Hoy lloré. Selva Andreoli
14.05.2025
Porque Pepe me recordaba a mi padre. Yo lo conocí a los 14-15 años, cuando llegaba del liceo a casa, y él, junto a Marenales y Lluveras, estaban enfrascados en largas charlas filosóficas y políticas con mi viejo, que era anarquista.
Mi padre no comulgaba con la lucha guerrillera, pero estuvo preso por guardarles armas, y siempre ayudó a militantes clandestinos -incluidos compañeros del Partido Comunista -, guardó mimeógrafos, personas, y muchas otras cosas en la época de la dictadura.
Yo no sabía en aquella época que esas tres personas eran tupamaros, los reconocí bastante más tarde en las fotos de los periódicos cuando estaban requeridos. Pero sí entendía que eran personas inteligentes y que mi viejo las apreciaba porque les dedicaba largas horas de conversación en la barraca del Cerro, mi casa.
Cuando mi padre falleció, hace ya unos cuantos años, el primero en llegar a la casa velatoria de Bordino, en el Cerro, fue el Pepe. Apareció solo, sin previo aviso, tempranito en la mañana; e hizo su guardia con respetuoso silencio y ojos acuosos que no disimulaban su tristeza. Me abrazó y me dijo: "tu viejo sí que era un gran tipo". En la primera oportunidad que tuve- ya era presidente -, le confesé que nunca olvidé ese gesto y sus palabras, tan simples como ciertas.
¿Por qué rompí a llorar? Porque me vinieron de golpe todos estos recuerdos de mi juventud y de tantas "pérdidas". Y recordé cuánto se parecían en muchos aspectos. Ambos eran impulsores del libre pensamiento, rebeldes, críticos del consumismos, vivían una vida austera, lectores incansables y agudos filósofos de la humanidad, con una vitalidad envidiable para hacer frente a las dificultades, incansables, solidarios, y siempre con ánimo emprendedor, con una mirada estratégica y propulsora.
Yo no pensaba igual que Pepe; es más, cuando me afilié a la Juventud Comunista, también desilusioné a mi padre, que consideraba que estaba encadenando mi "espíritu libre pensador "- que él se había encargado de cultivar con tanto ahínco en mi niñez y adolescencia - a una estructura partidaria.
Es más, la línea del Partido Comunista estaba enfrentada a la línea tupamara, y las discusiones y enfrentamientos estaban siempre presentes. Sin embargo, me consta que en la casa de muchos comunistas se alojaron tupas requeridos, y en la propia casa de Arismendi se escondíó por unos días, una amiga de mi familia: Victoria Setelich, compañera del Bebe Sendic en esa época y madre de dos de sus hijos.
Así era el Uruguay de antaño, de luchadores contra la dictadura que, a pesar de las grandes diferencias de estrategias y tácticas que teníamos para cambiar el mundo, no dudaban en tenderse una mano, porque en esa lucha todos éramos compañeros.
Tuvimos desengaños, por qué negarlos, y hasta a veces nos sentimos enojados con ciertas prácticas de la militancia tupamara. Hubo momentos duros, de mucha confrontación, aunque con el tiempo aprendimos a limar tanta aspereza. Cuando se habló de su integración al Frente Amplio, también hubieron discusiones y disidencias.
Pero Pepe cumplió con creces muchas de las promesas que hizo al asumir como Presidente y demostrar su compromiso con la democracia. Se podrá discrepar con algunas de sus decisiones pero nunca pensar que fueron en provecho propio.
Y le dio una épica a la militancia - sobre todo a los jóvenes - como ningún otro dirigente en esta época tan "diluida", ingrediente único y necesario para entusiasmar y trabajar para los cambios.
Su capacidad de comunicación con los jóvenes fue una de sus grandes fortalezas, a nivel nacional e internacional. Si no, cómo se explica que lo recibieran en estadios y universidades multitudes que lo vivaban con el mismo entusiasmo que a un famoso cantante del momento.
Y sin jóvenes no hay cambio posible. En esta sociedad líquida en que vivimos, cuánto necesitamos de líderes políticos o sociales, que devuelvan la esperanza y la sana rebeldía a la juventud, y por qué no, a todos los que anhelamos una sociedad más justa.
Quiero culminar esta anécdota personal diciendo que supe disfrutar de almuerzos en mi casa con Pepe y Lucía, y que siempre aprendí. Eran un libro abierto sobre los problemas que conmueven hoy a la humanidad, siempre tenían algo interesante para aportar desde cómo mejorar el ganado o combatir una plaga, o proponer soluciones al problema de la vivienda. Tenían ideas, proyectos, y compartían conocimiento.
En las veces que lo visité en la chacra, comprendí la coherencia entre el dicho y el hecho, admiré la Escuela levantada con su sueldo de presidente, y el cariño de sus vecinos. Y a su lado, siempre Lucía: una compañera digna de ese gran hombre.
Ambos construyeron una vida de sacrificio y entrega, y así los recordaremos, quiero pensar que no hay Pepe sin Lucía.
Lic Selva Andreoli Directora Grupo Publicitario PERFIL
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias