Ana

Ismael Blanco

26.10.2019

Me desperté a la madrugada... Advertí que no era que no podía dormir por el repentino calor... Más estaba inquieto y a la vez tranquilo... se que es paradójico lo que digo, pero son esos estados intermedios donde lo contradictorio llega a un punto de equilibrio.

No tardé en advertir que se trataba otra vez de uno de esos duendes que de tanto en tanto se le aparece a uno en medio de la noche, como si se tratara de un niño inquieto no dejaba de tirarme de la manga para que me levantara.


Con el tiempo aprendí que lo mejor es hacerles caso rápidamente, pues de lo contrario, ellos, pasados unos minutos me vuelven a llamar y de continuar en la misma tesitura, uno termina dando vueltas por horas en la cama: ni duermo ni ellos se van.

El caso es que apenas me calcé y este conocido duende de las noches -amigo duermevela e incansable trasnochador- me siguió cinchando hasta que me llevó a la computadora dejándome apenas tomar un vaso de agua al vuelo.

Su inquietud ya me resultaba desconocida, era evidente que su ansiedad no iba a parar hasta que le diera toda la bolilla que me demandaba. Nunca paran hasta que se salen con la suya.


Y ahí estaba...al fin pude entender tanta premura, me estaba señalando la computadora, esa amiga que tenemos en común cuando ni él ni yo pegamos un ojo.
Me ayudó a sentarme acomodándome con cuidado en la silla, me acercó la luz de la lámpara para apaciguar mi foto sensibilidad y con un gesto que ya me pareció demasiado insolente agitaba una de sus delgadas manos de largos dedos me enseñaba un texto...

Una persona, que resultó ser un compañero, con quien no me había cruzado en mi vida de medio siglo, me había escrito por la red cibernética y entre sus fotos se me presentó frente a mi rostro unas de Nicaragua, aquella, la de la revolución linda.

Mientras me refregaba los ojos achinados por el sueño y me sosegaba por la impertinencia del pequeño elfo, advertí la razón de su ansiedad, es que él me estaba señalando a esa muchacha de pañuelo rojo en la cabeza, esa jovencísima mujer que marchaba junto a sus compañeros por Santa Celia en Matagalpa, hace 32 años cargando bolsas de rojo café, sueños y esperanzas.


Ella era Ana, si... Ana...,ella, la misma, la que hace unos días mis amigos y viejos camaradas me han dicho que ha partido para siempre cosa que ni yo ni mi duende les creemos para nada... Es que la estoy viendo, ella está allí marchando colina arriba las tierras de Matagalpa.

Para Ana Naviliat (campanita)

 

Viniste a visitarme

en sueños

 

Pero el vacío

que dejaste cuando

te fuiste

 

fue realidad.

 

Ernesto Cardenal

 

Ismael Blanco
2019-10-26T20:34:00

Dr. Ismael Blanco