Gaza. Tomás Abraham

17.08.2025

 

La "guerra" de Gaza no se puede llamar guerra porque no es más que una masacre. Hace mucho tiempo que no hay guerras. No son ejércitos los que se enfrentan sino aviones y drones, a veces sin tripulantes, que bombardean ciudades, matan a sus habitantes, derrumban los edificios, dejan un enorme cráter en donde antes había vida.  No hay victoriosos ni derrotados, sólo muertos. Este nuevo modelo de solucionar conflictos se vio en el ataque de los EE.UU. en Irak, de Rusia en Alepo, de la OTAN en Libia, hoy en Gaza. 

El asesinato masivo perpetrado por Hamas el 7 de octubre del 2023 nada tiene que ver con la causa palestina ni con ningún movimiento de liberación. Fue una salvaje carnicería que se hizo pública para bloquear las negociaciones políticas por una tregua en el conflicto y boicotear el inicio de negociaciones. 

Ni "guerras" ni "resistencia", estamos obligados a revisar nuestro vocabulario. Lo que sucede en Israel, también obliga a revisar ideologías. 

Gobiernos autoritarios, unos que se autodenominan "iliberales", o dictaduras plebiscitadas, regímenes de derecha, admiran al Israel de Benjamin Netanyahu por llevar a cabo una política expansionista, crear una sociedad militarizada, asociarse a un mesianismo fundamentalista, atacar a los jueces que lo investigan por actos de corrupción, y negar todo derecho de existencia a los palestinos. De un modo semejante, en nuestro país el gobierno de Javier Milei adhiere a la política israelí de un modo oportunista, hipócrita y, sobre todo, irresponsable.  

A los que denunciamos lo que sucede en Gaza, no nos une el espanto. Por el contrario, resalta lo que nos diferencia. Una izquierda reaccionaria bajo rótulos variados dice apiadarse de las víctimas, de los niños y mujeres muertos, para encubrir un odio a Israel al que nunca le reconocieron su derecho a la existencia. Estaban de acuerdo con limpiarlo del mapa por ser una cuña del imperialismo norteamericano y por catalogarlo como una potencia colonial. 

Eligen de un modo obsceno a sus víctimas de acuerdo a su matriz ideológica convirtiéndose en vendedores de dolor y mercenarios del sufrimiento ajeno. No faltan, además, aquellos que se regocijan porque el horror del Holocausto se ve manchado y deslegitimado por lo que sucede en Gaza y convierte al pueblo judío de víctima en verdugo de la historia. Se montan sobre este esperpento ideológico los antisemitas de siempre y los racistas consuetudinarios.

Pero los personajes recién nombrados no son los únicos, por suerte, que intervienen en este conflicto. Hay otros, y son numerosos los que defienden el derecho a la existencia del Estado de Israel y denuncian el gobierno de Netanyahu. Y digo gobierno, y no estado, país o nación. Lo que está en juego es una política, la de una nefasta alianza a la que se combate en las calles de Jerusalem, de Tel Aviv, de Haifa y de otras ciudades, que se la denuncia en diarios, en la voz de  personalidades culturales, de políticos, de exministros y de militares en total desacuerdo con las acciones del ejército israelí, una protesta que se hace oir de parte del clamor de familiares de las víctimas secuestradas por Hamas ya estén vivas o muertas, y por todos los judíos del mundo que bregamos por dos Estados, el israelí y el palestino, para que puedan compartir un destino común. 

Es nuestro deseo que se cumplan los objetivos de aquellos sionistas que soñaban con una tierra para los judíos del mundo en armonía y respeto por la población local. Jaim Weizman, primer presidente de Israel, dijo en la década del veinte del siglo pasado: "Si algún día seremos mayoría en Palestina, como muchos deseamos, de todos modos seremos una isla en un océano árabe. Debemos llegar a un buen entendimiento con estos pueblos que se nos parecen y con quienes hemos vivido en concordia en el pasado (...) El Congreso sionista debe aprender la verdad de que Palestina no es Rodesia, y que seiscientos mil árabes viven en esa tierra, que ante el sentido de justicia y frente al mundo, tienen exactamente el mismo derecho a tener su hogar que nosotros a tener el nuestro" (1925). Fue hace cien años.

Gaza no es Auschwitz. No hay competencia de horrores. "Si esto es un hombre" se preguntaba Primo Levi, y sí, lo es, es el que inventa variados modos de destruir vida. El Holocausto no fue una masacre sino un proyecto biopolítico para exterminar a un pueblo y hacerlo desaparecer de la tierra hasta el menor de sus vestigios que rastreaban hasta siete generaciones de ascendientes. Fue la culminación de siglos de persecución, pogromos, matanzas, ante la indiferencia o la complicidad de todo el mundo. Por eso nace Israel. 

Gaza y lo que acontece en Cisjordania es el delirio sanguinario de un sector de la sociedad israelí, desgraciadamente de un peso creciente, que se basa en una lectura fascista de la Biblia. No es el único fundamentalismo en acción.

El gran escritor judeo -israelí David Grossman, que perdió un hijo en combate, afirmó que lo que se comete en Gaza es un genocidio. Palabra terrible que no debe asustarnos a los judíos. Es lo peor que podemos hacer. Es vano hacer ditirambos con la palabra genocidio en busca de un supuesto significado verdadero. 

Debemos asumir el hecho y denunciarlo. Es un deber moral como judíos respecto de nuestra historia, por nuestros padres, nuestros abuelos y por los sobrevivientes de los campos de exterminio que dijeron "nunca más" al racismo criminal de cualquier procedencia ideológica o religiosa.

Mientras haya un Grossman, mientras evoquemos a un Amos Oz, mientras acompañemos a Daniel Barenboim, y tantos otros judeo-israelíes, mientras haya un Edward Said, un Sari Nusseibeh, un Emil Habibi, un Mitri Ráheb, una Raymonda Tawill, y tantas otras palestinas y palestinos que luchan por la paz y la convivencia, hay esperanza.

 

Tomás Abraham, filósofo (Argentina), Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires/Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tibiscus, Timisoara (Rumania). Colaborador permanente de CONTRATAPA, suplemento de temas culturales de Uypress.

 

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2025-08-17T23:27:00

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