La internación compulsiva, o la hipocresía de quienes se lamentan cuando alguien muere. Carlos Pérez Pereira

26.06.2025

En estos días se implementan medidas de retiro compulsivo de gente en situación de calle. Se mantendrán mientras continúen las inclemencias del clima que azotan al país. La vida es un derecho fundamental y hay que preservarla. Otros dicen que el derecho que debe predominar es el de libre circulación y uso de los espacios públicos, por quienes pagan los impuestos. Interesante punto de debate en la llamada "batalla cultural".

No hay que caer en esa dialéctica tramposa, que nos cambia el ángulo de visión de la realidad. Estas medidas son angustiantes para todos, tanto para sus destinatarios, como para quienes tienen un mínimo de empatía por compatriotas que viven en condiciones infrahumanas. No lo decimos por las medidas en sí mismas, sin duda necesarias, urgentes, inevitables. Y ese es, precisamente, el gran problema. En el fondo es una lamentable (y esperemos que circunstancial) renuncia a cambiar (o incluso a nombrar) las situaciones de injusticia e inequidad que provocan estos desenlaces. Hay plata para otras cosas, pero para esto no, parece ser la única respuesta a la cual hay que habituarse, y callarse. La pobreza infantil, que cae como una maldición de los cielos sobre un 34% de niños (y a sus hogares), y la indigencia que azota a decenas de miles de uruguayos, que esperen a las negociaciones para el PRÓXIMO PRESUPUESTO. Un país con campos llenos de vacas, árboles y cereales, y con gente hacinada en asentamientos inhabitables, que produce alimentos para 35 millones de personas, todos los días, no tiene ni ganas, ni intención de matar el hambre DIARIO, de miles de niños y adultos coterráneos que lo sufren, a la vista de todos los que caminamos por las calles. Muchos no nos atrevemos a mirar a sus ojos, porque ese paisaje humano que nos interpela y llena de vergüenza a quienes conservamos alguna pisca de compasión y de amor por los semejantes.

Pero en el Presupuesto venidero, trataremos de acordar algunos recursos para paliar la situación, si la capacidad de negociación y las recompensas satisfacen a los que entregan algo a cambio de algo. Y seguiremos con las soluciones con parches, porque la izquierda renuncia a aquella máxima que fuera una consigna programática del primer gobierno de Tabaré Vázquez: "Seremos duros con la delincuencia. Pero más duros seremos con las causas sociales que la provocan." Ahora que las cárceles están llenas de pobres y las calles están saturadas de indigentes, cuya mayoría sale de las cárceles, la conexión es automática: en lugar de delincuencia, Tabaré debió emplear el término "pobreza", para que la ecuación cuadrase mejor a estos tiempos.

No son los narcotraficantes los culpables de los consumidores, de los derrumbes de personas que se insertan en los mecanismos de distribución de estas ponzoñas sociales. Es la sociedad que deshumaniza y obliga a la búsqueda de alivios a las angustias y frustraciones de sus propios hijos. El sistema narco está allí (nació por eso y para eso) y aprovecha esas situaciones de vulnerabilidad y cosecha consumidores a granel y retribuye bien a chiquilines y jóvenes para integrarlos a sus mecanismos de dependencia. En una entrega ganan lo que demorarían seis meses en ganar en un supermercado. El narco los engaña, los deslumbra, los destruye como seres humanos, y luego los mata o los mete presos, para matarlos más tarde. O los tira a la marginalidad como fardos de basura, en las veredas, debajo de dinteles o en casas derrumbadas. Y todo llega, sin frenos, a estas situaciones que vivimos ahora. Y que seguiremos padeciendo, porque no se liquidan las consecuencias si no se tratan como se debe a las condiciones que las crean.

¿Por qué las cosas llegan a este extremo? Y no estoy hablando de que en enero habría que haber previsto que el doble de personas en situación de calle, padecería temperaturas bajo cero y vientos, y frio y... A todos nos consta que el MIDES tomó y se organizó para tratar de impedir estas consecuencias. Y no fue suficiente, y habrá que pedir cuentas a quien corresponde, pero no se trata de eso, y el tema va mucho más allá.

Se trata de que la sociedad uruguaya no tiene derecho a permitirse a sí misma, a través de sus gobiernos, de sus autoridades, que compatriotas lleguen a este estado de degradación. Sea por lo que sea, no se puede llegar a esto. No basta con declarar emergencia por el frío. Hay que declarar emergencia por la pobreza extrema, la indigencia, por la gente en situación de calle y por las cárceles atiborradas de seres humanos en establecimientos en estado deplorable. Los cuáles, como ya nos alertó el Comisionado Parlamentario, doctor Petit, son una bomba de tiempo. A la que, si seguimos así, solo hay que esperar que pasen los días, o meses, para que estalle en nuestra propia cara. Suena a otro huevo dejado por la serpiente, que se retira del escenario reptando y sonriente. Es parte de lo que llaman la "batalla cultural", que dijeron que están dispuestos a dar.  

Si hay que hacer establecimientos de tránsito, separar a presos que van a salir pronto, de otros que estarán más tiempo, que se haga ya. Y si hay que prepararlos y tomar medidas para su reingreso a la sociedad antes de que salgan, que no se pierda tiempo. Debe haber tutores, o inspectores o lo que sea que se ocupen de esa reinserción, a tiempo completo. Que se llame al voluntariado; seguramente habrá uruguayos y uruguayas con suficiente empatía y comprensión para dar una mano en este sentido. En otros países se hace, y con buenos resultados. El Instituto Nacional de Rehabilitación no da abasto. No se puede largar a la calle a gente que no sabe dónde ir ni que hacer, cuando le abren las puertas de la cárcel, o salen de los albergues. Sin familias que los reciban, porque fueron violentos en sus casas, o porque perdieron los vínculos familiares. No se puede largar a la calle a personas con problemas mentales, para que regresen a los tres días, simplemente porque no se pueden recuperar, porque en la cárcel incrementaron sus patologías, y porque no son atendidos debidamente para readaptarse a la sociedad. No se puede permitir eso; lo debe comprender un gobierno que dice querer defender a su pueblo. Y este es un gran problema, de todos, no solo de quienes están tirados en la calle en las noches de frío.

Y de lo de fondo, ni hablamos. Una sociedad hipócrita, que sanciona a quienes no saben o no pueden adaptarse, luego crea cárceles para torturarlos y manicomios para volverlos más locos. De esto no hablamos, porque estas situaciones no se solucionan con parches de terciopelo en bolsas de arpillera. Lo que hay que cambiar es a la sociedad toda, con todos sus sistemas de vida, para hacerla más humana y más solidaria.

 

Carlos Pérez Pereira

 

Columnistas
2025-06-26T11:13:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias