Jugando a ser madre limosnera. Jorge Ángel Pérez (desde Cuba)
27.05.2025
Cada vez son más los niños que pasan por mi puerta pidiendo algún dinero para comer
Desde que el mundo es mundo los niños y las niñas juegan a ser mayores, y los roles ganan, cada vez más, todos los tintes de la diversidad; unas veces se hace el cocinado y más tarde se sacan las espadas, los rifles que extinguen a un ejército que es enemigo poderoso. Desde que el mundo es mundo los niños y las niñas juegan a ser adultos, y se divierten asumiendo roles.
Desde que el mundo es mundo los niños crean, incluso, nuevos roles; algunos de ellos son insospechados. A ser mamá jugaba la niña que miré ayer en la tarde de mi barrio. Yo miré a una niña que cargaba a su muñeca, que era su hija. La niña desandaba la calle San Cristóbal, una de las más conocidas en el Cerro habanero. La niña arrobaba a su muñeca, le cantaba a para que dejara de llorar.
La niña-madre contoneaba a su bebé para se quedara dormida, para que dejara de chillar, al menos eso decía la niña que era la mamá de la muñeca. La muñeca de la niña lloraba, y lloraba alto. La muñeca, según la niña, lloraba porque no había tomado leche, porque no tenía leche, porque la mamá que la cargaba no había conseguido leche ni en los centros espirituales, y tampoco tenía dinero para pagar los altos precios de esa leche que algunas veces aparece.
La niña-muñeca lloraba por un poco de leche, la niña-mamá pedía ayuda, una ayuda urgente para que su niña dejara de chillar para que se estuviera tranquila. La niña-mamá también lloraba, y parecía desolada, como suelen ser las madres cuando sus hijos no tienen nada para comer, cuando no tienen ni una onza de leche para su bebé. La niña, atribulada, como se atribulan las madres en la realidad, estaba triste y buscaba leche para su muñeca, es decir, para su hija.
La niña reproducía el accionar de sus mayores. La niña hacía lo mismo que hace una madre desesperada cuando no tiene nada que poner en el plato a la hora del almuerzo, cuando tampoco hay nada en el horario de la comida. La niña jugaba a ser madre desesperada, madre sin dinero y sin posibilidades de conseguirlo. La niña-madre hacía lo que veía hacer a otras madres de verdad, y pedía, pedía dinero para dar de comer a su hija, es decir, a su muñeca.
La niña ocupaba el rol que no le correspondía, pero nació en un país donde abundan los menesterosos, en un país que se precia de proveer una infancia saludable, y donde se hace común que no pocos padres pretendan azuzar a los hijos a pedir limosnas en las calles. Y cada vez son más los niños que pasan por mi puerta pidiendo algún dinero para comer, y no son pocos los que aseguran que sus padres los obligan a la mendicidad, a que procuren la comida de toda la familia, en un país que se jacta de proveer la mejor infancia del mundo.
Publicado en Cubanet, el 26 de mayo de 2025
Jorge Ángel Pérez nació en Cuba (1963), donde vive, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.
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