Columna de Ciencia y Tecnología
Felipe Sierra
27.04.2017
Dependiendo del área de estudio enseñar parece ser una habilidad cognitiva natural en los humanos o un instinto en algunos animales sociales. Estudiar la naturaleza de esta función en humanos y en animales permitiría abordar los posibles mecanismos desconocidos que están involucrados en uno de los lados de la relación entre dos cerebros que implica enseñar y aprender.
Los bebés de 12 meses pueden "proto-enseñar", es decir que, si bien no cumplen con todos los requisitos de lo que llamamos "enseñar", ya son capaces de dos cosas: notar que existe una "brecha de conocimiento" y tratar de cerrar esa brecha. Aunque los niños a esa edad no tienen completamente desarrollado el lenguaje ni la capacidad de entender que los otros individuos tienen una mente como la de ellos (lo que se conoce como "teoría de la mente") son capaces de señalarle a un adulto donde está un objeto que el adulto declara no saber donde está pero que ellos sí saben.
Entre los 3 y los 7 años los niños van mejorando las funciones que mencionamos, el lenguaje y la teoría de la mente, y en paralelo van desarrollando la capacidad de enseñar a otros niños determinadas tareas que le son enseñadas a ellos. Durante ese período los niños más chicos recurren a hacer demostraciones para trasmitir el conocimiento. A medida que avanza la edad comienzan a utilizar mayormente las explicaciones verbales. Más adelante los niños, además, son capaces de ir "modulando" el esfuerzo invertido en las explicaciones de acuerdo al avance que ven en los "alumnos" y finalmente dan mayor riqueza a las explicaciones agregando el factor "estrategia" para mejorar el resultado de la tarea. Este desarrollo temprano de la capacidad de enseñar y otras características de ese comportamiento complejo han llevado a algunos autores (mayormente provenientes de la psicología) a decir que enseñar es una "habilidad cognitiva natural". Según estos autores otra característica de esta habilidad natural es la incapacidad del adulto, incluso en docentes profesionales, de poder explicar los mecanismos cognitivos que están detrás de los métodos usados al organizar una clase, por ejemplo. Esta habilidad, además, estaría en todos los adultos normales, en todas las culturas y sería exclusiva de los humanos. Es decir, todos tenemos esta habilidad, no tenemos conciencia de cómo la usamos y aparece muy temprano en nuestra vida, incluso antes de tener desarrolladas otras habilidades, y sin necesidad que nos la enseñen.
Con que esta habilidad sea exclusiva de los humanos no están de acuerdo otros autores (que provienen de la zoología y del estudio del comportamiento animal) que han observado que varios animales también "enseñan". Hace más de 20 años han desarrollado una definición de lo que debe tener una conducta animal para llamarla "enseñar". Esta definición contiene tres premisas fundamentales: 1) el animal que enseña (tutor) debe modificar su comportamiento frente a un congénere "ingenuo" (pupilo); 2) el tutor no debe recibir ningún beneficio inmediato como resultado de esa conducta; 3) el pupilo debe aprender algo que mejore su adaptación al medio. ¿Qué tienen en común todas las especies en las que se ha visto ésto? Si bien se trata de especies que difieren mucho en las formas y están distribuidas ampliamente en el árbol de la vida, todas tienen una organización social muy desarrollada. Esta "socialidad" ha representado una ventaja para adaptarse a determinadas condiciones del ambiente y se puede observar en muchas especies y con diferentes grados de desarrollo. Mientras que algunas especies son solitarias otras "prefieren" agruparse. De éstas últimas, algunas se juntan pero no tienen interacciones muy desarrolladas y las llamamos "gregarias"; otras, además de juntarse, desarrollan relaciones muy complejas entre los individuos. A esas las llamamos especies "sociales".
La vida social presenta beneficios, pero también representa algunos costos, por eso es que no todas las especies son sociales. De los varios beneficios que se pueden obtener de la vida en sociedad vamos a remarcar algunos: la ayuda para criar a los hijos y la transferencia de información. Hay dos tipos de información que se ve favorecida en los grupos sociales: la que informa de eventos que ocurren "aquí y ahora" ("¡¡¡guambia que viene el león!!!") y la que puede transformarse en un aprendizaje ("siempre que viene el león debo correr para el otro lado").
Como decíamos, de acuerdo a aquella definición, se han encontrado varias especies que enseñan. Recientemente se pudo grabar en video a chimpancés en su hábitat natural enseñando a sus crías el uso de "herramientas" para obtener termitas de un termitero. No es de extrañar que nuestros parientes más cercanos en la evolución muestren comportamientos similares a aquellos que consideramos profundamente humanos. Otros animales que han demostrado tener comportamientos que encuadran en la definición son algunos cetáceos (ballenas y delfines), felinos (gatos y guepardos), suricatas y algunas aves. Quizás más sorprendente es que una especie de hormiga haya mostrado un comportamiento que cumple con los elementos de la definición de "enseñar". Sin contar a las hormigas, los animales que son capaces de enseñar tienen cerebros bastante grandes o al menos se sabe que cuentan con habilidades cognitivas desarrolladas (son capaces de resolver problemas complejos en experimentos). Sin embargo, lo que todos tienen en común es que son especies con una organización social bien desarrollada, y eso sí incluye a las hormigas.
Enseñar implica una relación compleja entre dos cerebros: el del pupilo y el del tutor. La ciencia ha venido estudiando los mecanismos por los cuales el cerebro es capaz de aprender. Desde Pavlov se han estudiado los mecanismos cognitivos, neurales e incluso moleculares que describen la forma en que los animales y los humanos son capaces de aprender. En el año 2000 Eric Kandel ganó el premio Nobel de Medicina y Fisiología por estudiar los mecanismos básicos por los cuales una babosa de mar era capaz de aprender. Nuestros cerebros, y los de los animales, son capaces de extraer información del entorno mediante la percepción de algunos estímulos, de asociar estímulos con otros o de asociar estímulos con respuestas de sus cuerpos. Los animales en la naturaleza en muchos casos son capaces de obtener esa información por la observación de lo que hacen otros animales. A ésto se le llama "aprendizaje social" y no implica que el animal que es observado tenga la "intención" de trasmitir información. Por ejemplo, las aves canoras aprenden el canto característico de su especie (y sus "dialectos") escuchando a pájaros adultos cantar, pero eso no implica que los adultos hagan algo para transmitir la información. Cuando hablamos de enseñar lo que la define es que uno de los individuos (tutor) realiza un comportamiento que solamente hace cuando está presente otro individuo (pupilo) con la intención de que éste aprenda algo.
¿Es diferente lo que hace una maestra en el salón de clase de lo que hace el bebé de 12 meses que mencionamos al principio? ¿Se trata de algo esencialmente diferente lo que hace una madre cuando cocina con su hija unas galletitas de lo que hace una madre chimpancé cuando le muestra a su cría como sacar termitas con un palito? Lo que sabemos es que todos los que aprenden en esas relaciones enseñar-aprender lo hacen usando los mismos mecanismos, sin embargo aun no sabemos si lo que hace el cerebro del tutor en esas relaciones obedece a las mismas bases cognitivas, ni mucho menos a las mismas bases neurales, celulares o moleculares. El reconocimiento de que los animales aprenden llevó a que podamos estudiar en modelos más sencillos las bases biológicas del aprendizaje. Sin embargo aun no estamos seguros si los animales enseñan y eso nos impide recurrir a esa misma estrategia para saber cuáles son las bases biológicas que están atrás de "enseñar". Si reconociéramos que enseñar es un instinto (algo no muy distinto a la "habilidad cognitiva natural" de los psicólogos) que ha evolucionado en la naturaleza, al menos en algunos animales sociales, como una forma muy especializada de aprendizaje social, podríamos explorar los mecanismos que están detrás de esta función.
Como otros muchos rasgos que tenemos en común con otros seres vivos, esta similitud podría ser porque proviene de ancestros comunes y los hemos mantenido durante la evolución. Otra razón es que hayan aparecido muchas veces en forma independiente provocados por condiciones ambientales similares que seleccionaron rasgos favorables ocurridos al azar (la famosa selección natural de Darwin). En el primer caso podríamos suponer que los elementos que forman parte de ese rasgo (un comportamiento instintivo) deberían ser los mismos en todas las especies. En caso que haya pasado lo segundo no debemos esperar que los mecanismos en otras especies nos expliquen como funciona en nuestra especie. Lo que si nos puede informar es que los desafíos ambientales o conductuales que los provocaron son los mismos. En ese sentido es difícil creer que compartamos con las hormigas mecanismos iguales para enseñar, pero no sería disparatado creer que los otros mamíferos (simios, delfines, gatos) enseñan usando las mismas herramientas biológicas que nosotros. Estudiar esas herramientas en ellos nos permitiría avanzar en el conocimiento de una parte importante de la relación enseñar-aprender que hasta ahora la biología ha ignorado.
Nuestro cerebro no se relaciona con la naturaleza en una forma sencilla, como se quiso pretender en algún momento de la historia. Nuestro comportamiento no es resultado de que ciertos estímulos toquen "botones" y activen respuestas mecánicas. El cerebro tiene un "cableado" básico que viene determinado por elementos genéticos, por eso nuestro cerebro es claramente diferente del cerebro de una babosa de mar, una hormiga, un benteveo o un chimpancé. Sin embargo, los elementos de los que están hechos todos esos cerebros son iguales: neuronas y sus conexiones. Por otro lado, la forma en que cada cerebro individual responde no solo depende de ese cableado sino que está afectado por los eventos que pueden haber ocurrido durante su desarrollo y por la experiencia a la que haya sido sometido a lo largo de toda la vida. No solo los factores ambientales (nutrición o consumo de drogas, por ejemplo) o fisiológicos (estrés, hormonas sexuales, por ejemplo) impactan en la forma en que responde nuestro cerebro; cada estímulo percibido que se almacena en nuestra memoria produce un cambio físico en nuestras neuronas y en sus conexiones. Por eso cada cerebro es distinto, incluso entre quienes tienen exactamente la misma carga genética como son los gemelos idénticos.
Para quienes creemos que la mente es producto de la forma en que nuestros cerebros funcionan, y que no involucra fenómenos sobrenaturales o metafísicos, es una necesidad comprender los factores que determinan la estructura y la función del mismo. Entre los problemas que nos preocupan como sociedad actualmente está la educación pública. Los temas de la educación han sido objeto de estudio durante siglos por áreas del conocimiento más o menos alejadas de la biología o de las neurociencias. Así, las políticas en materia educativa han pasado por otro lado respecto a los avances que han habido en los últimos dos siglos en la biología. No es necesario abandonar los modelos clásicos que han definido las políticas de educación y los métodos de enseñanza, pero sí es necesario irle incorporando lo que estamos aprendiendo en neurociencias. El cerebro es una máquina muy compleja y las relaciones entre cerebros son más complejas aun. No es cuestión de pretender extrapolar linealmente algunos conocimientos biológicos a reglas de funcionamiento en la sociedad, ya sabemos que esas simplificaciones pueden llevar a atrocidades. Pero tampoco podemos mantenernos en la ignorancia y pretender que nuestra organización social no tiene nada que ver con nuestra biología. A pesar de que conocemos algunos mecanismos de como funciona el aprendizaje, no son suficientes como para trasladar esos conocimientos al aula o a políticas educativas. Sin embargo, es necesario que todos los actores vinculados con la educación tengan claro que tanto los educadores como los educandos son entidades biológicas. Que más allá de que la sociedad haya recurrido a modelos alejados de esa realidad biológica para desarrollar la enseñanza y la cultura, debemos hacer un esfuerzo para ir incorporando los conocimientos que provienen de la neurociencia para rellenar algunos vacíos o para probar algunos cambios metodológicos.
Nuestra capacidad de trasmitir información en el contexto social no solo nos ha permitido ser campeones para adaptarnos a los desafíos ambientales; nos ha permitido modificar el ambiente de acuerdo a nuestras necesidades. Nuestra capacidad de enseñar no se limita a facilitar el acceso a la comida, como es el caso de las especies animales en que se ha visto este instinto. Nosotros contamos con una herramienta única: el lenguaje. Eso nos ha permitido hacer que la información sea transferida generación tras generación y que cualquier innovación, ya sea producto del estudio o del azar, sea mantenida y mejorada. A esta capacidad de acumular conocimiento y de trasladarlo a nuestra forma de vida la llamamos cultura. Nuestro instinto de enseñar y nuestro lenguaje (al que algunos también consideran un instinto) lo hicieron posible.
Dr. Felipe Sierra (MSc, PhD)
Prof. Adjunto de Neurociencias, Facultad de Ciencias.
Coordinador de los cursos de neurociencias en Facultad de Ciencias.
fsierra@fcien.edu.uy
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