Amistad, soledad y política

Esteban Valenti

31.07.2023

No son temas netamente políticos, pero pesan en cada instante y cada centímetro de nuestras vidas y sobre todo en la política actual. La semana pasada se murió Sergio Rodríguez, “El Diente”. Éramos compañeros y amigos desde hace 59 años, lo conocí cuando estudiaba en el liceo 12 de la calle Rivera en la UJC y en el gremio estudiantil. Estuvo 5 años preso, era hijo de otro querido y entrañable amigo el historiador Julio Rodríguez.

Tenía 71 años, la estaba pasando muy mal y la muerte de su compañera de toda la vida lo afectó muchísimo. En el velatorio me encontré con decenas de compañeros y compañeras de esa época, los años sesenta. Su muerte nos dolió mucho, nos dejó más solos, más vacíos y muy tristes.

En estos tiempos donde se nos mezclan los dramáticos cambios políticos y de vida que tuvimos que afrontar y además nuestras edades, hay una sombra que nos asecha: la soledad.

La felicidad es siempre momentánea, circunstancial, no creo en absoluto en los estados de felicidad duraderos menos los permanentes. Esos momentos de felicidad siempre son compartidos, la soledad es una de las mayores enemigas de la felicidad por más pasajera que sea.

Y buscamos la felicidad, conscientes o no, la buscamos, la necesitamos y la encontramos en algunos rincones, en determinados momentos.

Yo arrastro una tristeza que me cuesta confesar, porque soy de los que siempre creyeron en el optimismo de la voluntad y en la capacidad a toda prueba de sobreponerse a las adversidades o a los vientos contrarios de la vida. La suma de episodios como la muerte de Sergio y otras muertes que me han golpeado terriblemente me han dejado una estela de tristeza que trato de disimular a duras penas.

Una parte fundamental de mi hiperactividad periodística, política, y escribiendo diversos textos es parte fundamental de esa batalla, que la llevo bastante mal.

Mi querida familia, mi compañera del alma, Selva, mis hijos, mis nietos y bisnietos, mis sobrinos han sido y son fundamentales, irremplazables. Por ello mismo puedo y necesito hablar de un mal de esta época: la soledad. Yo no estoy solo, pero por el camino se han quedado tantos amigos y compañeros que me han perforado el alma, me han dejado huérfano de tantos afectos que hoy pesan de manera muy dura en nuestras vidas, al menos en la mía.

Como el superior proyecto global, la cultura dominante es la competencia despiadada a todos los niveles, al punto de sepultar subrepticiamente o explícitamente la fraternidad, las personas tenemos una tendencia inevitable a la soledad. Aunque a veces nos cueste valorar lo terrible que es, porque puede no ser una soledad física y sin embargo tenerla clavada muy hondo.

Es más, hay una enorme inercia, pero también un gran y constante despliegue ideológico para justificar, para enlazar esa soledad. La soledad ha ido cambiando de signo, pero lo cierto es que nos hemos vuelto más solitarios. Hasta las nuevas tecnologías ayudan a la soledad.

Ana Frank en su diario escribió que una persona puede sentirse sola, aun cuando mucha gente la quiera, o como decía Víctor Hugo, el infierno está todo en esta palabra: soledad.

Un arma fundamental contra la soledad, contra la infelicidad es la amistad, los que hemos tenido y seguimos teniendo grandes y queridos amigos, lo sabemos, lo aprendimos en todos los momentos, los de las victorias y sobre todo los de las derrotas, de las alegrías y los grandes dolores.

Todas las grandes empresas, los largos y escarpados caminos necesitan de amigos, que están cerca o lejos, simplemente amigos. No hay una definición más subjetiva, más propia y personal que la de la amistad y eso la hace grandiosa. Por eso también la soledad es personal e intransferible como experiencia y como definición.

La política es una buena medicina para la soledad, no es una vacuna infalible, no la hay, pero al ser una empresa necesariamente colectiva, compartida, es una trinchera para combatir nuestras soledades. En medio de los grandes naufragios políticos de mi vida, la peor de las sensaciones era precipitarme en la soledad, no solo personal, sino como modelo, como proyecto de reparación de nuestras heridas. Finalmente fuimos encontrando caminitos y caminos para reencontrarnos.

La amistad no es un terreno llano y florido, muchas veces tiene enfrente a los adversarios y a los enemigos, no solo en la política, sino en la ciencia, en el la cultura, en el arte, incluso en el amor.

La proximidad de la muerte, por el simple pasar del tiempo, por el simple razonamiento, por las marcas que va dejando en nuestros afectos, en nuestros amigos que faltan, también va cambiando el sentido de la soledad. El arpa suena mucho más alta en el silencio de la soledad.

Un aliado de hierro de la soledad es la resignación, es entregarse, o huir a través de cualquiera de las cortadas, de las apariencias, de las repeticiones, de los vicios o de las entregas. Combatir convoca a la compañía, a la amistad y espanta a los fantasmas de las debilidades y derrotas.

No hay un tiempo señalado para los balances, es todos los días, es siempre, pero hay jornadas de despedida, de adiós a un amigo querido en que se amontonan los recuerdos, esos que, aunque sean duros son maravillosos recuerdos de cosas compartidas, de charlas e ideas construidas juntos, de instantes de peligro y de rigor que son una parte fundamental de nuestras vidas. La adrenalina circula mucho mejor compartida.  Y esos dias de alguna manera se fueron, esta semana con Sergio y con una lista interminable de amigos-compañeros, en Uruguay y en el exterior.

Y nos sentimos más solos, más indefensos, más tristes, más seguros de que tiempo nunca retrocede, aún en medio del combate.

Como decía Borges, estoy solo y no hay nadie en el espejo.

Esteban Valenti
2023-07-31T06:46:00

Esteban Valenti.

Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias).