democracia liberal como dogma o la ortodoxia como refugio identitario. El verdadero desafío es volver a ser revolucionaria.

Desde los 2000 en adelante, el Frente Amplio transitó un camino que va desde la esperanza popular, acumulada durante décadas de resistencia, hasta la administración responsable del capitalismo criollo. No es un proceso local: forma parte de una tendencia mundial en la que la izquierda, cercada por los límites del Estado liberal, aceptó ser gestora respetable del orden en vez de fuerza transformadora.

Pero en Uruguay este proceso tiene características históricas profundas: un movimiento que nació como síntesis de la rebeldía obrera, estudiantil y popular, terminó convertido en maquinaria electoral, programática, institucional, más preocupada por la gobernabilidad que por la emancipación.

Lo que sigue intenta pensar ese desplazamiento y proponer un punto de inflexión: la izquierda no tiene futuro si renuncia a su carácter revolucionario.

El mito del "debate democrático-ortodoxo" como desvío histórico

Durante años se sostuvo la idea de que la izquierda debía definirse entre dos polos:

  • Demócratas, defensores de una modernidad política liberal y pluralista,
  • Ortodoxos, supuestos rehenes de la teoría revolucionaria del siglo XX.

Ese debate, instalado por historiadores y analistas, funcionó como cortina de humo. La izquierda quedó atrapada en una discusión de museo mientras la ofensiva neoliberal avanzaba sobre derechos, subjetividades y condiciones de vida.

El FA pos-2000 consolidó esa trampa: convirtió la identidad política en un equilibrio simbólico entre estas dos tradiciones, cuando en realidad ambas -cada una a su modo- habían sido herramientas históricas para enfrentar al capitalismo dependiente.

La oposición demócrata/ortodoxa nunca fue un destino: fue un momento táctico de una izquierda que pensaba en clave de lucha por el poder.

La pregunta decisiva sigue siendo otra: ¿para qué existe la izquierda si no es para transformar radicalmente la sociedad?

La metamorfosis del Frente Amplio: del proyecto histórico a la administración

La llegada al gobierno en 2005 marcó la coronación de un largo ciclo de acumulación política. Pero también inauguró su reverso: la absorción del FA por el Estado y la conversión del militante en funcionario.

El Frente Amplio pos-2000 vivió tres procesos simultáneos:

a) Tecnocratización del horizonte político

La planificación reemplazó a la estrategia. La gestión sustituyó a la táctica.
Se gobierna "bien", "seriamente", "responsablemente".
Pero la gestión eficaz no es revolución: es reproducción del orden bajo mejores modales.

b) Desmovilización de la base social

Los movimientos sociales que empujaron al FA hacia el poder fueron progresivamente institucionalizados o neutralizados.
La energía transformadora se volvió "participación en mesas de diálogo", "consultas", "agendas", pero rara vez acción directa.

c) Reducción del horizonte ideológico

La palabra revolución desapareció de los documentos oficiales.
La palabra capitalismo se volvió impronunciable.
El socialismo, un recuerdo romántico.

Como resultado, el FA dejó de ser un movimiento histórico para convertirse en un partido de gobierno. Y cuando el gobierno se vuelve un fin en sí mismo, la política deja de ser herramienta de transformación para ser ejercicio de estabilización.

El progresismo como límite: la izquierda que dejó de incomodar al poder

El progresismo pos-2000 logró avances sociales importantes -redistribución, ampliación de derechos, políticas públicas más robustas-, pero dejó intactas las estructuras de poder económico.

Se ganó ciudadanía; no se alteró la dominación.
Se amplió la igualdad formal; no se tocó la desigualdad material.

El progresismo se volvió el rostro amable del capitalismo periférico.
Una izquierda sin conflicto, sin antagonismo, sin ruptura posible:

  • Una izquierda que negocia, pero ya no disputa.
  • Una izquierda que administra, pero ya no confronta.
  • Una izquierda que celebra reformas, pero no imagina revoluciones.

La promesa de "ser mejores gestores" que la derecha es la peor derrota ideológica.

El vacío teórico: cuando la izquierda abandona la crítica radical

La pérdida del horizonte revolucionario no fue solo práctica; fue teórica.
A partir del 2000, la producción intelectual de la izquierda se refugió en:

  • categorías sociológicas neutras
  • el lenguaje del desarrollo y la innovación
  • el tecnocratismo de políticas públicas
  • la obsesión por la gobernanza

Se abandonó la crítica del Estado como aparato de clase, la crítica del imperialismo, la crítica de la propiedad privada y la crítica del capital como relación social.

Se olvidó algo básico: no se puede transformar aquello que se deja de analizar en términos de poder.

Recuperar la palabra revolución: tarea urgente

Reivindicar la revolución en el siglo XXI no implica repetir esquemas del pasado. No se trata de levantar modelos ajenos, ni reescribir manuales soviéticos, ni reanimar nostalgias.

Significa algo más simple y más profundo:

  • volver a nombrar al enemigo: el capital;
  • volver a pensar el poder desde abajo;
  • volver a confiar en la organización popular;
  • volver a creer que la historia puede romperse.

Volver a ser revolucionarios es volver a politizar la vida, volver a disputar el sentido común, volver a incomodar.
La izquierda que no molesta al poder es una izquierda decorativa.

Recuperar el Frente Amplio como herramienta de lucha

No se trata de abandonar el FA, ni de destruirlo, ni de reemplazarlo. Se trata de recomponerlo como movimiento político-social, no como maquinaria electoral.

Esto implica:

  • recuperar la mística de base, no la logística de campaña;
  • reconstruir cuadros ideológicos, no consultores;
  • articular luchas sociales y sindicales, no solamente bancas parlamentarias;
  • hacer del programa un horizonte transformador, no un documento de marketing.

El FA debe volver a ser lo que fue: la síntesis de una voluntad de cambio radical.

Si no lo hace, será una fuerza agradable, competente, razonable... y absolutamente incapaz de modificar la estructura injusta del Uruguay contemporáneo.

Conclusión: ni demócratas ni ortodoxos - revolucionarios

La izquierda uruguaya no necesita definirse frente a debates del pasado. Necesita responder una sola pregunta: ¿quiere administrar el capitalismo o transformarlo?

Si quiere lo primero, ya tiene el camino avanzado.
Si quiere lo segundo, debe volver a ser una izquierda de ruptura: crítica, militante, estratégica, organizada.

La historia no espera a quienes dudan. La izquierda que renuncia a su vocación revolucionaria deja de ser izquierda.

José W. Legaspi
2025-12-05T05:51:00

José W. Legaspi