Guiso de pingüino y milanesas de foca. Michael Mansilla
10.12.2025
Los antiguos exploradores polares, sufrían un padecimiento en común: la falta de alimentos frescos, de carnes y vegetales frescos. Todo era comida enlatada, salado, ahumados que hacía estragos en sus intestinos. Pero en las primeras estaciones meteorológicas encontraron alguna solución: Carnes frescas, lobos marinos, focas, cormoranes. Todo terminaba en la olla.
Las Islas Orcadas del Sur se encuentran dentro del círculo polar austral, a poco más de 120 kilómetros del extremo norte de la península antártica. La presencia argentina en el lugar se remonta al 22 de febrero de 1904, cuando se enarboló allí por vez primera el pabellón albiceleste.
Pero los británicos no se tardaron en responder. El 21 de julio de 1908 el Reino Unido reivindicó, mediante una carta patente firmada por el rey Eduardo VII, su soberanía sobre las denominadas Dependencias de las islas Malvinas (Falkland Islands Dependencies, territorios dependientes del Gobierno británico de las islas Malvinas), incluyendo a las islas Orcadas del Sur.
Pero el rey Eduardo VII, no había sido informado por el Foreinge Office, un expedicionario escoses con la aprobación de embajador británico en Buenos Aires, había vendido una estación meteorológica en las islas Orcadas del sur
Ahora el gobierno argentino, tenían como respaldo, el pagare de la venta definitiva de las Islas 0rcadas del Sur de parte de un súbdito británico que se atribuyó estos poderes extraordinarios.
Desde el siglo XIX islas fueron visitadas por cazadores de focas y de ballenas, pero no se realizó ningún relevamiento detallado hasta la expedición del Scotia, comandada por el escocés William Speirs Bruce, en 1903. La expedición invernó en la isla Laurie debido a que el barco quedó a merced de los hielos. Bruce cartografió las islas, y estableció una estación meteorológica (la Omond House). Al zafar el barco de su inmovilidad, navegó en diciembre a Buenos Aires para reaprovisionarse. Bruce deseaba la continuidad de sus estudios, por lo que ofreció en venta las instalaciones británicas al Gobierno argentino en $ 5.000 (¿pesos o Libras?); en la negociación prestó su conformidad el embajador británico en Buenos Aires. La base argentina de las Orcadas es el establecimiento humano permanente más antiguo de la Antártida.
Para los juristas en derecho internacional de la epoca se dividieron. La estación meteorológica (Osmond House) se mantuvo en funciones con personal argentino permanente (incluso en invierno) y siendo el único asentamiento estable las Orcadas del Sur pertenecerían a la República Argentina. En cambio, el resto solo consideraba la venta de la estación meteorológica.
El 15 de agosto de 1925 el Gobierno argentino comunicó a la Oficina Internacional de la Unión Telegráfica, que había establecido una estación de radio en la isla Laurie, haciéndolo en términos de soberanía sobre el archipiélago. El Gobierno británico protestó y recibió por respuesta que la estación de radio fue construida en territorio argentino. El 14 de abril de 1926 el Gobierno británico volvió a pasar una nota reafirmando sus derechos a las islas y declarando que por primera vez se anoticiaba de la reclamación argentina. La estación de radio inició sus operaciones el 30 de marzo de 1927.En 1927 el Gobierno argentino expresó a la Unión Postal Universal en Berna que la jurisdicción territorial argentina se extendía de jure y de facto a las Orcadas del Sur y Georgias del Sur y el 20 de enero de 1928 respondió a una protesta británica del 8 de septiembre de 1927, expresando que su soberanía sobre las Orcadas del Sur se basaba en inalienables derechos y que la primera ocupación fue constantemente mantenida.
En 1947 el British Antarctic Survey abrió una estación de investigación biológica en la isla Signy (la base Signy).
Recién en convención de Montevideo de 1959, se establecieron las leyes que establecían las normas para constituirse en país o territorio soberano.
Todas las idas y venidas de cartas diplomáticas terminaron en la guerra de Malvinas, en 1982 donde las Orcadas del Sur fueron ocupadas militarmente por los británicos. Aunque las reivindicaciones argentinas aún continúan.
Ha pesar de las reclamaciones, desde entonces, no detuvieron las expediciones provenientes de todos los países del globo enfocadas en estudios científicos propios de esas regiones meridionales. Las bases de operaciones se establecían en Buenos Aires, algunas en Montevideo o puertos brasileños. Actualmente la entrada al espacio antártico de la mayoría de los países con presencia allí, expediciones de investigación o cruceros turísticos se realizan desde el puerto chileno de Punta Arenas, especialmente equipado.
Milanesas de foca.
La entonces Oficina Meteorológica Nacional (actual Servicio Meteorológico), que organizaba la mayoría de los viajes y preparaba gran parte del personal destinado a tan dura y abnegada tarea. Una de esas personas, José Manuel Moneta, tuvo el singular privilegio de participar en las expediciones de 1923, 1925, 1927 y 1929. Como fruto de esa experiencia escribió un interesantísimo libro titulado "Cuatro años en las Orcadas del Sur", en el que relata sus vivencias junto a un puñado de compañeros (diferentes en cada ocasión) responsables de las diversas tareas inherentes al funcionamiento de la Estación Meteorológica radicada en el lugar.
El texto describe las diferentes peripecias que debían experimentar los cinco o seis héroes destinados a una labor que llegaba a durar más de doce meses, comenzando un verano y concluyendo el siguiente. Sólo en época estival podía realizarse el relevo correspondiente, ya que el resto del año las islas quedaban completamente encerradas por gruesas capas de hielo. En semejante contexto, el papel del cocinero resultaba fundamental para mantener la moral bien alta. Al respecto, Moneta asegura que "el único placer susceptible de hacer más llevadera la vida antártica se traduce con estas palabras: comer bien". Por tal motivo se elegían hombres con experiencia cocinado en buques de alta mar durante períodos prolongados. En las cuatro expediciones reseñadas por el autor, el trabajo gastronómico le correspondió a Otto Zeiger (1923), Jorge Piper (1925), Conrado Becker (1927) y Rómulo Devoto (1929) .
El arribo de cada grupo era acompañado por una gran cantidad de provisiones, especialmente alimentos en conserva que constituían la base de las comidas: carnes tipo corned beef y escabeches, amén de los aderezos, las salsas, las harinas, el arroz y los demás elementos culinarios básicos. Lo más preciado eran las legumbres, papas, hortalizas, frutas frescas que llegaban desde huertos argentinos. Pero había que estirar el acopio de vegetales, que casi nunca se lograba, porque el próximo barco de abastecimiento regresaría en el siguiente verano.
No obstante, en el caso de la carne era casi imposible pretender que el sufrido grupo se alimentara sólo de conservas durante todo un año, por lo que los expedicionarios no titubeaban en asegurarse -por sus propios medios-una regular provisión de productos animales frescos típicos de esas latitudes. Mediante diferentes métodos de pesca, caza o captura, se agregaban al menú pingüinos, focas, aves voladoras y algunos pescados.
El texto describe las diferentes peripecias que debían experimentar los cinco o seis héroes destinados a una labor que llegaba a durar más de doce meses, comenzando un verano y concluyendo el siguiente. Sólo en época estival podía realizarse el relevo correspondiente, ya que el resto del año las islas quedaban completamente encerradas por gruesas capas de hielo. En semejante contexto, el papel del cocinero resultaba fundamental para mantener la moral bien alta. Al respecto, Moneta asegura que "el único placer susceptible de hacer más llevadera la vida antártica se traduce con estas palabras: comer bien". Por tal motivo se elegían hombres con experiencia cocinado en buques de alta mar durante períodos prolongados. En las cuatro expediciones reseñadas por el autor, el trabajo gastronómico le correspondió a Otto Zeiger (1923), Jorge Piper (1925), Conrado Becker (1927) y Rómulo Devoto (1929) . Este cocinero ítalo argentino fue el más recordado. Los tres primeros eran alemanes y el último, ítalo- argentino. Según refiere Moneta, semejante cambio de nacionalidad en la última expedición trajo aparejada la feliz presencia en la mesa de algunos platos muy porteños, como fainá y tallarines con tuco.
El arribo de cada grupo era acompañado por una gran cantidad de provisiones, especialmente alimentos en conserva que constituían la base de las comidas: papas, hortalizas, frutas, carnes tipo corned beef y escabeches, amén de los aderezos, las salsas, las harinas, el arroz y los demás elementos culinarios básicos.
No obstante, era casi imposible pretender que el sufrido grupo se alimentara sólo de conservas durante todo un año, por lo que los expedicionarios no titubeaban en asegurarse -por sus propios medios-una regular provisión de productos animales frescos típicos de esas latitudes. Mediante diferentes métodos de pesca, caza o captura, se agregaban al menú pingüinos, focas, aves voladoras y algunos pescados.
Los pingüinos eran las presas más abundantes y fáciles de cazar, tanto los animales como sus huevos. De estos últimos se obtenían hasta cinco mil cada verano y se los preparaba de las mismas formas que a sus similares de gallina, aunque tenían la particularidad de que las claras seguían siendo transparentes incluso luego de cocinadas. Con la carne (pechugas y patas eran las únicas piezas comestibles) se preparaban guisos varios y milanesas, pero era necesario marinarla previamente debido a su acentuado sabor salvaje.
El proceso comenzaba con el lavado y la colocación en fuentones enlozados; luego se agregaban vinagre, sal, pimienta, salsa inglesa y varias especias. En ese adobo debía permanecer al menos dos días. Cada vez que se cansaban del pingüino, la variante más común a su carne era la de foca, si bien tales bestias eran mucho menos numerosas y notoriamente difíciles de apresar. Cuando le sirvieron milanesa de foca por primera vez, el autor de la obra afirma que tuvo una gran desconfianza, pero luego de probar tan exótico plato quedó sorprendido por su terneza y buen sabor. "Parecía una vulgar milanesa de vaca condimentada", asegura.
Otras posibilidades de obtener piezas comestibles eran las aves voladoras (disparos de fusil y puntería mediante), sobre todo los abundantes cormoranes que de manera eventual terminaban en el horno de la casa-observatorio a modo de pavos. La pesca bajo el hielo de acuerdo con el típico sistema esquimal resultaba menos frecuente, pero los especímenes obtenidos eran motivo de elogiosos comentarios por parte de los comensales, quienes los encontraban invariablemente satisfactorios. Tal es el caso de un pez que tenía "cabeza grande y boca muy ancha, el lomo color grisáceo y el vientre amarillento. Su aspecto exterior no era atrayente, pero más tarde comprobé que su carne y su sabor no tenían nada que envidiarle al pejerrey", sentencia el relato.
Carne peligrosa.
Pero la ciencia y la historia de exploradores árticos y antárticos como la fallida misión australiana Douglas Mawson, se comprobo que la carne de estos animales es toxica si consume con asiduidad. Existen otros varios registros históricos (exploradores polares) de intoxicaciones graves por consumir hígado de animales polares.
La Hipervitaminosis A es el riesgo principal. Los animales carnívoros de zonas polares acumulan cantidades extremadamente altas de vitamina A, sobre todo en hígados, grasas y organos internos.
Consumir hígado de foca, oso polar o ciertos pinnípedos puede causar intoxicación aguda: Náuseas y vómitos, dolor de cabeza intenso, descamación de la piel, dañó hepático y en casos extremos: coma o muerte. También se trasmiten parásitos y patógenos, especialmente en consumo crudo o mal cocido: Trichinella (triquinosis), Anisakis, bacterias adaptadas al frío.
Pingüinos: su consumo es ilegal internacionalmente (Tratado Antártico). Focas y leones marinos: consumo permitido solo en contextos indígenas regulados (Inuit, groenlandeses pueblos del Ártico). El consumo de carne con alta de vitamina A define características físicas y el color de piel. Tanto así que otro pueblo Artico no comparte estas características: los lapones que consumen carne de reno y abundantes vegetales provenientes del sur.
Las milanesas de foca era un plato que se degustaba cada 15 o 20 días.
Ginebra Bolt.
Desde luego, en los años posteriores la base fue mejorando sus instalaciones conforme progresaban las tecnologías y los elementos de confort. En la introducción a la edición de 1958, Moneta compara la holgada situación del personal antártico de esos años con las privaciones, que debían soportarlos expedicionarios de su época.
"Todas las bases tienen cámara frigorífica para la conservación de las reses vacunas que se proveen desde Buenos Aires para el consumo diario y", asegura, y continúa: "ello contrasta con la alimentación a base de focas y pingüinos a la que forzosamente debíamos recurrir en el pasado". Para finalizar, observemos un paralelismo similar referido al consumo de bebidas alcohólicas: "en las salas de estar de las bases modernas se pueden ver botellas de licores y bebidas espirituosas de conocidas marcas, de las que se hace uso sin las restricciones ni el racionamiento que nos imponíamos antiguamente en las Orcadas para que nuestro modesto cajón whisky o de coñac alcanzara para todo el año, lo que nos permitía solamente una copita por hombre y por semana". Pero el mismo Moneta se desmiente "Dentro de las provisiones, entraban una bebida del gusto de las nacionalidades, los porrones cerámicos de ginebra Bolt" "Aunque el jefe de la estación seguía controlando las raciones" "no es fácil mantener un grupo de hombres rudos confinados varios meses y el alcohol no ayudaba"
"Sin dudas, aquellos hombres eran fuertes en cuerpo y espíritu. Eso les aseguró la supervivencia y el cumplimiento del deber en los inhóspitos confines australes del mundo cuando allí no había nada, literalmente" finaliza Monetta.
Michael Mansilla
michaelmansillauypress@gmail.com
https://michaelmansillauypress.blogspot.com/
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias