El retorno de una revolución reaccionaria. Ernesto Kreimerman

03.11.2025

 

Para Enzo Traverso, uno de los más importantes intelectuales italianos e investigador de las ideas políticas de los siglos XX y XXI, el nazismo es una forma específica del fascismo europeo, pero con características propias que lo hacen más radical y destructivo. Fue una revolución reaccionaria, un intento de transformar el mundo moderno desde una perspectiva profundamente conservadora y violenta.

A casi un siglo de aquellas turbas sangrientas y de los años de odio y muerte, en un nuevo contexto histórico, con otro desarrollo científico-tecnológico, pero ante similares extremos políticos, económicos y sociales, la humanidad vuelve a enfrentarse a una revolución reaccionaria.

De modo radical, no se trata de una simple vuelta al pasado, sino de una forma moderna de barbarie, una expresión del siglo XXI, no del siglo XX ni medieval. En buena medida, el nazismo fue fruto de la combinación entre ultranacionalismo, racismo biológico y antisemitismo exterminador, junto con una movilización de masas moderna. En suma, asistimos a un intento de transformar el mundo del siglo XXI, con una concentración económica y de poder jamás imaginada y un debilitamiento de las instituciones nacionales y multilaterales, nacidas y hoy estancadas en la misma agonía del Estado de bienestar y del anhelo democratizador. Todo ello desde una perspectiva profundamente conservadora y violenta, haciendo ostentación de antivalores como la mentira y la corrupción. Es cierto que, en determinados períodos de la historia, la corrupción alcanzó niveles desorbitados, pero asociados a una debacle económica y a una severa crisis de poder. Así como el nazismo, al decir de Traverso, representó la fusión entre modernidad técnica y barbarie, usando los avances industriales, administrativos y científicos para realizar un genocidio planificado, este tiempo muestra esa misma combinación. Actualmente subsisten 56 conflictos armados activos, aunque según la ONU son 170. Las ONG vinculadas al trabajo solidario en esas geografías estiman que las víctimas mortales, militares y civiles, de estos conflictos serán, por lo menos, iguales a los niveles de 2024, un 30 % más que en 2023.

Solo a modo enunciativo, son varios los factores críticos que se han ido acumulando, complejizando la coyuntura e imponiendo nuevas restricciones. A saber, en la medida en que se profundizan las crisis fiscales, empujadas por el envejecimiento poblacional y, por tanto, por el aumento del gasto en salud y pensiones, el endeudamiento pospandemia y, finalmente, la transición energética que jaquea a toda Europa. Los gobiernos de la Unión Europea enfrentan un dilema: cómo sostener el bienestar y la inversión pública sin perder solvencia financiera ni ahogar el crecimiento.

La deuda acumulada hasta estos días en muchos países de la OCDE supera el 100 % del PIB, tensionada por altas tasas de interés que encarecen su cumplimiento. A ello se suman los enormes costos de la descarbonización, que exige fuertes inversiones, las situaciones bélicas y prebélicas, así como las insistencias de Trump a Europa para llevar los fondos en defensa al 5 % del PIB, lo que ha incrementado las necesidades financieras para afrontar estos desafíos.

Sin embargo, para Alemania, Francia e Italia, pasar del 2 % al 5 % significaría recortar miles de millones de euros anuales, con fuertes impactos en el gasto social y en la fiscalidad. Para dimensionar lo que ello implica, el compromiso de la OTAN de 2014 fue del 2 %, y varios socios no lograron alcanzarlo. En 2023, solo el mayor contribuyente de la OTAN llegaría al 3,4 %. Trump elevó la vara hasta el 5 % del PBI.

Alternativa en debate

Por distintas vías, el conjunto de opciones políticas parece muy reducido. Reformas tributarias orientadas a ampliar las bases impositivas, gravar la riqueza y enfrentar a las multinacionales digitales. Reformas del gasto que implican ajustes en pensiones, aumento de la edad de retiro y recortes o eficiencias en los fondos de salud. Crecimiento inclusivo mediante la promoción de la inversión en innovación y productividad. Y una deuda sostenible, es decir, extender plazos y coordinar políticas monetarias y fiscales.

Crisis de legitimidad

El punto crítico, desde cualquier mirada que se adopte, nos recuerda que toda crisis fiscal es también una crisis de legitimidad. La pregunta, tan sencilla como profunda, es quién paga el ajuste. Y la respuesta marcará un parteaguas. La cuestión es cómo preservar el Estado de bienestar y, al mismo tiempo, atender y priorizar la disciplina de los mercados. Han sido estas búsquedas y las respuestas que de ellas se derivan las que han desatado tensiones que redefinieron los pactos sociales, desde el New Deal en Estados Unidos hasta las políticas de austeridad en Europa tras 2010.
Entre 1930 y 1945, las crisis fiscales en el mundo desarrollado estuvieron marcadas por la Gran Depresión, el New Deal y la Segunda Guerra Mundial, un ciclo en el que los Estados pasaron de la austeridad al gasto masivo, redefiniendo el papel del sector público.
El dogma de la austeridad en tiempos de crisis profundas ya se ha experimentado con tozudez y solo agrava los problemas. En cada crisis fiscal se confronta severamente quién o quiénes pagarán el ajuste. Esa confrontación redefine el rol del Estado. Así se impuso la austeridad de los años treinta, el Estado de bienestar posterior a 1945, el neoliberalismo de los años ochenta y la intervención masiva de 2008 y 2020.
Más allá de la aritmética fiscal, el riesgo profundo es político. Las tensiones económicas y sociales han facilitado el ascenso de fuerzas de ultraderecha, como ocurrió en los años treinta con el nazismo. La historia muestra que las crisis fiscales y económicas no solo vacían las arcas públicas, sino también la confianza en las instituciones, abriendo espacio a fuerzas autoritarias. Estamos, pues, sumergidos en una crisis institucional en la que habrá de dirimirse el futuro de las democracias del siglo XXI.

Todo hace temer que estamos frente a un punto de inflexión de similares características, y la duda es si lo que sobrevendrá será una suerte de New Deal verde y social o un temerario ajuste de cuentas, con una disciplina impuesta para reinstaurar la austeridad.

No se trata de razonamientos mecanicistas, sino de recordar que, cada vez que las democracias no logran gestionar las crisis fiscales de manera razonable, cuidando los equilibrios sociales y una vida que valga el desafío de ser vivida, se abre el camino a soluciones autoritarias, al odio social y a la represión de toda expresión de libertad. El nazismo no fue solo un régimen autoritario; significó la radicalización de la política moderna hacia la aniquilación del otro. La manipulación de los medios y la mentira como herramienta no es original de esta era digital, aunque sí ha tenido un crecimiento exponencial. En el nazismo, Joseph Goebbels fue el ministro de Propaganda del Tercer Reich y uno de sus máximos exponentes.

 

Publicado originalmente en El Telégrafo, 02/11/2025. Reproducido con autorización expresa del autor.


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2025-11-03T01:00:00

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