Las previas al Golpe de Estado
Juan Raúl Ferreira
23.06.2016
El lunes que viene harán 43 años del Golpe. Agenda en mano puedo recordar paso a paso aquella noche.
El fin de semana del 24 y 25 de junio de 1973 fue especialmente agitado. El movimiento Por la Patria (1) tenía prevista una gira por el departamento de Maldonado, la cual se llevó cabo en medio de rumores y comentarios sobre la inminencia del atentado a las instituciones. El principal dirigente porlapatrista del departamento, Miguel Ángel Galán, tenía formación militar. De hecho era teniente retirado de la Fuerza Aérea y como hombre de honor, no podía creer que sus viejos camaradas de armas cometieran aquel atropello. Algo más de 48 horas más tarde lo torturaron encapuchado. Las señales no podían ser más elocuentes. Pero todos tratábamos de convencernos de que algo iba a ocurrir que impidiera que los grandes valores nacionales fueran avasallados. En la noche del sábado, al culminar las actividades partidarias del día, cenamos en la cima del Cerro Pan de Azúcar con dirigentes y simpatizantes de dicha localidad. Uno de ellos, a quien no conocíamos bien, comenzó a alertar: "Hay que prepararse y resistir". Wilson le habló con ponderación y cautela; cuando inquirió quién era, resultó ser uno de los jefes de la base aeronaval de Laguna del Sauce (2) Todas las señales iban en la misma dirección. Los hechos se precipitaban.
El domingo la movilización se cerró con un gran acto en la Plaza San Fernando de Maldonado. Un grupo con banderas de la Juventud Uruguaya de Pie (3) insultaba y gritaba desde la vereda de enfrente para impedir que se oyera al orador. Un cordón policial nos separaba pero parecía cuidar más al agresor que a los agredidos. Comenzaron a arrojar piedras y objetos punzantes. Con mis impulsivos 19 años, no tuve mejor idea que increpar a la Policía por negligente. Como era de esperarse, marché preso. En pleno discurso, Wilson advirtió lo que ocurría por el griterío de la gente. Hizo una pausa y dijo: "Se llevan preso a mi hijo...". Pensé que me había salvado. "Déjenlo -agregó- así se va acostumbrando". Si me habré acordado de aquella frase cada una de las nueve veces que fui preso en los años siguientes. Galán me sacó de la Jefatura.
Estábamos alojados en el Hotel Iberia de Punta del Este, entonces en manos de nuestro correligionario Evaristo Salazar (4). La delegación se dispersó. Galán quedaba en Maldonado. Wilson se iba a descansar unos días en el campo (el Cerro Negro). (5) Yo regresaba con el ex senador Horacio Polla, otro héroe poco recordado. El viejo Mercedes Benz de Polla en el que regresé a Montevideo, una semana más tarde protagonizó un espectacular accidente cuando la plana mayor del partido volvía en él del primer encuentro clandestino con Wilson, que había ingresado a escondidas a Uruguay tras exiliarse en Argentina. Polla fue en los trágicos años que se vinieron uno de los pilares más importantes de la resistencia blanca. Además, un caballero en el sentido más cabal de la palabra. Pero un caballero valiente que no dejó pasar un solo día sin combatir pacíficamente contra la dictadura.
Un breve paréntesis para decir algo de Polla, el hombre que la noche antes del golpe me llevaba de regreso a Montevideo. Los jóvenes lo sentían como uno de ellos. En el garaje de su casa de Cartagena 1633, muchachos blancos y frenteamplistas de diversos sectores sacaban a mimeógrafo El Perseguido, un semanario clandestino. La casa de Polla, lindera fondo con fondo con la Embajada de México, (6) era el pasaje natural de aquellos que querían buscar asilo. La especial vigilancia a la que era sometida no impidió que allí nos juntáramos permanentemente con otros pilares fundamentales de aquellas gestas: Cacho López Balestra, (7) los jóvenes de las coordinadoras, Dardo Ortiz, (8) Mario Heber y muchas veces dirigentes de otros partidos, luchadores clandestinos y simples ciudadanos con ganas de hacer algo.
Volvamos a la noche antes del golpe. Polla me dejó en mi casa ya en la madrugada del 26. (9) A un día del golpe. Debajo de la puerta había un mensaje de "Augusto", el seudónimo del capitán de navío Bernardo Piñeyrúa, un militar constitucionalista muy amigo de Wilson. Era director del Servicio de Hidrografía y presidente del Club Naval. Perseguido, destituido y preso durante la dictadura, naturalmente. Me pedía que fuera su casa, a un par de cuadras de la nuestra, al otro día tempranísimo en la mañana. Allí fui, me advirtió que el presidente Bordaberry había decidido apresar al senador Enrique Erro, (10) acusado de tupamaro por el gobierno, violando sus fueros parlamentarios. La orden no se había cumplido, porque éste se encontraba en Buenos Aires invitado por la Juventud Peronista. Al regresar, lo detendrían en el aeropuerto. Había que ganar tiempo. También quería reunirse con Wilson junto con algunos camaradas de armas el jueves siguiente. Pero la democracia sólo tenía minutos de vida.
Rumbo a casa iba pensando cómo hacerle llegar a papá tantas noticias urgentes. No existían los celulares, las comunicaciones eran lentas. Para llamar a Castillos 'sin demora' (11) había unas tres o cuatro horas de espera, luego había que avisar en un escritorio rural, que allí tomaran un taxi, fueran al campo y le dijeran que se arrimara al pueblo para llamar a casa. Entré al departamento y para mi sorpresa mamá y papá acababan de llegar. Algo les decía que debían interrumpir su descanso y allí estaban. Lo impuse de los hechos y enseguida se hizo cargo de la situación. Se encontró con el senador Zelmar Michelini (12) en casa y ambos hablaron con Seregni. Éste le pidió a aquél que viajara a Buenos Aires para pedirle a Erro que pospusiera su regreso hasta que se aclarara un poco el panorama. Por eso ninguno de los dos estaba esa noche en el Palacio. Michelini se había salvado, pero sólo por un rato.
De tarde todo se fue en preparativos. Muy desordenados, muy caóticos. Conseguir escondites, adoptar medidas de seguridad, juntar algunos pesos. En medio de eso papá me pide que hable con el Toba, (13) a la sazón presidente de la Cámara de Representantes. La directiva era que se fuera lo antes posible. El Toba no creía. Su inmensa bondad le hacía difícil concebir la idea. "Mirá que no, Juan, decile al viejo que vamos a ver, hay militares en contra". Yo iba y volvía del despacho del Toba a la Sala Verde, despacho de Wilson, (14) que quedaban en los ángulos opuestos del Palacio. Finalmente Wilson fue tajante: el Toba debía irse. Tampoco se fue, se ocultó y sólo pudo salir unos días más tarde, disfrazado, en el Vapor de la Carrera, gracias a la ayuda del gerente de Naviera Dodero, Alfredo Arocena, otro amigo excepcional que se jugó más de una vez en aquellos tiempos.
Las coordinadoras de Juventud de por la Patria tenían un acto en el Cine Grand Prix, en el Cerrito de la Victoria. (15) Habían insistido mucho en que Wilson llegara hasta allí. No estaba previsto pues, como hemos dicho, la gente lo hacía descansando en Cerro Negro. Papá resolvió ir. La alegría de aquellos jóvenes al verlo llegar es indescriptible. Cantaba Eustaquio Sosa, a quien se le pidió que interrumpiera el repertorio para que hablara el caudillo. Wilson inició su despedida. "No nos vamos a ver por mucho tiempo". Yo había quedado parado al lado de las butacas del viejo cine. Recuerdo los rostros desconsolados de jóvenes llorando de rabia, de pena, de sorpresa y también de emoción y compromiso. Fue la generación que aprendió a amanecer e irse a dormir con la bandera del partido sobre el hombro.
De allí fuimos al Palacio. La sesión se interrumpió y dio lugar a una solemne de despedida. Había llegado la hora. No creo que haya en la historia de país alguno un episodio de esa fuerza épica y romántica al mismo tiempo. El Parlamento disuelto sesionaba. Le hablaba a la historia. Presidía el senador Eduardo Paz Aguirre (Lalo), ya que el vicepresidente Jorge Sapelli no estaba en el Palacio, agotando sus últimos recursos para tratar de evitar el atentado a la Constitución. Hubo que traer a Carminillo Medero (en pijama con un sobretodo encima) para asegurar el quórum, dada la ausencia explicada de Erro y Michelini. Teníamos todo previsto para sacar a Wilson al terminar su discurso. Pero corríamos riesgo de dejar al Senado sin número. Llevé una esquela de Wilson a Lalo que estuvo de acuerdo en permitir la prematura partida de Wilson, antes que culminara la sesión.
Lo que sigue es el episodio más conocido por la opinión pública. El célebre discurso de Wilson perpetuado en celuloide blanco y negro. Varias veces al año todos los canales de televisión lo retransmiten. Tras anunciar que su partido se consideraba en guerra contra el señor Bordaberry, enemigo de su pueblo, y sus cómplices concluye: "Los señores senadores me permitirán que yo, a pesar de que la hora exige emprender la restauración democrática republicana como una tarea nacional, haga una invocación que resulta ineludible a la emoción más intensa que dentro de nuestra alma alienta, y me permitirán que antes de retirarme de Sala, arroje a los autores de este atentado el nombre de su más radical e irreconciliable enemigo, que será, no tengan duda, el vengador de la República: ¡Viva el Partido Nacional!".
Luego, visiblemente emocionado, se levanta, abraza a un joven que aguardaba a sus espaldas y se va. Aunque parezca mentira, el joven de esa imagen histórica tantas veces repetida por televisión, con algunos años y unos cuantos kilos de menos, soy yo.
Rápidamente nos dirigimos a la salida. Varios jóvenes acompañan a Wilson vivando su nombre. Al llegar a la puerta del Senado por la que entraba y salía todos los días desde hacía más de veinte años, se nos heló la sangre. En medio de la creciente emoción, un brazo uniformado se interpuso en el camino y con la mano derecha tomó el brazo izquierdo de Wilson. Todos manoteamos un arma (aunque los jóvenes de hoy no lo puedan creer, en el Uruguay de entonces andábamos todos armados). Apareció el rostro del protagonista. Era José Antonio Grasso, el policía que cuidaba esa entrada. A diario nos intercambiábamos apenas un rápido "Buenas... Hasta mañana". Miró a los ojos a Wilson y con la voz cortada le dijo: "Mi casa es muy humilde, pero allá no lo van a ir a buscar". Vuelta la democracia, lo ascendieron al máximo grado policial.
Afuera aguardaban dos autos con los motores encendidos. Uno, el de Wilson, un Ford Escort blanco como el dueño, modelo 71, con Enrique Cadenas al volante. El otro, un Peugeot conducido por su dueño, Ignacio Posadas. Ambos serían senadores (16) veinte años después. La improvisada multitud fingió acompañar a Wilson al primero de los autos mientras él se escabullía al segundo. Yo subí al Escort y apenas comenzamos a alejarnos vimos que nos seguía un vehículo militar de los que la jerga popular llamaba "camellos". Avanzamos hacia Pocitos y al llegar a la Rambla y Pereira, otros dos vehículos se incorporaron, uno se puso delante del nuestro, los otros dos permanecían detrás, hasta que el primero se detuvo. Nos hicieron poner las manos sobre la cabeza, abrir las piernas a la intemperie, aun cuando el viento de la madrugada empezaba a helarnos. Sólo querían saber dónde estaba Wilson. Permanecimos en silencio -por lo demás, no sabíamos dónde estaba- hasta que cuando amanecía nos dejaron ir.
Muy pocos de los arreglos que habíamos hecho por la tarde anduvieron bien. Ricardo Vidal Araras y su esposa Tere habían conseguido un barquito que intentaría llevar a Wilson y Susana a Buenos Aires. Pero apenas embarcaron en el Puerto del Buceo, las fuerzas navales ocuparon el lugar y ejercían un férreo control de las embarcaciones que partían. Pasaron la primera noche en la pequeña cabina del yate. A la tardecita siguiente, sin haber comido desde el 26, dejaron el puerto con dificultad. Fueron llevados por Peti Rachetti (17) a su casa, donde varios amigos rearmaron con ellos los planes.
La salida iba a ser en la avioneta de Jorge Henderson, piloteada por él mismo, desde el aeropuerto de El Jagüel. Al Este fueron en tres vehículos, uno de ellos prestado por la empresa Martinelli. En esa época, el que arriesgaba tenía todo para perder y nada para ganar. En el primero iba mi padrino Carlos Burmester, dueño de la casa a la que iban, un batllista radical que se había jugado medio siglo antes en Paso Morlán. En el segundo viajaba mi madre con el hijo de Rachetti, casado luego con una prima mía. En el último automóvil iba Pepe Radiccioni. (18) Si había algún problema con el primer auto, el segundo debía girar bruscamente para dar tiempo a Radiccioni de huir con Wilson. No hubo problemas hasta que llegaron a Punta del Este. Pasaron la primera noche en el chalet Zapicán, gemelo del lindero Yamandú. El último conserva su nombre, mientras aquél, en el que pasaron la noche, es hoy la sede de una empresa constructora (19) pero ambos han sobrevivido a la fiebre de edificios y torres y aún existen en la Avenida de las Palmeras a metros del Puerto de Punta del Este. Cuando el día 28 un amigo golpeó la puerta para arrimar algo caliente para comer, una vecina anónima salió al cruce creyendo ayudar: "Ahí no hay nadie". Y como se ignorara su advertencia, cruzó a los gritos: "Váyase, mándese mudar, fuera, fuera de ahí". Ahí comprendieron. Este viejo partido, revoluciones había hecho, pero sobre la clandestinidad no tenía la menor idea. Ni las nociones básicas. Hubo que mudarse. Fueron a una cabaña del hermano de mamá en Laguna del Sauce. Allí los sorprendió la tercera noche.
Al otro día salieron de El Jagüel. Nadie pudo convencer a mamá de que se fuera luego, asumiendo menos riesgos. Ni modo. Dieciséis años después, cuando los restos de Wilson eran velados por una multitud en la Catedral Metropolitana, hubo un instante de soledad. Se desalojó el templo para preparar la partida hacia el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio. Susana quedó sola frente al impresionante féretro de bronce. El Padre Walter da Silva, un buen blanco y gran amigo, se acercó a ella. "Susana, venga un momentito a la sacristía, se sienta un momento que le preparé un té caliente", le dijo. Cuenta que mamá lo miró sorprendida, con una sonrisa que no disimulaba su dolor, y muy suave y naturalmente le dijo: "No, padre, gracias. No me separé de él un minuto desde que nos casamos, ¿por qué lo voy a dejar ahora?".
Efectivamente así fue, no se separó de él. En el hermoso texto para niños de Roy Berocay (con asistencia histórica de Caetano y Rila) el país de las cercanías incia un capítulo cuando Wilson sube a a una avioneta en movimiento y le dice a mi madre "No negarás que no te he dado una vida aburrida. Para ellos empezaba el exilio. Para mi faltarían dos años más.
(1) Sector fundado por Wilson en 1968.
(2) Base de la Armada muy cercana a la ciudad de Pan de Azúcar.
(3) JUP, grupo de ultraderecha con tendencias violentistas.
(4) Hermano del ex intendente blanco Francisco Salazar.
(5) Nombre del establecimiento rural de Wilson, en el departamento de Rocha.
(6) El embajador mexicano Vicente Muñiz llegó a tener más de un centenar de asilados al mismo tiempo en su casa.
(7) Óscar López Balestra, diputado por Tacuarembó, baluarte de la resistencia.
(8) Dardo Ortiz, dirigente cacionalista, ministro de Haciendo del segundo gobierno blanco y heredero del MPN fundado por Daniel Fernández Crespo.
(9) El golpe de Estado fue en la madrugada del 27 de junio de 1973.
(10) El gobierno había pedido el desafuero de Erro, el Senado se lo había negado y se iniciaba una solicitud de juicio político en la Cámara de Diputados.
(11) Los llamados de larga distancia se solicitaban 'con demora o sin demora' a distintas tarifas. Como el cuento del dentista que extraía a distinto precio las muelas 'con dolor o sin dolor'.
(12) Fue asesinado tres años más tarde en su exilio de Buenos Aires.
(13) Héctor Gutiérrez Ruiz, conocido como 'Toba', presidente de la Cámara de Representantes de Uruguay, asesinado tres años más tarde en Buenos Aires junto a Zelmar Michelini.
(14) Ver capítulo 'El Palacio Legislativo'.
(15) Barriada montevideana.
(16) Posadas además fue ministro de Economía. Ver capítulo 'Cuentos que no son cuentos'.
(17) José Emilio Rachetti, amigo personal de Wilson.
(18) José Radiccioni Carrasco, amigo personales de Wilson de toda la vida.
(19) Constructora Norte, del arquitecto Pérez Morgan. Uruguay es tan pequeño que hace poco, en un encuentro casual con el nuevo propietario que desconocía la historia, me contó a su vez, que había estado presente (sin haber sido afiliado al wilsonismo) en el Acto de la Plaza San Fernando en momentos en que yo iba preso.
Dr. Juan Raúl Ferreira
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias