Extensión Universitaria. Federico Rodríguez Aguiar

12.07.2025

En el debate sobre el desarrollo de América Latina, pocas veces se coloca en el centro una herramienta poderosa que, aunque silenciosa, ha generado impactos concretos en la vida de millones de personas: la extensión universitaria.

Las universidades  de la región no solo forman profesionales o producen conocimiento en sus laboratorios; también caminan junto a comunidades, abren puertas donde antes había muros, y construyen ciudadanía desde el diálogo y el compromiso.
La extensión universitaria no es una actividad accesoria ni un complemento institucional. Es una forma de comprender la educación superior como un bien público y un agente activo en la transformación social. A través de ella, estudiantes, docentes e investigadores se vinculan con cooperativas, organizaciones barriales, centros de salud, escuelas rurales, emprendimientos productivos, programas municipales y colectivos culturales. No para imponer soluciones, sino para construirlas en conjunto.
Cuando una universidad  decide trabajar codo a codo con una comunidad aislada para mejorar su acceso a la salud, o colabora en la alfabetización de adultos en barrios olvidados, no solo está aplicando conocimiento: está ensanchando la democracia. Está haciendo tangible aquello que muchas veces se queda en el discurso: que el desarrollo solo es posible si es inclusivo, si nadie queda atrás.
Hay ejemplos concretos que lo confirman. En Uruguay, la Universidad de la República mantiene centenas de  proyectos activos de extensión en todo el país, que van desde el asesoramiento a pequeños productores hasta la generación de espacios de expresión artística en zonas vulnerables. En México, la UNAM trabaja en la creación de redes de acompañamiento educativo y cultural en periferias urbanas donde el Estado muchas veces llega con dificultad. En Argentina, universidades como la de Córdoba o La Plata promueven la llamada "extensión crítica", una práctica que pone en valor los saberes populares y articula acciones transformadoras en clave de derechos.
Además de sus efectos directos en la comunidad, la extensión tiene otro impacto fundamental: transforma a quienes la protagonizan. Para los estudiantes, participar en proyectos de este tipo implica salir del aula, enfrentarse a la complejidad del mundo real y desarrollar empatía, creatividad y compromiso. Es una experiencia formativa integral que moldea no solo profesionales, sino ciudadanos conscientes.
En este contexto, resulta clave que las políticas públicas reconozcan y fortalezcan el rol de la extensión universitaria como motor de desarrollo local. Financiar estos proyectos, integrarlos a estrategias nacionales de inclusión, generar redes regionales de colaboración y asegurar su continuidad son pasos imprescindibles si se busca construir sociedades más justas  y cohesionadas.
Las Universidades latinoamericanas han demostrado, una y otra vez, que no le son ajenas las realidades de su entorno. Desde las aulas hasta los territorios, sus acciones configuran una red de saberes y prácticas que aportan a la equidad y al bienestar colectivo. La extensión universitaria, en este marco, no es solo un canal de proyección institucional. Es, cada vez más, una forma concreta de ejercer la responsabilidad social, de tender puentes y de sembrar futuro.
Porque cuando el conocimiento se comparte y se construye con otros, no solo se transforma la realidad: también se dignifica la educacion.

Columnistas
2025-07-12T10:17:00

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