La manipulación de masas y el exorcismo de los condenados. Marcelo Marchese

08.09.2025

Nadie estuvo en esa casa, pero los medios dijeron que un sujeto con antecedentes penales se llevó a sus hijos a la fuerza, advirtió a su ex esposa que nunca más los vería y acto seguido los mató y se mató. Así nació la condena.

Preste atención el lector a que la condena se da sin juicio previo y con el sólo testimonio de los medios masivos de comunicación.

¿Por qué se le cree a esta industria de muy dudosa catadura? Porque el oyente quiere creer esa versión y más que nada, porque quiere condenar, necesita condenar, ansía condenar y se desespera por condenar ¿Cómo podría sobrellevar su triste vida sin condenas?

Cada vez que estuve en un lugar en que luego los medios masivos dieron su versión, siempre e invariablemente mintieron. En este triste caso, no sé si el hombre tenía antecedentes, no sé si intentó suicidarse previamente, no sé si le dejaban ver a los hijos, no sé si se los llevó a la fuerza, y no sé si se quiso matar y matarlos, o en plan huida y a gran velocidad, mató y murió en un accidente que, siempre, es un suicidio inconsciente. No sé nada de eso, y con toda evidencia, el lector tampoco sabe nada de eso.

No hace mucho la sociedad entera condenó a los violadores en manada del Cordón. Eran inocentes. Debieron liberarlos. Antes, hubo otros violadores en manada en Valizas, que también eran inocentes, y antes, otros violadores en manada en Santa Teresa, que también inocentes. En esos tres casos, gente sana, buena y nunca pecadora, señaló con el dedo a los culpables y clamó por justicia, una justicia que debiera castrar a los violadores, descuartizarlos y darles de comer sus despojos a los perros.

Se sabe que hay una propaganda y unas leyes perversas, según las cuáles, los hombres serían unos potenciales violadores que hay que mantener a raya. Algunos de estos hombres, poco acostumbrados a pensar, se creen el cuento, o hacen como que se creen el cuento. Otros, están bien preocupados pues ven que sus hijos les dicen que no se cargan a una mina, ya que pueden terminar viendo el mundo tras barrotes.

Centenares de personas en Uruguay están presas sin que se haya comprobado su eventual delito. Si no pueden probar que son inocentes, marchan a ese infierno que nuestra deliciosa sociedad ha creado. Ya no rige aquello de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Con estas leyes degeneradas, ante la denuncia de una mujer, uno es culpable hasta que demuestre lo contrario.

No existe cosa más compleja, cosa que nos genere las mayores alegrías y las peores tristezas, que las relaciones amorosas. Nadie nos prepara para ello y así marchamos aprendiendo a los golpes. Lo que logran estas leyes perversas y esta propaganda sádica, es que las muchachas no resuelvan su conflicto amoroso de manera constructiva, de manera que les enseñe algo, sino que van y denuncian, aunque sea inventando, y por el otro lado, los tipos se llenan de bronca, y los demás, se asustan, pues por más que algo tire como una yunta de bueyes, bajo estas leyes putrefactas, conviene andarse con cuidado.

Así que existe una grosera manipulación de cerebros, pero no todos caen en esa manipulación, pues para que haya engaño debe haber alguien que engaña y alguien que quiera ser engañado, y resulta que hay unas cuantas personas, mayoritariamente mujeres, que creen que los hombres son demonios.

¿Por qué piensan tamaño disparate? Porque han sufrido a causa de los hombres, y para empezar, han sufrido a causa de su padre, que acaso ni siquiera estuvo allí. Es una sociedad enferma la que da espacio a los pensamientos enfermos por los cuales el otro sexo es el Diablo.

¿Qué otros signos tenemos de una sociedad enferma? Una de las tasas de suicidio más altas del mundo. En especial se suicidan adolescentes tras descubrir que no pueden con esa cosa llamada sexo, y luego, los viejos que se sienten abandonados. Por otro lado, nuestra tasa de natalidad es de un 1,5, lo que implica que vamos derecho a desaparecer, ya que la gente no tiene hijos, pero adopta gatos que luego castra.

Miremos nuestras ciudades. Las puertas están acribilladas de cerraduras pues la delincuencia aumenta con el gobierno que sea. Las ventanas, y ahora los edificios, tapados de rejas. A la primera de cambio, el histérico de turno toca la bocina. Los balcones tienen redes para evitar que los gatos castrados se conviertan en voyeurs de las actividades amorosas de los gatos enteros, si es que queda alguno. La gente se droga, se alcoholiza y toma pastillas para dormir. Multitud de dementes vagan por las calles, pues nadie los encierra en manicomios, una de las peores manifestaciones del sadismo de nuestra sociedad. Muchachos sin futuro trabajan haciendo como que cuidan coches y viven de la limosna pública. Duermen en aripucas de nylon y cartón y son acuchillados por otros muchachos sin futuro que viven en la ley de la selva.

Pero hay algo más que delata una sociedad en ruinas: la necesidad de condenar, que es algo más grave que juzgar sin siquiera dar lugar a la otra campana, y que es más grave que dejarse llevar por las narices por gente comprobadamente malvada.

¿Qué es lo que se condena? Condenamos aquello que necesitamos condenar, no sea cosa que despierte en nosotros. Es una especie de exorcismo, el problema es que el demonio que exorcizamos, en algún lugar sabemos que está dentro nuestro.

-¿Cómo en algún lugar?

-Sí, en algún lugar, o si querés, uno de nosotros lo sabe, y el otro, los otros, no.

-¿Cómo uno de nosotros?

-No creerás que sos uno sólo. A veces no sabés qué camino tomar, pues una parte tuya te quiere llevar para aquí y otra parte tuya te quiere llevar para allá, así que contenemos multitudes.

En algún lugar sabemos que condenamos aquello que nos habita. La condena a un hombre que protagonizó una tragedia y que mató, queriendo o no, a sus hijos, no demuestra ninguna bondad ni amor por los niños. Lo que demuestra para quien sabe leer al hombre, es que hay gente que precisa exorcizar sus demonios.

El Inquisidor, pronto a condenar, pensará que esto que digo es otra condena, pues el ladrón piensa que todos son de su misma condición. No estoy condenando a nadie, pero advierto con tristeza que para ciertas personas la vida es una condena.

¿Qué pasó por la cabeza de un muchacho perdido? Creo que lo perdió el vínculo con la mujer que una vez quiso o que aún quería, y lo termino de perder el vínculo con sus hijos. Este último vínculo es muy poderoso, y la primera ley del hombre fue precisamente poner límites a ese vínculo, prohibir cosas que anidaban y anidan en nosotros. Saber vivir esos límites, y saber derivar esa energía de manera constructiva, es el verdadero desafío de cada persona en esta tierra.

El problema es que heredamos pocas herramientas para resolver este problema, herramientas que a medida que avanza el progreso son cada vez más pobres. Los medios masivos perversos en nada ayudan, al contrario, apenas si hablan de las cosas hermosas que hacemos los hombres, pero se empeñan en mostrar asesinatos, guerras, genocidios y violaciones en manada.

Se trata de mostrar que el hombre es una inmundicia y que debe ser cambiado de raíz. Ese es el asunto de fondo. Cada día que pase tendremos la oportunidad de ver este proceso con mayor claridad.

Marcelo Marchese
2025-09-08T13:59:00

Marcelo Marchese

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