La pelota está manchada... Fernando Gil Díaz

14.07.2025

Aquella frase de Maradona quedó atrás, ya nadie puede ignorar que el fútbol, particularmente el uruguayo, está herido de gravedad y se ha convertido en un deporte de riesgo. Los tristes y recurrentes hechos de violencia dan la pauta de haberse instalado sin solución aparente a la vista.

Si el lanzamiento de una garrafa de 13 kg desde la altura de la tribuna Ámsterdam nos impresionó, los hechos que siguieron a aquel episodio no dejan lugar a dudas. Su ocurrencia no fue el parteaguas que se pensó y el ingreso de elementos prohibidos sigue siendo una constante a la que nadie le pone fin. 

Divide y triunfarán los violentos

Allá por el año 1986 se dio la separación de hinchadas, una medida que se pensó iba a mitigar los enfrentamientos pero que terminó construyendo verdaderos ejércitos de "hinchas" que fueron mutando a "barras" copiando el peor estilo de aliento a un equipo que se veía por la tele desde allende el Plata.

Programas como "El Aguante" daban cuenta de un estilo de hinchas que pronto se instaló en las despobladas tribunas uruguayas. Un fútbol deprimido, que no clasificaba a mundiales, se las ingeniaba para instalar rivalidades extremas que alimentaran la pasión (¿?) desde las tribunas en un desafortunado intento de motivación extra deportiva. Lejos de aquella intención, los hinchas pronto se consolidaron en verdaderos ejércitos que pasaron de unas pocas decenas a varios miles que llenaron las cabeceras del "Monumento al Fútbol Mundial" con un sentido de pertenencia característico (Peñarol en la Ámsterdam y Nacional en la Colombes).

A pesar de ello, todavía la tribuna Olímpica mantuvo por un tiempo su rol característico de ser "la tribuna de la familia", donde se podía concurrir siendo de uno u otro equipo  en forma conjunta. Pero, el germen estaba vivo y se propagaba con increíble rapidez. Aquel "picudo rojo" futbolero se hizo fuerte y pronto inundó todo el recinto histórico para destruir la posibilidad de ver un partido de fútbol entre amigos o entre parientes por el simple hecho de ser hinchas de equipos rivales.

Al tiempo que permitieron crecer los ejércitos de barras, la policía se retiraba de las tribunas de los estadios cansados de ser el chivo espiatorio por culpas directrices y/o ajenas, y otro poco por la razón del artillero: era imposible contener a esa marabunta potenciada. Lejos en el tiempo quedó la Ámsterdam compartida por las barras tradicionales, cada una en su rincón mientras el centro lo ocupábamos los hinchas que íbamos a ver un partido de fútbol.

El error fue compartido por autoridades de toda índole, deportivas y políticas. Al ser un espectáculo masivo, la seguridad ocupa un lugar importante en la organización. El organizador es el primer y principal responsable del evento en tanto se trata de un espectáculo privado, masivo sí, pero privado al fin. De ahí que existan singularidades que durante mucho tiempo se asumieron como públicas sin perjuicio de que en el fondo la responsabilidad le pertenecía por derecho propio al que cobraba la entrada, pero...

Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que por fin reconocieran que lo que se decía era la realidad inglesa que tanto apreciaban. Lo mismo que se explicó hasta el cansancio era resistido por quienes tenían -en la policía- al socio ideal a quien culpar por la violencia enquistada en los espectáculos deportivos.

Separar no es solución

A estas alturas el problema tiene una dimensión que no admite soluciones mágicas. Aunque volver el tiempo atrás sea la intención se hace cuasi imposible sin correr riesgos. Hoy el problema necesita empezar a construir un recorrido de forma paulatina pero segura, de lo contrario vamos derecho a impedir, antes que permitir, la ocurrencia de público en las tribunas y los espectáculos terminarán siendo de disfrute virtual como última chance.

En el fútbol podríamos intentar un camino donde empecemos a explorar otra forma de administrar la seguridad sin mezquindades y aceptando cada uno el rol que le corresponda. El organizador seguirá siendo el dueño del espectáculo y la policía un aliado de vital importancia para garantizar la seguridad de todos los asistentes.

Tendríamos que empezar a motivar espacios comunes donde se compartan hinchadas y así empezar a deconstruir esos ejércitos de barras bravas, debilitando sus filas, acompañados -nuevamente- por agentes de policía que asistan a la seguridad privada. Como era antes la tribuna Olímpica, y donde se podía compartir un espectáculo entre amigos, por más rivales ocasionales que fueran.

Por supuesto que no tiene que ser de golpe, pero principio quieren las cosas y se podría intentar una experiencia con pequeños sectores comunes que permitan ir evaluando la posibilidad de ampliarlo según los resultados. Si seguimos separando solo vamos a aumentar la brecha y la distancia será imposible de salvar de forma definitiva. El mundo desarrollado lo ha podido implementar y hoy los espectáculos de primer nivel internacional se dan en contextos seguros y estadios llenos con hinchadas de todos los participantes.

Las víctimas y una pelota en el medio

El fútbol es reflejo de lo que pasa en la sociedad y como tal reproduce los mismos episodios en los que la violencia está presente. Son muchas las víctimas que registra los anales de nuestro principal deporte y hacen parte de un triste palmarés que cantan las barras cual infame trofeo. Una preocupante particularidad que complejiza el tema y lo pone en la primera línea de atención donde la seguridad hace foco y pretende regular para impedir su ocurrencia. Claro que con poca efectividad a estar por los últimos acontecimientos donde objetos prohibidos fueron la nota relevante que dejó en evidencia carencias de los controles dispuestos. Encima, la herida de gravedad sufrida por un policía de particular causada por una bengala náutica, puso en discusión la pertinencia y/o eficacia de los operativos de seguridad dispuestos y las respuestas que se dan en ocasión de ocurrir hechos como los acontecidos.

Espectadores, hinchas, periodistas, policías, guardias de seguridad privada, trabajadores; son todas personas que hacen parte del espectáculo y que se convierten en potenciales víctimas de los violentos que no acuden a ver un partido sino a ser protagonistas de una película en la que la violencia es su principal socio.

Este espiral violento ha ido creciendo de forma descontrolada a pesar de los esfuerzos puestos en buscar soluciones. Hace falta un baño de realidad y una apuesta sincera en la búsqueda de soluciones y reconocer lo que se hizo mal para no volver a repetirlo. El fútbol es un negocio y mal puede servir al interés comercial del mismo la asistencia de los violentos que expulsan al público - escenografía principal- de las tribunas. Tampoco podemos seguir mintiéndonos incumpliendo medidas dispuestas (ingreso de personas que figuran en la lista negra, por ejemplo). Hay que resolver el rol que cada uno tiene, y en eso la Policía puede ayudar para que el miedo a los violentos no le gane a los directivos a la hora de tomar decisiones.

En el año 2010, Eduardo Bonomi terció en la discusión del ancho de un pulmón en la Olímpica en ocasión de un clásico por la definición del torneo uruguayo. "La discusión podrá ser eterna y no llegarán a ningún lado sino se procura un cambio cultural que nos permita ver un espectáculo deportivo como lo que es y no como una guerra", expresó, y el tiempo le daría la razón. Ahí nació la idea de "Pelota al medio a la esperanza".

Pasaron muchos años y la idea sigue vigente, construyendo esperanza entre miles de niños y jóvenes que tienen a la pelota como instrumento cultural que los educa sin violencia. Una idea que tendría que ser obligatoria en todas las escuelas y liceos, como una verdadera política de Estado que permita construir una cultura deportiva sin rivalidades extremas. 

Mientras tanto hay que administrar estas crisis con la esperanza que, al final, esos niños y jóvenes pondrán una pelota en el medio para juntarse...


el hombre sopló un silbato,
 el perro ladraba un gol en la hora...

Fernando Gil Díaz
2025-07-14T14:23:00

Fernando Gil Díaz