El dilema de los progresismos. Enrique Rubio
23.08.2025
No tiene las mismas causas la crisis de las socialdemocracias del Norte que las incertidumbres de los progresismos latinoamericanos. En Capital e Ideología, obra por cierto muy importante, Thomas Piketty[1] demostró que la crisis de las socialdemocracias del Norte tenía su origen en su orientación, en el abandono de su base social clásica y en la carencia de un planteo internacionalista.
Se habían corrido a la derecha. Allí sostenía, por ejemplo,< en la posguerra, la izquierda electoral era en todos los países el partido de los trabajadores; durante las últimas dé cadas, en todas partes se ha convertido en el partido de los titulados [...]. Cuando se produce un divorcio de esta magnitud en tantos países, en un proceso de largo plazo que se prolonga ya durante más de seis décadas, no puede tratarse de un malentendido>.
No es lo que ha sucedido con el fin del ciclo fundacional de los progresismos latinoamericanos ni con las incertidumbres actuales. El primero se fundó en la reacción popular contra los desastres del neoliberalismo colonial, en las demandas de la gente en el subcontinente más desigual del mundo, y en el ciclo económico favorable que financiaba los cambios (2003-2011) impulsado por China. La región creció a tasas históricas.
En ese contexto el margen para crecer y redistribuir simultáneamente era muy amplio y sin hacer estallar las tensiones sociales con las clases dominantes.
Pero como advirtió la CEPAL hacia 2010 las economías crecían sin diversificarse, o lo que es peor se re-primarizaban. En consecuencia, cuando cesó la bonanza externa y se agotó el margen redistributivo fácil interno, los nuevos progresismos de la segunda ola se encontraron en una situación difícil. Porque, como lo ha sostenido Álvaro García Linera[2] reiteradamente el progresismo necesita avanzar en sus reformas para sostenerse, es decir, a fin de conservar el apoyo popular que lo sustenta e impulsa. Ello significa crecimiento económico y redistribución social.
Y no se arregla con el impuesto a los muy ricos, que ayuda pero que tiene que ser viable, no eludible, y ello supone, me temo, su internacionalización. Como muy bien Lula logró hacerlo declarar por el G20 en Río en noviembre de 2024, sobre la base de un trabajo de Gabriel Zucman, y que incluso logró el pronunciamiento favorable de 7 premios nobel cuando era tratado por el Parlamento francés. Sobre esta cuestión hay un muy buen trabajo del Real Instituto Elcano[3] y un saludable debate sobre el 1% al 1% más rico en Uruguay.
En última instancia, sin crecimiento económico, incluso aunque se gane en la difícil cancha del relato y se hagan las cosas con realismo macroeconómico, el margen distributivo languidece y los nuevos progresismos peligran. Por ello nos parece que el problema se dirime más en la cancha programática que en la ideológica.
Cómo hacerlo en medio del actual torbellino geopolítico y en el "patio trasero" de un imperio en declive, aferrado a la doctrina Monroe, no es nada fácil pero posible si se apela al desarrollo de la economía de la inteligencia. Los uruguayos podremos.
Enrique Rubio
[1] Piketty, T. (2019). Capital e Ideología. Deusto, p. 1032.
[2] https://share.google/YgzLxiLpIFYrCtPK5
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias