La autocratización. Ernesto Kreimerman

07.07.2025

 

Nos toca un tiempo extraño. Un momento histórico que, para quienes vivimos nuestra juventud en los años 80 y participamos activamente en la vida política y gremial con el objetivo de contribuir al retorno de la democracia, nunca hubiéramos imaginado. Eran tiempos en los que las fuerzas políticas se dividían entre democráticas y autoritarias. En nuestro país, la convergencia de todas esas fuerzas diversas hizo posible canalizar las esperanzas de libertad de una sociedad castigada por una dictadura cívico-militar que tanto daño provocó.

Aún hoy cargamos con aquellas dolorosas marchas del silencio de los 20 de mayo, que simbolizan el drama pendiente de los detenidos-desaparecidos y el dolor de sus familiares. Ese día, un atronador silencio reclama verdad y justicia.

Durante los procesos de redemocratización en nuestro continente, las democracias retornaron con una resignificación y revalorización de la vida institucional y del Estado de derecho. El retorno de la democracia, con elecciones como apertura de un nuevo ciclo, llegó cargado de esperanzas. Sin embargo, las respuestas posibles -y las alcanzadas- demostraron que el trascendental retorno a la institucionalidad no garantizaba, por sí solo, la resolución de los graves problemas estructurales. Ni la ausencia de estrategias de crecimiento económico ni los desmoralizantes niveles de pobreza encontraron soluciones profundas, sino apenas paliativos de corto plazo.

No obstante, la ampliación de las competencias del poder ejecutivo, mediante cambios sistémicos basados en reformas más o menos profundas, consolidó una nueva institucionalidad y, al mismo tiempo, fortaleció la prevalencia del poder ejecutivo sobre el legislativo, especialmente en cuestiones de alta trascendencia. A esto se suma la crisis de la democracia representativa y el debilitamiento del rol de los partidos políticos y del parlamento. Este fenómeno no se limita a nuestra región ni a nuestro continente: ha adquirido, temerariamente, escala global, con tendencias autoritarias cada vez más visibles, ahora con lógicas concentradoras propias del tercer milenio.

Falta aún una reflexión profunda sobre estas desventuras. En este rumbo errático se ha ido erosionando el camino de las buenas intenciones. No sólo en América Latina, sino también en otras partes del mundo, este deterioro se manifiesta en la propagación de formas apolíticas y apocalípticas de liderazgo, en la violencia verbal, en operaciones comunicacionales de "amplio espectro", cuidadosamente planificadas y con alta opacidad. En este contexto, las ciberbatallas transitan de indecencia en indecencia, y se agravan las tensiones entre los poderes del Estado y las nuevas formas de articulación de los intereses sociales.
Esta tormenta perfecta -que precariza la interpretación de los procesos y tecnocratiza las proyecciones políticas para la superación de los dramas sociales (Katarzyna Krzyna, El proceso de la democratización de los países de América Latina, cita parcial)- está presente todas las semanas, aunque sus autores no se hagan cargo. No son pocos los que se repliegan de la participación, olvidando la capacidad integradora de la herramienta democrática. Algunos simplemente renuncian a ella, reduciendo todo al capricho de los administradores de las diferencias (las pocas veces que los hay), sin buscar nuevos caminos que fortalezcan las vías hacia un futuro más alentador.

En términos generales, en la región ha crecido la importancia de las elecciones como herramienta democrática. Cada vez que ha tocado la alternancia por voluntad soberana, ésta se ha producido de forma natural. En esa misma línea, los esfuerzos por fortalecer y mejorar los sistemas electorales han introducido mejoras que refuerzan valores como la legitimidad, la transparencia y la eficacia de los procesos electorales, contribuyendo así a una mayor confianza institucional.

La democracia ha ampliado la participación política a partir de la consolidación del sistema electoral. Sin embargo, tanto en América Latina como en otras latitudes, los demócratas advierten sus limitaciones: aunque fundamental, la democracia electoral no garantiza por sí sola una mayor inclusión política, económica, cultural ni social.

Desde una perspectiva sensata, y tras casi cuatro décadas del inicio de estos procesos, hay que admitir que los indicadores de exclusión social y pobreza siguen siendo altos, sin mostrar la deseada tendencia a su eliminación o reducción drástica. En este sentido, la región aún conserva grandes injusticias, pese a los avances alcanzados.

A lo largo de estos años, la sociedad ha hecho grandes esfuerzos por superar esas restricciones. Pero nuevos problemas han escalado en la agenda de preocupaciones, y han aparecido fenómenos, tanto en América como en el resto del mundo, que alertan y preocupan por ir en sentido contrario. América Latina ha entrado en una nueva fase de retroceso, viéndose afectada su propia democracia. La autocratización es una transición -tanto de sistemas políticos nacionales como internacionales- desde la democracia hacia el autoritarismo, del multilateralismo a la unilateralidad, imponiendo una lógica de recortes en las políticas públicas de desarrollo, educación y bienestar social. La misma lógica que deriva en la canalización de billonarios recursos hacia la industria armamentista.

La autocratización se caracteriza por la limitación o cancelación del ejercicio de derechos y libertades, la reducción o eliminación del pluralismo, y el debilitamiento del juego democrático entre oficialismo y oposición, todo ello sin controles ni rendición de cuentas públicas.

En esta hora, asistimos al cuestionamiento de los programas liberales, que no han logrado cumplir con las expectativas de reducir la marginalización social. Si bien abrieron las puertas al incremento del papel de las izquierdas en el juego electoral y parlamentario -fuerzas muy diversas entre sí-, que han canalizado inquietudes amplias e impulsado reformas largamente esperadas, no ha sido suficiente para contrarrestar la agresiva concentración económica y de poder institucional que se ha consolidado en paralelo.

Nueva fase o retroceso

El mundo -no sólo América Latina- ha entrado, casi sin asumirlo y mucho menos debatirlo, en una fase regresiva del desarrollo político y económico. Este deterioro transita afectando cuestiones fundamentales, como la calidad institucional de la democracia y el avasallamiento de la independencia de los poderes del Estado, especialmente con un deterioro sustancial de la soberanía jurídica. Se trata de un proceso profundo que avanza, casi silenciosamente, en segundo plano. Allí se va forjando un nuevo modelo de desarrollo político, económico y social: uno marcado por la concentración.

Si queremos preservar la democracia a nivel global, regional y local, es imprescindible abordar estas cuestiones de manera proactiva, promoviendo debates y valores que nos reconduzcan hacia alternativas que fortalezcan los derechos individuales y sociales, así como el funcionamiento de los pesos y contrapesos entre los poderes del Estado.

Es una mala noticia: la autocratización puede atribuirse a múltiples factores polarizantes, pero revertir este retroceso solo será posible si las democracias son capaces de ser resilientes.

 

(*) Artículo originalmente publicado en El Telégrafo, 06/07/2025. Reproducido con autorización expresa del autor.


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2025-07-07T12:13:00

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