El riesgo de apostar al mínimo denominador común. Juan Manuel Sánchez Puntigliano
31.08.2025
No sé si se dieron cuenta, pero de un tiempo a esta parte Marcelo Tinelli ha dejado de ser parte de la conversación diaria de los uruguayos. La caída de quien durante décadas fue el indiscutible rey de la televisión rioplatense, confirma lo que siempre sospeché.
Su éxito no se debía a que su producto fuera bueno, o que al menos, alcanzara a tocar cierta fibra en la audiencia, que algunos, tal vez desde nuestra torre de marfil cultural, no podíamos comprender. Se explicaba únicamente con que era lo mejor -o al menos, lo más entretenido- que ofrecía la televisión en un horario central. Bastó que durante la pandemia la pequeña pecera de la televisión abierta se abriera al inmenso océano de los servicios de streaming para que fuera devorado por peces mucho más grandes y ágiles.
Hasta hace unos meses, solía escuchar el famoso ¡Buenas noches, América! cuando bajaba las escaleras de casa. Me generaba cierta sensación de tristeza. No sé trataba de nostalgia, sino el constatar cierto desamparo y atraso en el que viven mis avejentados vecinos de abajo. Casi como si me enterara que por las noches se iluminan con velas porque no saben cómo utilizar una lámpara eléctrica, o quizás peor, no tienen idea de que existen. Condenados así al hastío de la televisión basura y presos de sus horarios, cuando podrían estar disfrutando de alguna serie o documental más interesante en el momento que más les apeteciera.
Pero lo que es más terrible, es que ahora podemos constatar de que si hubiésemos tenido directores de programación dispuestos a asumir riesgos; hubiésemos tenido una mejor televisión abierta porque había un público ávido por verla. ¿Se imaginan la diferencia que hubiese sido en nuestras vidas, haber tenido dos o tres décadas de programación de calidad? No sería exactamente un utópico cambio social masivo, pero sí una pequeña mejora, apenas un granito de arena, en la calidad de vida de toda la población.
Por supuesto, esto no significa que el contenido basura vaya a desaparecer. Entre los adolescentes es muy común el término brain rot -literalmente putrefacción cerebral- para referirse al contenido chatarra que suelen ver por internet. Pero por lo general no se tratan de superproducciones televisivas, sino videos hechos caseramente o con inteligencia artificial y siempre a costo mínimo. Además, el hecho de que los propios adolescentes utilicen el mencionado término, parece indicar que hay, sin duda, un disfrute de semejantes productos, pero también una postura crítica hacia los mismos.
En contraposición, al día de hoy todos en nuestro país parecen conocer que se está realizando la expedición científica Uruguay Sub200. Lo que podría haber sido una breve noticia en la sección científica de los periódicos, se ha transformado en todo un fenómeno de redes sociales. Seguramente la mayoría de los uruguayos no podamos comprender el alcance ni las repercusiones científicas de dicha expedición. Pero resulta evidente, que buena parte de la población está deseosa de disfrutar de la misma y aprender un poco más al respecto. Incluso, ha suscitado un creciente interés en los jóvenes por estudiar biología y oceanografía.
Los comentarios sobre la belleza de un pulpo nadando, los chistes sobre que encontraron cangrejos tomando mate o de cuánto se parece una planta submarina a un cogollo de marihuana, no son precisamente papers académicos. Pero es la manera en la que tenemos como población en general de involucrarnos, de participar y de demostrar interés en este esfuerzo científico que se está realizando.
Por la negativa y por la positiva, están ocurriendo dos fenómenos que demuestran que no es necesario apostar al común denominador más bajo, que en muchos ámbitos, la población uruguaya tiene intereses más variados e incluso más complejos de los que el prejuicio dictaría.
La enseñanza es clara; puede ser un craso error apostar a que la gente esta deseosa de una temporada más de Showmatch (incluso que alguna vez quisieron verlo) y resulta que están más interesados con El Eternauta en Netflix o incluso las transmisiones en vivo del Uruguay Sub 200.
Juan Manuel Sánchez Puntigliano es docente de UTU y Monitor de Sala en el Museo Figari. Actualmente se encuentra cursando una maestría en políticas culturales.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias