Los homicidios no paran. Fernando Gil Díaz
23.09.2025
El pasado período de gobierno fue el más sangriento desde que se lleva registro en materia de homicidios. Según cifras oficiales del Observatorio del Ministerio del Interior, el ciclo terminó con un total de 1790 homicidios consumados, contra 1665 del período anterior.
Una friolera de 125 homicidios más que no parecen ser ningún techo a estar por la triste tendencia que se continúa padeciendo en estas otroras tranquilas tierras del Río de la Plata. Los homicidios no paran y es un grave problema que no tiene -aún- una solución..
La foto y la película
Los homicidios son el indicador por excelencia que se utiliza para calificar la seguridad o la inseguridad de un país. Se trata de un delito de difícil encubrimiento y por sus características lo convirtieron en un indicador confiable para dirimir el nivel de seguridad de un país. Claro que también tiene sus reparos en lo que concierne a la forma de registrarlos pues existen sistemas que no califican del mismo modo a las muertes violentas lo que lleva a considerar previamente el tipo de indicador y su homologación por los organismos internacionales que los controlan. En tal sentido, la estandarización de ese indicador por parte de organismos como el Banco Interamericano de Desarrollo, ha permitido que las comparaciones sean válidas entre aquellos países miembros que adoptaron sus indicadores y los aplican a la hora de generar sus registros.
Uruguay hace mucho tiempo que se plegó a ese grupo de países que tiene los indicadores de seguridad estandarizados y los aplica con singular rigurosidad, a pesar de algunos cuestionamientos en tiempos de pandemia con el tema de las muertes dudosas y la singularísima forma de cerrar los registros de la pasada administración.
En este punto cabe consignar que los datos relativos a los homicidios requieren de un tiempo prudencial de espera para que sean representativos de la realidad. Ello responde a que muchos casos de heridos graves terminan luego convertidos en sendos homicidios y una divulgación inmediata de datos resulta siendo irreal, difundiendo cifras que luego serán incrementadas irremediablemente por la evolución de los heridos graves que no superan sus lesiones y fallecen. Y cuando de cifras relativamente pequeñas se habla, (tal el caso de los homicidios), los porcentajes terminan siendo leídos de una forma diferente a la real por no registrar todos los casos como indica el sentido común y la academia internacional.
Esa fue una de las críticas que se realizaron a la anterior administración, la que no solo intentó apropiarse de los resultados de una pandemia como fruto de su gestión sino que utilizó esa estrategia para minimizar los efectos negativos que tuvo el rebote criminal una vez culminado el período de restricción de la movilidad social que provocó el covid 19.
Aquellas fotos, instantáneas de una realidad alternativa que pretendió imponerse, terminaron conformando una trágica película que derivó en un cierre de período con cifras históricas desde que hay registro. Claro que eso no es motivo de celebración ninguna, tan solo es un marco de realismo ante un problema harto difícil que se ha venido gestando durante mucho tiempo y que no parece tener un freno en el horizonte inmediato.
Datos poco alentadores
Esta película sigue mostrando sus peores secuencias. Los homicidios continúan la tendencia de los últimos años y los números por quinquenios siguen creciendo. Durante los años 2015 y 2019 se produjeron 1665 homicidios contra 1804 que fue la cifra correspondiente al quinquenio 2020/2024. Unos 125 homicidios de diferencia que mantienen el flujo al alza del delito más violento del ordenamiento jurídico.
En lo que va del año se llevan contabilizados (según datos recogidos de fuentes abiertas de información y publicaciones en prensa nacional) unos 260 homicidios contra 278 que registraba el año 2024. Restando unos días para cerrar el mes de setiembre, la cifra es comparativamente similar. La violencia no cesa y las muertes violentas tienen su presencia asegurada en la agenda nacional un día sí y otro también, lastimosamente.
Todos responsables
Lamentablemente al considerar a la seguridad como un botín electoral, todos los gobiernos han caído en la tentación de la inflación punitiva como único instrumento y, particularmente la pasada administración multicolor, en creer que con frases como "se acabó el recreo" se solucionaba el problema.
Sin embargo, con ideas refundacionales y medidas incomprensibles terminaron abonando un terreno fértil para el crimen organizado (y desorganizado también). Porque esa libertad que permitió ingresar drogas -sin controles de ningún tipo- también por rutas nacionales (al eliminar el SICTRAC, que controlaba el transporte carretero), permitiendo que pasáramos rápidamente de ser un país de tránsito a uno de acopio. Y con ello, la necesidad de custodiar esos alijos acumulados para lo cual fue necesario contratar mano de obra criminal, a la cual había que armar y a la que se le paga con parte de esa misma droga que termina abasteciendo el circuito de bocas que se diseminan a lo largo y ancho del país.
Junto a ello, la entrega de un pasaporte al gerente de la hidrovía como resultó ser Sebastián Marset (aún prófugo de la justicia internacional), dan la idea de una planificación criminal que nos llevó a tener este estado situacional donde las bandas se hicieron fuertes y pujan por dominar sus territorios a balazos y muertes.
A esta tétrica película le hace falta un final y ese es el punto principal que tiene que entender el sistema político para que no sigamos padeciendo la muerte de cientos de uruguayos (muchos de ellos ajenos de toda culpa). Sin embargo, seguimos asistiendo a cuestionamientos sin sentido de quienes fracasaron con total éxito y tienen la audacia de presentarse como expertos sin asumir ni un poco de responsabilidad por el agravamiento de la situación por su obra y gracia.
Si no aceptamos, con humildad republicana, que TODOS fracasamos y ponemos nuestro mejor esfuerzo en recuperar el terreno perdido al crimen organizado, lamento informarles que seguiremos padeciendo muertes aún más violentas y no llegaremos a ponerle fin a esta película de horror y sangre.
El Uruguay todavía es una isla en el continente más violento del planeta, pero vamos perdiendo terreno y el aluvión criminal nos está ganando la batalla. Hay que frenarlo de algún modo, cerrar la frontera a las drogas y hacer de este rincón del sur un lugar inapropiado para el crimen transnacional (con normas más duras contra el lavado de activos, por ej.), y de ese modo desestimular su desembarco en el país.
Solo así podremos volver a ser aquel país que soñamos para vivir.
el hombre no quería contar más,
el perro tampoco...
Fernando Gil Díaz