¿A todo digo que si a nada digo que no
Enrique Pintado
Analistas políticos, sectores de la prensa y algunos compañeros de izquierda están sorprendidos por la cantidad de reclamos que la gente le hace a este segundo gobierno del Frente Amplio. Ven incongruente que viviendo un inédito proceso de crecimiento económico y estando consolidado el desarrollo de políticas sociales; aún así, persista en la población un constante pataleo.
No deberíamos molestarnos ni tomarlo como un equivocado capricho de la gente que no nos entiende. Por el contrario, la izquierda siempre pregonó que el fortalecimiento democrático se basa en que cada uno y los colectivos se apropien y ejerzan los derechos ciudadanos. Exactamente eso es lo que hace la gente cuando en cada barrio o localidad se agrupan espontáneamente para pedir inmediata solución a un problema puntual que les afecta el día a día. Y así es la vida. Gozamos y sufrimos en el mundo de las pequeñas cosas. Ningún vecino tiene la obligación de priorizar el logro de los cambios estructurales ni acompasar sus urgencias a la visión estratégica del proyecto nacional de desarrollo a largo plazo que lleva adelante el gobierno. Esa es tarea de la organización política. La gente nos dice donde les duele el zapato y punto.
Para evitar la sordera del poder no alcanza con ir a escuchar a la gente. Si se quiere entender algo, en cualquier cancha que se juegue, quienes estamos en la política tenemos que actuar como un extranjero que a los tumbos intenta traducir un mundo de necesidades personales y colectivas escurridizas, cambiantes y a veces incomprensibles. El que se la cree pierde. La soberbia no adelanta; tranca. Da laburo sacarse el balde para interpretar esas “lenguas extrañas” de la gente, pero es justamente eso lo que hace a la política más apasionante.
Uno encuentra a la gente con la cabeza llena de preconceptos. Yo también. Por eso con cada una de las personas con las que hablo prefiero dejarme ir con la sorpresa del azar y el idioma de las coincidencias y las casualidades. Las divertidas y las más tremendas. Esas charlas donde también surge el dolor y las necesidades más íntimas de la gente que nos recuerdan lo que los humanos siempre pretendemos olvidar: que hagamos lo que hagamos con nuestra vida, somos vulnerables y terriblemente frágiles. Un parpadeo y nada es lo mismo. Es allí donde también podemos hacer algo por la gente y por nosotros mismos.
Muchos creen que las exigencias populares dirigidas a este segundo gobierno de izquierda en 185 años de historia del país son exageradas. No estoy de acuerdo. Tengan o no razón, podamos o no cumplir con sus expectativas, es absolutamente sano que el pueblo espere más de nosotros y nos lo haga saber. Esta impaciencia no es hija de la desesperación sino del convencimiento de que este gobierno pudo y puede hacer aún mejor las cosas y profundizar los cambios. Es el desafío que asumimos y el estandarte de la campaña electoral con el que triunfamos en el 2009. Pero, esta multiplicación de las demandas sociales no significa que automáticamente abandonemos el rumbo claramente delineado por el gobierno. Salir corriendo a lo loco atrás de la coneja inalcanzable de las expectativas de la gente para complacerlas, es demagogia barata. Y aunque redituase en votos, cosa que por suerte sucede cada vez menos, tampoco aportaría nada al cambio cultural que queremos hacer con todos para reconstruir el tejido social de valores compartidos que amparen la convivencia.
Decir a todo que si es no hacerse cargo de las responsabilidades políticas libremente asumidas. Y lo que es peor, chamuscamos la utopía. Como nos cantaba Pablo Milanés en aquellos tiempos emblemáticos del retorno a la democracia: “A todo dices que sí, a nada digo que no, para poder construir la tremenda armonía que pone viejos los corazones.”
Como Ministro estoy recorriendo todo el país para conocer que le pide la gente al MTOP. Y necesitan de todo un poco. Desde mejorar un camino rural para que los niños puedan ir a la escuela cuando llueve hasta la construcción de nuevas carreteras. Muchos de los pequeños problemas solo se conocen en la cercanía del lugar y a veces, con esfuerzo y un poco de imaginación, se puede encontrar soluciones para ese mundo chico que no tiene prensa. Pero también es cierto que muchos de los reclamos son incumplibles en el quinquenio. Y no solo por razones presupuestales sino también porque hemos diseñado un plan de acción consistente con los objetivos de gobierno. Se jerarquiza realizar la infraestructura que el país necesita para continuar desarrollándonos, eliminar la indigencia, disminuír aún más la pobreza y mejorar la desigualdad.
Frente a las expectativas que se frustrarán preferimos la frontalidad a las volteretas de las semipromesas. Nacimos y crecimos en un Frente Amplio con compañeros que nos enseñaron a ser políticamente incorrectos. Radicales de la verdad y discutidores abiertos. Decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. De frente mano y sin ambigüedades. El no es no, no es ni. Y como dije a los artiguenses respondiendo a algunos reclamos que no se podrán cumplir, prefiero que se enojen conmigo ahora por ser sincero que venir dentro de dos años y no poder mirarlos a los ojos porque les mentí. En esas situaciones callarse también es demagogia. Hay que romper el manual de la política tradicional que sigue pujando. También en el norte el Pepe lo dijo mucho más claramente y cien mil veces mejor que yo: “no hay derecho a mentirle a la esperanza de la gente”.
La sinceridad y no pisar los cómodos y efímeros caminos de la demagogia, no puede confundirse jamás con la resignación. Una cosa es alinear las prioridades al rumbo estratégico y otra muy distinta es refugiarse en “el no se puede”.
Nuestra colaboración a la transformación irreversible y profunda del país nos obliga a obtener el mejor rendimiento de los siempre escasos recursos que disponemos, donde el conocimiento de la realidad que se quiere cambiar es condición necesaria. Pero para alcanzar los objetivos transformadores es necesario fijar etapas y las acciones que nos conducirán a esos objetivos, sin bajar nunca los brazos.
Se trata, como siempre repetimos, de hacer mejor lo que hay que hacer .
Enrique Pintado
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias