El ocaso del siglo americano. Daniel Barrios

17.07.2025

Fue un 17 de febrero de 1941 cuando en un famoso ensayo publicado por la revista Life, Henry Luce, fundador del seminario Time, definió el siglo XX como el "siglo americano".

Religioso, derechista y ferviente anticomunista, Luce hacía un llamado a abandonar el tradicional aislacionismo estadounidense , entrar en la Segunda Guerra Mundial «para defender los valores democráticos» como un  "buen samaritano" y así poner las bases  "para crear el primer gran siglo americano."

El término acuñado tuvo mucho de profecía. Especialmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) hasta comienzos del siglo XXI, Washington  lideró en casi todos los planos: militar, económico, tecnológico, cultural e ideológico. Los principios que inspiraron la política norteamericana, libertad, individualismo, economía de mercado, populismo -  lo que Lipset definió como el "excepcionalismo americano" -  hegemonizaron el siglo XX, como Gran Breteña lo había hegemonizado el siglo XIX y otros imperios en siglos anteriores.

Fue un 18 de diciembre de 1978 cuando en un hotel de Beijing   se dieron cita, los miembros del Comité Central del Partido Comunista de China para discutir el informe de Deng Xiaoping que inspiró el proceso de Reforma y Apertura, la mayor revolución económica de la historia del hombre, sentó  las bases para la construcción del que hoy se conoce como el "socialismo con características chinas".

"Estamos haciendo algo que China nunca hizo antes, ni siquiera hizo en sus miles de años de historia. las reformas en marcha tendrían un impacto no solo domestico sino mundial", subrayaba Deng. Profecía autocumplida: el Pequeño Timonel  puso en marcha un proceso de transformaciones que hizo de  la  República Popular el gran protagonista del siglo XXI, el gran desafío a la  *hegemonía global*,  económica y militar,   y al modelo cultural, político y moral que caracterizó al siglo americano. Ese frio y lluvioso día de invierno comenzaba una nueva historia, un cambio epocal, el embrión del siglo chino.

"China es el único país que tiene tanto la intención de redefinir el orden internacional como el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo (...). La visión de Beijing nos alejaría de los valores universales que han sostenido gran parte del progreso conseguido por el mundo en los últimos 75 años", sostuvo el secretario de Estado Antony Blinken al comentar los alcances de la Estrategia de Seguridad Nacional adoptada por la Administración Biden el 12 de octubre de 2022 .

Para Estados Unidos el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial es  el "orden internacional liberal", el construido por Occidente después de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo  ya no existe ese  orden o en todo caso, como anticipara Gramsci , vivimos un interregno donde "el mundo viejo se muere"  y otro esta por nacer".

Es hora de reconocer que el orden internacional es mucho más complejo. Y el mundo en gestación  deberá incluir religiones, culturas, costumbres, identidades nacionales y sistemas sociales diferentes pero coexistentes, y sobre todo, civilizaciones. El otro mundo que esta naciendo será  menos centrado en los valores occidentales, más inclusivo con el Sur Global.y basado en lo que China llamó una  *comunidad de destino compartido*, una narrativa civilizatoria alternativa.

Este concepto, propuesto por primera vez por el presidente Xi Jinping en 2013, se ha convertido en un pilar central de la política exterior china que busca fomentar la cooperación internacional y la construcción de un mundo armonioso con paz y prosperidad para todos. Se refiere a la idea de que la humanidad comparte un futuro común y que los desafíos globales requieren soluciones globales basadas en la cooperación y la solidaridad y donde la diversidad sea vista como una fortaleza. 

Al contrario de la predica permanente de Estados Unidos y otros países occidentales,  China no es una "potencia revisionista". China  no busca destruir el orden existente, sino *desplazarlo gradualmente*. Tampoco pretende reemplazar a EE. UU. como hegemon global, pero sí le   disputa "su legitimidad y centralidad*.

Beijing  sigue siendo en la actualidad el mayor defensor de la globalización y el principal opositor al proteccionismo de Washington.China  necesita de una economía extendida y extraterritorial fuertemente integrada. El desarrollo impetuoso de China no habría  sido posible si Deng Xioping no hubiera sepultado el aislacionismo que caracterizó la época maoísta e integradoa la República Popular  a la economía mundial y a las instituciones que la sostenían.

Las autoridades chinas   no olvidan que parte sustancial de su fenomenal crecimiento se lo debe al ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001 y desde que Xi Jinping asumiera la conducción del estado y del partido  ha promovido a  todos los niveles posible un multilateralismo a ultranza.

La RPCh  ha sostenido gran parte de su crecimiento mediante su inserción en las instituciones políticas y económicas que sustentan el orden liberal y mantiene en todas ellas una participación protagónica, aunque  al mismo tiempo,  reclama desde dentro una reforma que se corresponda con  los nuevos equilibrios y correlación fuerzas internacionales.

En lo que algunos autores llaman "estrategia dual" o "dualismo envolvente" o "tener las dos manos ocupadas", China promueve la creación de un entramado de nuevas instituciones multilaterales que reflejen el creciente papel de China y de otras potencias emergentes en el escenario global.

Con una mano se integra cada vez más en los organismos internacionales de posguerra, participa  activamente en las Naciones Unidas, FAO, OMS, integra el G20, aumenta su poder de voto en el Fondo Monetario Internacional y  el Banco Mundial (aunque aún insuficientes  para las pretensiones chinas) y logró también la inclusión del renminbi en la canasta de monedas de los Derechos Especiales de Giro del Fondo en 2016, junto con el dólar, el euro, la libra esterlina y el yen japonés

Con la otra mano, creó la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) con Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán ,(luego se unieron India , Pakistan e Irán)  la organización intergubernamental más grande después de Naciones Unidas en términos de población (44% del total mundial) y territorio (25% de la superficie terrestre). Junto a Brasil, India y Rusia, China fundó  los BRIC, una alternativa de las economías emergentes al G7 y que hoy con 10 estados miembros y 12 asociados representa el 35% del PIB mundial, contra el 30% del G7, y lo duplica en producción de petróleo.

Por su parte con la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), con sede en Beijing  y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (NBD), con sede en Shanghái, China planta los mojones de una institucionalidad competitiva con el orden internacional liberal, quebrando el monopolio del sistema de Bretton Woods respaldado por Estados Unidos.

Convencida de su propia fuerza económica y financiera, las dos manos se juntan para impulsar  un nuevo concepto de globalización esta vez "con características chinas",  un proceso de expansión para reformar la globalización neoliberal (y las instituciones que la sostienen) de modo que sea más incluyente. 

Sin embargo la artillería más pesada ,el golpe de gracia contra el siglo americano no fue disparado  desde  Zhongnanhai (residencia del gobierno chino) sino desde la Casa Blanca.  Hoy es Trump y no Xi quién manifiesta ostensible y agresivamente  "la intención de redefinir el orden internacional" que tanto preocupa al  documento de Seguridad de Estados Unidos.

Desde su regreso a la presidencia,  el multimillonario  ha dinamitado los fundamentos que hicieron de Estados Unidos la primer potencia del mundo y al  orden internacional que, junto a sus aliados,  crearon a partir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

Como anticipara hace más de 20 años el historiador  y politólogo francés Emmanuel Todd,  en su premonitorio libro  Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema estadounidense", asistimos al *declive económico, militar y moral* de EE. UU. que  *recurre cada vez más a la fuerza militar* para suplir su pérdida de influencia real, su "hegemonía cultural erosionada*, y su legitimidad, cuestionada.

Trump comenzó su segundo mandato blandiendo el poder duro estadounidense, amenazando a Dinamarca por el control de Groenlandia, a Canada con anexarlo y convertirlo en el "estado número 51" y a  Panamá con la recuperación del Canal.  Se retiró de los acuerdos climáticos de París y de la Organización Mundial de la Salud.. En abril, sembró el caos en los mercados globales al anunciar aranceles radicales a países de todo el mundo. Es el principal sostén político, diplomático y militar del genocidio del pueblo palestino a manos de Israel; bombas estadounidenses cayeron en territorio de Iran y el fin del conflicto entre Rusia y Ucrania que prometió resolver en "24 horas" se agrava cada día que pasa.

Paralizó  la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional  y con ello la ayuda y la cooperación con los países en desarrollo, otra  palanca de influencia estadounidense.

La administración Trump también está desmantelando otra piedra angular  del siglo americano: la democracia liberal y la defensa de sus valores.

El último día de su primer presidencia ya había intentado un golpe de estado para impedir que asumiera Biden. Y desde que volvió ha violentado los cimientos  del sistema democrático, el primero de la era moderna.  Pisoteada la autoridad del Congreso, firmado decretos inconstitucionales, incumplido  las órdenes judiciales y cuestionada la independencia de instituciones vitales como la Reserva Federal. Declaró la guerra a las mejores universidades de su país y del mundo . Clausuró  la Oficina de Justicia Penal Global del Departamento de Estado, su Oficina de Asuntos Globales de la Mujer y su Oficina de Operaciones de Conflicto y Estabilidad

Mientras tanto, la errática guerra comercial de Trump, que ataca tanto a rivales como a aliados, ha sacudido los mercados, asustado a los inversores y convencido a los socios de Washington de que ya no pueden confiar en Estados Unidos.

Para redescubrir a un país   tan autárquico y autocrático, debemos remontarnos un siglo atrás. Desde la Ley Arancelaria de 1883 y la Ley Smoot-Hawley de 1930. Desde entonces la "nación indispensable" no había mostrado tanta implacabilidad ideológica en la aplicación de su doctrina proteccionista ni dispuesto a extorsionar a enemigos y amigos por igual con aranceles, embargos y sanciones comerciales.

Trump tiene una profunda convicción ideológica: los aliados son una carga. Su táctica en las negociaciones,   tanto comerciales  como militares, consiste en usar el poder  estadounidense para obtener concesiones de todas las contrapartes y en todo momento. Olvida que ninguna potencia dominante jamás en la historia ha recibido tanta ayuda de otros para mantener su dominio como Estados Unidos. Trump no parece comprender que  la fuerza estadounidense residió precisamente en  ese entramado de relaciones que supo construir y liderar. En lugar de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, lo hace cada día más débil. El que fuera imprescindible durante décadas es hoy un país insufrible, errático  y poco confiable.

El poder es el arte de lograr que otros hagan lo que uno quiere. Fundamentalmente tiene dos dimensiones: la coerción o la atracción. Obsesionado con el poder duro coercitivo vinculado a las asimetrías comerciales y las sanciones, probablemente erosionará el orden internacional que dice defender contra las "autocracias y autoritarismos que lo amenazan".

Su  desprecio y amenazas  a sus aliados está destruyendo todo lo que hizo de Estados Unidos un socio atractivo  para Occidente. Trump ha hecho suya la máxima de Maquiavelo sobre el poder: es mejor para un príncipe ser temido que amado.

La transición del siglo americano al mundo multipolar es, en gran medida, el acontecimiento más relevante del siglo XXI. Aunque éste  sin duda, podría ser el siglo chino , a diferencia de la Pax Britannia del siglo XIX y la Pax Americana del XX, el siglo XXI no será una Pax Sinica. En cambio, se caracterizará por el ascenso colectivo de naciones, como China, India, Brasil e Indonesia, y organizaciones regionales como la ASEAN, la OCS , los BRICS, la Asociación Económica Integral Regional, la CELAC. El crepúsculo de un siglo y el amanecer de uno nuevo.

Daniel Barrios
2025-07-17T14:25:00

Ec. Daniel Barrios