A SEGUNDA VISTA
La ahuyentadora de propagadores de falacias
08.09.2025
MONTEVIDEO (Uypress/Daniel Feldman) – En un mundo que en ciertas ocasiones –cada vez más- parece dominado por las “fakes”, siempre es bueno detenerse, sea solo por unos instantes, de frente a la realidad.
Aunque, vaya uno saber cuál es cuál, al punto que a veces no logramos ni distinguir quién es quién.
Claude Frédéric Bastiat nació en Bayona, Francia, cuando agonizaba el mes de junio de 1801, y culminó sus días en forma bastante prematura, como desenlace de la tuberculosis, en la nochebuena del año que partía el siglo en dos, 1850, en Roma.
A pesar de su relativamente corta vida, este economista, escritor y legislador es considerado como uno de los mayores teóricos del liberalismo.
La idea central que postuló es que el libre mercado es inherentemente una fuente de "armonía económica" entre los individuos, siempre que el gobierno se limite a proteger las vidas, libertades y propiedad de estos.
Uno de los opúsculos más celebrados de Bastiat es conocido por el nombre "Petición de los fabricantes de velas", pero en realidad su título completo es "Petición de los fabricantes de candelas, velas, lámparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado".
De corte satírico, trata básicamente sobre el proteccionismo, y fue publicada en 1845 como parte de su obra "Sofismas Económicos". En la obra se da cuenta de las numerosas ventajas económicas para la sociedad que podría tener el bloqueo del Sol, con consecuencias directas en el consumo creciente de muchos productos.
"Demandamos que Ustedes" -dice a los diputados- "tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, postigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casas, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al país, pues sería ingratitud abandonarnos hoy en una lucha así de desigual".
Pero no nos quedemos por ahí, ya que Bastiat nos ilustraba con otro ejemplo sobre el funcionamiento de la economía, que dio en conocerse como la "Falacia de la ventana rota".
Con perdón de los filósofos y especialistas en el tema, diré, muy pero muy resumidamente, que una falacia es un modo de razonamiento que, en la superficie, generalmente parece válido y correcto, pero en el fondo no lo es.
"Engaño, fraude, mentira", define el diccionario de la Lengua Española, y nos ilustra con la frase "No lo creas, es una falacia", sin necesidad de remitirnos a las Refutaciones sofísticas de Aristóteles.
El ejemplo de Bastiat funciona así: un niño, de esos que siempre andan por ahí a la buena de Dios, dijera una añosa vecina de antaño, rompe de una pedrada -intencional- la ventana de un comercio del barrio. Al comienzo, todo el mundo empatiza con el desafortunado comerciante, pero sin embargo, a poco sugieren que en realidad, el cristal roto beneficiará al vidriero, que comprará pan con la utilidad obtenida, y el panadero, con la ganancia proporcionada por la compra del vidriero, adquirirá zapatos, en provecho directo del zapatero, y así podríamos seguir. Conclusión: el gamberro no es culpable de vandalismo, sino que ha hecho un favor a la sociedad, generando beneficios para toda la cadena productiva, industrial, comercial, etc.
La falacia de este razonamiento, según Bastiat, es que no se perciben los costes escondidos (el comerciante se ve obligado a comprar una ventana nueva, cuando quizás pensaba adquirir pan, beneficiando al panadero, etc.). Entonces, llega a la conclusión de que, mirando el conjunto de la industria, se ha perdido el valor del cristal, y por tanto "la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos".
Con perdón de la digresión, me hizo recordar la anécdota que me relató mi padre de un experimentado viajante vendedor de golosinas, que al llegar a un pueblo juntaba a varios niños y les daba unas monedas para que fueran a los comercios a pedir caramelos de la marca que comercializaba. Al rato, aparecía por el negocio con su mercadería, y los comerciantes agradecidos por poder contar con los dulces que los niños reclamaban. Acá no había vandalismo ni ningún vidrio roto digno del análisis de Bastiat, sino simple picardía.
Como el tiempo pasa, independientemente del mercado, la añosa vecina de antaño ya no está, y cedió su puesto a un no tan añoso semejante, que da cuenta de una banda de palurdos -niños y no tanto- que por las noches, piedra en mano, deambulan por las desoladas calles de la urbe en procura de ventanas para propagar sus falacias.
Es así que, nuestra bella dama, haciendo gala de toda su bonhomía, se convierte en fiel custodia de su mirador, inmune a cómo su actitud pueda influir en el producto interno bruto de la nación.
Imagen registrada el 27/08/2025 por el barrio Cordón, de Montevideo, Uruguay
(*) A SEGUNDA VISTA
La primera... la primera vista es la que nos convoca.
La segunda nos embelesa, nos llama a la reflexión, nos causa gracia.
Daniel Feldman | Periodista