En la cárcel, el delito se queda en la puerta. Graciela Barrera

31.10.2025

La frase no es mía, es del director de un establecimiento penitenciario, alguien con formación especializada en una materia que debería ser parte de todos quienes trabajan en un centro de detención.

Pero, la mayoría de la oficialidad que cumple funciones en los centros penitenciarios no tienen esa formación, algo que debería cambiar para contar con personal formado para una función que requiere de una sensibilidad y preparación especializada. No alcanza solo con estar preparados para la seguridad, es necesario contar con una formación que ponga también el foco en la rehabilitación. 

Con una población que supera los 16.700 privados de libertad, el sistema penitenciario nacional tiene un déficit de plazas del orden de las 3 mil, lo que determina un hacinamiento que supera el 120%, calificado como de nivel crítico.

Para un país como el nuestro y en un escenario de restricción fiscal como el actual, la solución no pasa por la construcción de más establecimientos penitenciarios. Tampoco por seguir incrementando una tasa de prisionización que nos tiene al tope en la región. Es imperioso que empecemos a transitar un recorrido donde no se sigan volcando recursos a una bolsa que parece no tener fondo, sin que los mismos reviertan efectivamente un estado de situación que lejos de mejorar, empeora.

Faltan brazos y formación

Es notoria la escasez de recursos humanos para atender como se debe a una población privada de su libertad que ha crecido de manera exponencial sin que haya sido acompañada por un crecimiento -proporcionalmente adecuado- de funcionarios penitenciarios (policías y operadores). El crecimiento de la población penitenciaria ha dejado en cruda evidencia la escasez de recursos humanos necesaria para una adecuada atención en clave de seguridad y rehabilitación. La escasez de funcionarios ha volcado la gestión penitenciaria casi que en exclusividad a la seguridad en detrimento del -creo yo- principal instrumento a contemplar en los contextos de encierro, la rehabilitación.

Por el mero hecho de estar encerrados en una celda no se logrará un cambio en la conducta de los internos, el efecto terminará siendo de mayor degradación humana, llevándolo al extremo de impedir los más mínimos hábitos de higiene y convivencia que toda persona debe contemplar en su vida diaria. El hacinamiento extremo que soporta hoy el sistema, sufre con el agravante de una gestión precarizada por la escasez de recursos que lleva a que los pocos funcionarios que tienen hoy los establecimientos deban resumir su labor a pasar cerrojos y restringir al máximo cualquier oportunidad de tratamiento alternativo al encierro.

Según hemos podido intercambiar en las visitas que estamos realizando regularmente a los establecimientos carcelarios, la formación penitenciaria de la oficialidad policial no cuenta con cursos ni materias que los preparen para la labor, como fue regla décadas atrás. La participación de los Operadores Penitenciarios ha concentrado la formación en estos -algo que está muy bien y que se puso en marcha recién en el año 2011 siendo que la figura se creó en el año 1986- pero en desmedro de la formación de los policías que son derivados a trabajar en el sistema penitenciario, los que en su mayoría no reciben hoy una formación acorde a la gestión que se les encomienda.

Artículo 26 (Constitución de la República)

    A nadie se le aplicará la pena de muerte.    En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los          procesados y penados, persiguiendo su  reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del   delito.

Un policía con formación en la materia tiene bien claro que el privado de su libertad es una persona que cometió un delito pero que al ingresar a un centro de privación de libertad, el delito que cometió se queda en la puerta del establecimiento.

Una gráfica forma de representar el sentir de quien asume la responsabilidad del tratamiento de una persona que inicia un recorrido que lo debe llevar a redimirse con la sociedad y consigo mismo. De lo contrario, todos los involucrados estarán incumpliendo el mandato constitucional.

No es tarea fácil ni sencilla para un sistema colapsado, donde escasean los recursos humanos de un lado y se exceden por el otro. Es necesario devolverle la proporcionalidad perdida al sistema, de manera que realmente los establecimientos carcelarios sean unidades de rehabilitación y no meros depósitos humanos.

Plan gradual 

La internación en un centro penitenciario hace parte de un proceso en el que el privado de su libertad inicie un recorrido que debería ser virtuoso, es decir que lo lleve a superar el delito cometido y devolverlo a la sociedad habiendo pagado su condena. Y -por sobre todo- que el delito no vuelva a convertirse en su modo de vida, evitando la reincidencia.

Para ello es necesario que el transcurso de su privación de libertad constituya un proceso gradual que le permita ir superando niveles a medida que el tratamiento recibido da señales. Así las cosas, alguien que cometió un delito y es derivado en primera instancia a un centro de alta seguridad, pueda avanzar en el proceso bajando los niveles de seguridad conforme su comportamiento lo acredite. 

Asimismo, la incorporación del trabajo, la educación y las actividades recreativas, deberán consolidar su presencia en todo el sistema penitenciario para que contribuyan al tratamiento de una población que no superará su condición actual si persiste la tranca y el encierro como única alternativa.

Es cierto que los recursos son finitos, que hay un déficit de operadores y policías en los establecimientos y eso atenta contra cualquier intención de la que aquí se expresa. Pero también es cierto que hay formas de gestionar que deben cambiarse, con direcciones que hagan gala de una dosis de humanismo para empezar a cambiar voluntades. También es cierto que hay un núcleo duro que no cambiará ni aceptará las reglas, pero estoy convencida que la inmensa mayoría de la población privada de su libertad pondrán de su parte para cambiar. Y junto a ellos sus familias que son víctimas involuntarias que soportan muchas veces el destrato y largas esperas en los días de visitas.

También es importante escuchar a los que están en la primera línea, que son muchos y están comprometidos con la gestión. Ellos tienen mucho que aportar también desde el lugar donde se concentran los problemas y acumulan años de experiencia que ninguno debería desperdiciar.

Todos tienen mucho que aportar, para poder cambiar una realidad que parece imposible pero a la que con voluntad e ingenio podemos empezar a volcar un poco para hacer de la revolución de las cosas simples una hermosa realidad.

 

Graciela Barrera. DiputadaMPP - Espacio 609 - Frente Amplio

Columnistas
2025-10-31T20:49:00

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