Los siniestros ojos del Chekista. Michael Mansilla

20.10.2025

Mientras avanzaba la película -Putin la película- que se describe en su sinopsis como un biopic del líder ruso, el filme va migrando a la categoría terror psico-killer, con un protagonista que utilizaba el chantaje y crueles métodos para lograr sus fines. "Nunca confíes en un hombre que no sonríe y no toma ", comenta un personaje del elenco. Vladimir Putin es abstemio y nunca sonríe.

Ahora parece extraordinario, pero en la década de los 2.000s los gobiernos en que occidente todavía cortejaba activamente al líder ruso como una figura que pudiera aportar estabilidad a Rusia y previsibilidad a sus relaciones con Occidente. Rusia guardaba recursos económicos primarios ilimitados y todos querían un pedazo de la torta.

Cualquiera que gobernara mejor que el alcohólico Boris Yeltsin, que llevo a Rusia durante su mandato a una economía del tercer mundo cuya economía dependía del intercambio de materias como minerales y madera a cambio de alimentos y productos farmacéuticos. Una economía que había colapsado en manos de oligarcas, mafioso y corruptos.

Pero los servicios de inteligencia especialmente el MI5 británico advertían. Ellos tenían información de primera mano, y largo expediente de Vladimir Putin. Eliza Manningham-Buller, entonces jefa del MI5. "Se mostró claramente hostil conmigo", los "ojos bastante siniestros". "Dijo algo así como: Es el deber de personas como usted interponerse entre el terrorista y su víctima. Y usted fracasó".

Más allá de su recuerdo de los "ojos bastante siniestros" del líder ruso, lo revelador del intercambio es un aspecto esencial del carácter de Putin. El mismo se enorgullecía desde siempre haber sido un ex agente de la KGB. Pero la definición de Putin refleja algo más que un agente de la KGB o un oficial del MI5 o de la CIA. Putin fue y siempre será algo diferente: un chekista.

Solo un chekista puede entender e identificar a otro chekista y el fenómeno del chekismo se puede comprender verdaderamente al líder ruso. Vasili Mitrokhin fue el cronista más importante del chekismo en su centenaria historia. Y eso se debió a que él mismo había sido un agente chequista que se convirtió en archivista del KGB antes de desilusionarse, copiar sus secretos más profundos y huir a Occidente con la ayuda del MI6.

El legado del chekismo: del terror revolucionario a la nueva nobleza del Estado ruso.

Apenas seis semanas después de que los bolcheviques tomaran el poder, el 20 de diciembre de 1917, Lenin decidió fundar un organismo destinado a defender la naciente revolución frente a sus enemigos. Nació así el "Comité Extraordinario Panruso para Combatir la Contrarrevolución y el Sabotaje", conocido por su acrónimo: "Cheka".

Su carácter "extraordinario" no se debía únicamente a su misión, sino también a la convicción de que los tiempos revolucionarios exigían métodos fuera de toda norma legal o moral. En palabras del propio Lenin, el terror era un instrumento legítimo de la revolución: "¿Cómo podría existir una revolución sin pelotones de fusilamiento?", se preguntaba. La violencia no era una consecuencia colateral, sino la esencia misma de su supervivencia. La Cheka nació, pues, como el brazo armado de esa idea: "la espada y el escudo de la revolución".

Su primer jefe, Feliks Dzerzhinsky, un fervoroso idealista polaco convertido en símbolo del fanatismo revolucionario de la Lubianka. Allí estableció la sede que, con el tiempo, se transformaría en el epicentro del poder secreto soviético. Se forjó pronto una leyenda a su alrededor: el "Feliks de Hierro", el caballero incorruptible de la revolución, que dormía bajo su escritorio y dedicaba su vida al combate contra los "enemigos del pueblo".

De aquel mito, entremezclado con el terror y el culto al deber, surgió una identidad que trascendería generaciones: "el chequismo". Ser chequista significaba asumirse como guardián del Estado y del partido, un soldado de una causa superior, investido del derecho -y del deber- de hacer lo necesario para destruir a los adversarios de la revolución. Como afirmaba Dzerzhinsky, "la Cheka debe vencer al enemigo incluso si su espada cae, a veces, sobre la cabeza de los inocentes". La moral quedaba subordinada a la misión histórica.

En 1922, el año en que Vasili Mitrokhin vino al mundo, la Cheka fue formalmente disuelta y reemplazada por la "GPU". Sin embargo, los cambios de nombre -OGPU, NKVD, MGB y, finalmente, KGB- no alteraron su esencia. Más bien cambiaba de nombre cada vez que había una purga interna en la agencia.

El terror organizado siguió siendo su fundamento. Aunque las siglas variaran, quienes seguían en sus filas continuaron llamándose a sí mismos del mismo modo: "chequistas".

Décadas más tarde, Mitrokhin ingresaría en esa misma maquinaria. A fines de los años cuarenta, se incorporó al servicio de inteligencia exterior soviético, pero su carrera operativa fue breve. Considerado inadecuado para el espionaje de campo, fue relegado a una labor burocrática: archivar documentos en los sótanos de la Lubianka. Fue allí donde su fe en el sistema empezó a resquebrajarse. Al revisar los expedientes secretos, descubrió un patrón de engaño, represión y corrupción que contradecía la retórica heroica del chekismo. La Cheka y sus herederas no eran protectoras del pueblo, sino sus carceleros.

La invasión de Checoslovaquia en 1968, cuando los tanques soviéticos aplastaron la Primavera de Praga, fue el punto de quiebre para Mitrokhin. Desde entonces, comprendió que el enemigo estaba dentro. Convencido de que la verdad era la única arma capaz de destruirlo, comenzó en secreto a copiar documentos. Durante más de una década, compiló meticulosamente informes, nombres y operaciones en un archivo paralelo que guardaba en su dacha bajo el título "Tras las huellas de la inmundicia". En esos papeles retrató el corazón del chekismo: un sistema que exaltaba el patriotismo para encubrir la ambición, la hipocresía y la corrupción de sus propios guardianes.

No todos veían esa sombra. En 1968, el mismo año del desencanto de Mitrokhin, un adolescente de dieciséis años se presentó en la "Gran Casa de Leningrado", sede local del KGB. "Quiero trabajar con ustedes", le dijo al funcionario que lo atendió. El joven se llamaba Vladimir Putin. Inspirado por una popular serie televisiva, "La espada y el escudo", que glorificaba la figura del espía soviético como héroe patriótico, había decidido dedicar su vida a ese ideal. El programa -creado como parte de la propaganda del KGB- presentaba a los agentes como los "soldados del frente invisible", defensores silenciosos de la patria. El mensaje surtió efecto. Putin, fascinado por la idea de que un solo hombre pudiera influir en el destino de naciones enteras, cambió su sueño de ser piloto por el de convertirse en espía.

El funcionario le explicó que el KGB no aceptaba voluntarios. Tendría que esperar a cumplir el servicio militar o completar estudios universitarios. Aun así, el joven persistió. Décadas después, aquel muchacho que se había enamorado de la mitología chequista terminaría por encarnarla.

Durante los años setenta, Putin trabajó en la persecución de disidentes en Leningrado antes de ser destinado a Alemania Oriental (DDR). Regresó a una Unión Soviética que se desmoronaba, mientras Mitrokhin, en paralelo, emprendía su arriesgada fuga con los archivos secretos que había acumulado. Su exfiltración, organizada por el MI6 a través de Lituania, permitió que su testimonio sobre la represión soviética llegara al mundo libre.

A fines de los años noventa, el viejo sistema de seguridad seguía vivo bajo otros nombres. En 1999, el entonces primer ministro interino Sergei Stepashin, antiguo jefe del FSB visitó la Lubianka y "soy un ex-chekista bromeó con sus colegas". Su sucesor, Vladimir Putin, le respondió con una sonrisa: "No existen los ex-chequistas". Días después, sería nombrado primer ministro de Rusia.

El chekismo, bajo nuevas formas, seguía siendo el corazón del poder. En 1995, el servicio había adoptado el nombre de FSB, combinando en su emblema la espada y el escudo del KGB con el águila bicéfala del antiguo imperio zarista. El presidente Boris Yeltsin, necesitado de una fuerza que vigilara a sus enemigos y garantizara su supervivencia política, había declarado el 20 de diciembre -fecha de creación de la Cheka- como el "Día del Chequista". Las medallas, los himnos y las condecoraciones regresaron. En medio del caos de los noventa, muchos rusos comenzaron a añorar la estabilidad perdida y falta de fe de esa forma de gobernanza llamada" democracia", y Putin supo encarnar ese deseo: el retorno del orden y la autoridad.

Convertido en líder nacional, Putin abrazó abiertamente la identidad chequista. En 2000, fue el primer presidente ruso en asistir personalmente a las celebraciones del Día del Chequista. Su director del FSB, Nikolái Patrushev, lo describió entonces como un heredero espiritual de Dzerzhinsky y definió a los agentes de seguridad como "la nueva nobleza" de Rusia. Esa expresión, cuidadosamente elegida, condensaba una visión del poder: los chekistas ya no eran simples servidores del Estado; eran su élite, los guardianes morales de la nación.

El discurso oficial hablaba ahora de "seguridad espiritual", una misión no solo política sino casi sagrada: proteger el alma rusa de las fuerzas disolventes del exterior. Detrás de esa retórica, se ocultaba la vieja lógica del chekismo: controlar, vigilar y, si era necesario, aplastar.

Mitrokhin, desde su exilio, comprendió mejor que nadie el verdadero significado del ascenso de Putin. Para él, la Cheka nunca había muerto. Había mutado. Los oficiales del FSB y del SVR, decía, ya no servían al comunismo sino al nacionalismo ruso y a los intereses de la nueva oligarquía. Lo que alguna vez fue un instrumento del partido se había transformado en el amo del Estado. "La Cheka sigue en buena forma", solía decir con ironía.

Vasili Mitrokhin murió el 23 de enero de 2004, sin llegar a ver hasta qué punto su intuición resultaría profética. Su archivo, publicado póstumamente en 2008 bajo el título "Chekismos: historias de la Cheka", reveló los secretos de un poder que había sobrevivido a todas las ideologías.

En 1991, la estatua de Dzerzhinsky frente a la Lubianka había sido derribada entre los vítores de una multitud que celebraba el fin del terror soviético. Pero en 2023, una nueva figura del "Feliks de Hierro" fue erigida frente a la sede de la inteligencia exterior rusa. La revolución había cambiado de rostro, pero su guardián seguía allí, de pie, mirando hacia el futuro.

Putin y los alemanes.

El documento de identidad, emitido 1986 por la policía secreta Stasi de Alemania del Este, tendría poco interés si no fuera por no era de un alemán oriental. Un ex coronel de la KGB, el nombre del hombre que lo observa: Vladimir Putin.

Putin era un espía de rango medio de la KGB destinado en Dresde, en la Alemania Oriental comunista, entonces bajo ocupación soviética.

La tarjeta, encontrada en el 2018 en los archivos por el historiador estadounidense y era la evidencia de que el ahora veterano presidente ruso también trabajaba para el odiado servicio de seguridad de la República Democrática Alemana.

Con el número de serie B 217590, la tarjeta lleva la firma de Putin junto a la fotografía en blanco y negro de un joven con corbata. En el reverso, los sellos trimestrales muestran que se mantuvo en uso hasta el último trimestre de 1989, cuando la proliferación de protestas y la caída del muro de Berlín precipitó el colapso definitivo de la RDA. En un comunicado, la autoridad a cargo de los archivos de la Stasi dijo que era común que a los agentes del KGB estacionados en la fraternal República Democrática Alemana recibieran pases que les permitían ingresar a las oficinas de la Stasi.

Cuando existía la Unión Soviética, la KGB y la Stasi eran agencias de inteligencia asociadas.

"Permitió a representantes de la KGB acceder a las oficinas regionales del Ministerio de Seguridad del Estado (Stasi), decía el comunicado. "Esto también se aplicó a Vladimir Putin, quien entonces trabajaba en la oficina de la KGB en Dresde".

Cuando se le preguntó sobre el informe el martes, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo a los periodistas que no sería nada inusual que Putin tuviera esa tarjeta.

"Como es bien sabido, en la época en que existía la Unión Soviética, el KGB y la Stasi eran agencias de inteligencia asociadas, por lo que probablemente no se pueda descartar un intercambio de dichos documentos de identidad", dijo.

Putin trabajó para el KGB en Dresde entre 1985 y 1990.

Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, Putin, que tenía el rango de mayor, dijo que blandió una pistola para impedir que una multitud enfurecida saqueara las oficinas de su agencia de inteligencia en Dresde y robara sus archivos, una táctica que funcionó.

Hablaba alemán con fluidez, y su trabajo allí incluía reclutar informantes, lo que le valió dos ascensos. Antes de marcharse, Putin declaró que él y otros quemaron montones de archivos secretos de la KGB. Aunque otra versión como la de la película, no los destruyo. Un camarada le dijo que esos archivos valdrían oro en la nueva Rusia. Se podría chantajear a cualquier político u oligarca que tuvieran un pasado manchado ligado a los servicios de inteligencia soviética si los utilizo.

Putin es una biopic polaca de 2025, dirigida por el director Patrick Vega. La película fue producida por la productora y distribuidora independiente XYZEl. Se estrenó en pocos países y fue un fracaso. No se encuentra en ninguna plataforma y terminó en sitios web "alternativos" de cine. Busque en Google y la encontrara. La película es bastante mediocre, intentó tener un "sello de autor" que no logró y se basó en teorías conspiranoicas. Su atractivo es el uso de A.I. Los personajes protagonistas, y la mayor parte del escenario, fue recreado con CGI e inteligencia artificial. Los protagonistas A. I de Putin y Yeltsin son indistinguible de la realidad.

 

Michael Mansilla

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2025-10-20T12:57:00

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