El lado B de la inteligencia artificial. François Graña
24.09.2025
Milagros Miceli, argentina, es socióloga, doctora en ingeniería informática e investigadora del Instituto Alemán de Internet financiado por el Estado alemán, donde está a cargo del proyecto Data Workers’ Inquiry.
Miceli fue incorporada por la revista TIME a una lista de las 100 personas más influyentes en el mundo en lo que concierne a la Inteligencia Artificial. Cuestiona tanto la mirada apocalíptica como la tecnologista deslumbrada; ambas constituyen dos caras de la misma moneda en el sentido de que suponen igualmente una IA superpoderosa que va a cambiar el mundo por sí misma, etc.
Una impresión muy generalizada es que la IA recoge todo lo que está en el aire respecto del tema o asunto consultado. Esto es verdad, aunque no toda la verdad: alguien recoge y filtra esos datos aplicando ciertos criterios de selección. No existe algo que podamos llamar IA completamente neutral y objetiva; las tecnologías empleadas no son ni autónomas ni neutrales. Por una parte, tiene lugar una gran concentración de poder en cinco empresas que no es solo económico sino también político y aun epistémico. Y por otra, unos 400 millones de personas en todo el mundo -anónimas y mal remuneradas- se encargan de la tarea básica de producción de datos destinados a entrenar la IA. Esos datos luego son controlados por moderadores que vigilan el funcionamiento de la IA de acuerdo con criterios deseables o aceptables. Un ejemplo claro es la tarea de filtrar conclusiones sexistas o xenófobas a las que la IA pueda llegar procesando las masas de datos que le son aportados. Esto requiere obviamente una intervención humana que aplica criterios preestablecidos que traslucen forzosamente sesgos ideológicos (unos deliberados, otros tácitos o inconscientes).
Francois Graña es Doctor en Ciencias Sociales
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias