El terror al cambio. Rúben H. Díaz

30.11.2025

Desde el punto de vista racional, no hay razón para no alegrarse de que la tendencia al cambio demográfico. La misma hará disminuir la población sin que medie una guerra, pandemia o catástrofe natural. Eso no ocurrió nunca en la historia de la humanidad.

Los que estamos vivos, principalmente los de edad más avanzada, queremos vivir más tiempo en mejor situación personal, con condiciones razonables de supervivencia. Es decir, más años y en plenitud.

Esto va a ayudar, por ejemplo, a consolidar los roles que en estos tiempos conquistaron las mujeres. El peligro del medio ambiente va a desaparecer, o poderse controlar de mejor forma. Habrá menos consumo de energía mientras la investigación y el desarrollo científico va a seguir a mayor ritmo que en estos momentos. Habrá menos gente y mayor ahorro en el gasto de energía.

Sin embargo, en el mundo entero, políticos y ciudadanos están espantados por esta situación. Es verdad que muchos de los conceptos culturales, económicos y sociales vigentes van a quedar necesariamente de lado. Por lo pronto., la preocupación por el crecimiento económico no tendrá sentido. O el sentido que tuvo siempre. En la medida que la población crecía, era imperioso que el crecimiento acompañara por lo menos el crecimiento demográfico para empatar. Ahora eso no será necesario. Si baja la población y se mantiene el mismo producto bruto se podrá vivir mejor. Con el desarrollo y la investigación, que igual no va a detenerse, el nivel de vida va a mejorar aún más. El verdadero peligro a nuestra sobrevivencia va a estar en el mundo exterior, no en la acción de nosotros.  Superar esos retos nos seguirán obligando a vincularnos más con el universo. Vendrá la etapa, una vez que controlamos la naturaleza mejor en el planeta, de tender a adecuarnos a los retos que nos vienen del universo. Cuyo conocimiento estamos logrando cada vez mejor pero todavía nos falta mucho.

El mundo será más pacífico, aunque estas aseveraciones son muy difíciles de desarrollar en un solo artículo. Pero lo cierto es que el territorio, como lo fue siempre, no será el principal motivo de conflicto entre nosotros, los humanos. La libertad no se va a cuestionar por razones económicas, culturales o raciales, sino por el conocimiento que tendrá de alguna forma que llegarnos a todos. Porque sino no seremos dueños de nuestro destino y se pondrá en riesgo la libertad.

También va a cambiar el concepto educativo. No se van a gastar más recursos para cubrir la demanda mayor de cada generación. Ese gasto va a bajar, porque van a haber cada vez menos nacimientos. Pero como el trabajo va a variar con mayor rapidez, el gasto educativo va a aumentar porque tendremos que estudiar durante toda nuestra vida adulta para ponernos a tono con las exigencias de las nuevas tecnologías.

Lo que realmente sorprende es porque los humanos nos resistimos al cambio en forma sistemática e irracional. Es necesario aceptar que dos conceptos paradigmáticos, van a perder vigencia, la familia y el trabajo. Ambos están siendo cuestionados cada vez más. Las familias formales están desapareciendo. Los jóvenes primero conviven, luego tienen hijos, cuando desean tenerlos, y recién después asumen la formalidad del matrimonio religioso y jurídico. O no lo asumen nunca.

Con el trabajo pasa lo mismo. Cada vez se trabaja menos y se cubre mejor igualmente la obtención de medios necesarios para tener una existencia plena. Eso esta llegando a una situación en la que ni siquiera es una obligación desplazarse a un sitio distinto a donde se vive para trabajar. Eso implica un tiempo que se gana para disfrutar más. La vida es más confortable aunque con mayor soledad en medio de más cercanía física.

El tema es porque nos negamos a aceptar esas realidades, a las que todos, de una manera u otra, es decir por conciencia o inercia, nos vamos adaptando. Eso me lo pregunte muchas veces, y hasta ahora, solo he encontrado una explicación. La de Hans Roslling. Explicación que parece razonable, pero hay que consolidarla o descartarla desde el punto de vista científico. Este autor fue un médico, pero no un especialista en genética. El dice que la genética de todos los factores que producen nuestro accionar en la vida, es la que va con mayor lentitud. Por eso cuando preguntamos cuales son las preocupaciones de nosotros hoy, justamente lo que más tememos es perder el trabajo a dejar de estar bajo la protección que tradicionalmente sentíamos en la familia. Es decir, se prefiere a la seguridad por sobre la libertad. Allí surge la principal contradicción, que explica la crisis de los sistemas de libertad, a favor del populismo y la regresión autoritaria.

Esa es la opción. No hay marcha atrás. Ahí está el peligro de la autodestrucción.  Una guerra atómica por conceptos baladíes e irrelevantes, territorios o conquistas que ya no tienen asidero, estado protector sin viabilidad económica. Están en crisis los sistemas políticos. El sistema de democracia representativa. El concepto de República que primo durante el siglo veinte. Cuyo momento culminante fue durante el período que va desde el fin de la segunda guerra a la caída del muro de Berlín. Ese régimen no fracaso, fue muy eficaz, pero la sociedad cambio con mayor rapidez y perdió vigencia.

Ese sistema fue exitoso, pero no detuvo el desarrollo humano, al contrario, lo aceleró. Ahora la unidad social no es la familia sino el individuo. La sociedad es global, no prima el Estado Nación, que cada día también pierde más vigencia. Da la impresión, que vienen momentos donde encontraremos esa sociedad global con límites y poderes que iremos descubriendo en el tiempo. Es posible que el Estado Nación vaya a ser desplazado por la Ciudad Estado en ciertos aspectos.

Para decirlo en una frase, más Omahe y menos Fukuyama. Mas Beck y menos Marx.

 

Rúben H. Díaz

 

Columnistas
2025-11-30T16:39:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias