Maracaná. Fernando González Caussade

17.07.2025

Aquel monstruo enfurecido de doscientas mil bocas bramaba con ira desde las tribunas, recorriendo toda la cancha, queriéndose tragar a aquellos valientes y osados once hombres vestidos de celeste aquella tarde.

 

El enorme estadio guardaba ansioso la celebración. La fiesta estaba preparada y todo estaba listo para dar rienda suelta a la alegría. Samba y cerveza correrían a raudales por las calles de todo Río.

Nada podía salir mal. A quién se le iba a ocurrir lo contrario. A los norteños les bastaba con un empate para ser campeones del mundo. Y venían arrollando rivales.

Pero a veces no todo sale como se piensa o se desea.

Fue entonces que lo inesperado ocurrió.

Lo que nadie creía y ninguno quería que ocurriera. A once minutos del final se da esa loca carrera de Alcides por la punta derecha. Las docentes mil almas que miran sin querer mirar. Parece que el tiempo se detuviera paralizando las miradas que siguen petrificadas al veloz y diminuto puntero.

Ghiggia pisa el área, se acerca al arco de Barbosa, implacable.

El disparo mortal, milimétrico, decidido al primer palo. El arquero se jugó al centro, dejando abierta una lucecita apenas, y allí el tiro del oriental se cuela rasante, como puñalada, besando la red del arco de Brasil, clavando el balón como una daga mortal que hizo pedazos la algarabía que por unos pocos minutos nunca pudo ser, sellando definitivamente la suerte de la canarinha, convirtiendo la anticipada fiesta en una verdadera y terrible tragedia nacional.

Los pronósticos de aquella final volaron por los aires, hechos trizas en millones de pedazos, como los sueños de todos los brasileños.

Proeza, milagro o suerte divina. Vaya uno a saber.

Uruguay se siente ganador. El golpe había sido muy duro para reaccionar.

El partido que termina. La pesadilla que envuelve a todo un pueblo que llora la derrota. Nadie da crédito a lo que ocurre.

Nadie entiende nada.

Ni siquiera Jules Rimet que no sabe qué hacer con la copa entre sus manos, ni con su discurso preparado para saludar a los locales.

El trofeo le fue entregado al Negro Jefe, capitán de la selección vencedora, sin entender demasiado lo que acababa de ocurrir. Uruguay era Campeón del Mundo.

Y a decir verdad nunca más, pese a los 75 años transcurridos, el mundo ha visto y verá tamaña hazaña alcanzada esa tarde por aquel puñado de hombres vestidos de color celeste.

Muchos dirán que vivimos de recuerdos. Pobre de aquellos que no tienen historia, que no tienen nada qué contar. "Que saben, que saben ellos"

Nunca más habrá tamaña hazaña. ¡Uruguay nomá!

En la foto el enorme Obdulio con la pelota abajo del brazo. Allí en el Prado de Montevideo.

Fernando Gonzalez Caussadees Docente y Periodista. Trabajó en Torneos y Competencias, radios Sport 890, CX 30 Radio Nacional y CX 22 Universal.

 

 

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2025-07-17T04:50:00

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