Una rara flor llamada Alberto Restuccia
Marcelo Marchese
29.06.2020
Hace veinte años Alberto Restuccia vivía en La Casa del Teatro a pocos metros de mi librería, y así fue que vino atraído por un libro de la vidriera titulado "De la curación por la palabra en la antigüedad".
Tiempo después debía entregar aquella casa, que contaba con un teatro que fue, según él, dinamitado y en su lugar fue construido un Templo del Músculo, todo un signo de los tiempos.
Se mudó a Palermo, donde me vendió parte de su biblioteca y luego al Barrio Sur, donde vivía a una cuadra de la rambla en una casa cuyo frente estaba pintado de rosa y donde lo fui a visitar al principio de la revolución árabe del 2011, una revolución que nadie entendió en nuestro continente y que a Alberto le interesó, pues a aquel tipo le interesaba de todo y sobre todo, habida cuenta de su desconfianza hacia el saber oficial, le interesaba cualquiera voz discordante.
Cada cual en su sillón, entre ambos había una mesa y en el medio había colocado una vela en la que alguien había esculpido un enorme pene con unas venas que parecían boas constrictor. Daban ganas de decirle "¿Para qué pusiste esa cosa ahí?" pero bien, uno imaginaba para qué había puesto esa cosa ahí.
Nuestras conversaciones derivaban al pensamiento establecido, y para ser más preciso, al desprecio al pensamiento establecido y en particular, al desprecio a la Academia y muy en especial, al desprecio a la Academia Universitaria. Alguna cuenta pendiente tendría Alberto contra aquella Iglesia para odiarla de esa manera.
Me contaba que "Esto es cultura ¡Animal!" fue la obra de teatro más vista en el País. Curiosamente, el más under de todos los directores, y vayan tomando nota los que siguen la corriente, batió records de taquilla en la toldería de Tontovideo de la dictadura. A propósito, los militares sospechaban que había segunda en aquel título, pues con respecto a la cultura tenían cola de paja y con respecto a lo de "animales", tenían buenos motivos para suponer una burla directa. Fue Restuccia llamado a declarar y fue un militar a modo de espía a observar la obra subversiva, y el militar, que entró con gesto adusto, terminó riendo junto al resto del público.
Acaso el lector haya advertido que en los films y en las obras de teatro, lo que de verdad importa es una escena y todo el resto de la obra es un andamiaje para esa escena. En "Salsipuedes" hay dos minutos donde Alberto hace su manifiesto del arte. En ese par de minutos no hay diálogos, afortunadamente, no hay un teatro intelectual, como es abrumador entre nosotros y en el propio Alberto, hay oscuridad, como para que uno descanse de tanto razonamiento, hay tambores, hay unas luces rojo sangre que atraviesan la escena y hay corridas y hay gritos. Luego continúa la obra, pero lo importante ya fue dicho sin palabras.
No recuerdo el título de la otra obra suya que vi, pero era un monólogo donde despotricaba contra las idioteces que nos gobiernan con un vaso de whisky en la mano, luego de cantar "Yo soy lo que soy" de Sandra Mihanovich arrancándose parte del vestuario.
En los últimos tiempos estaba particularmente triste y desde su facebook rabiaba su soledad, para recibir a cambio deprimentes consejos. Contó cómo debió hacerse un examen en el cual le metían no sé qué cosa por el agujero del pene. Uno leía aquella cosa escalofriante y se enteraba que el examen se hacía sin anestesia o con una anestesia insuficiente, pues relataba que sentía que una navaja le rebanaba una parte tan sensible de su ser. Se llega a viejo, cuando se es joven también, pero en fin, se llega a viejo y no se tiene cómo evitar caer en manos de los sádicos que nos ha regalado el Progreso.
Buscaba en su facebook levantar y provocar, pues Alberto nunca estuvo encerrado en el closet. Contó, para la ira de una señora del ambiente, que antes siempre debía haber un bombero en las funciones de teatro y que el propósito deliberado de muchos artistas era hacerle una función oral íntima al bombero. No sé cómo involucraba al Bebe Cerminara en la historia, para furia de la dama, pero como ella sentía que se denostaba a una persona muerta que no podía defenderse, Alberto aclaró que el Bebe era el primero de la fila a la hora de la función oral y que su relación con él era de absoluta libertad, ya que creían que la monogamia era un hipócrita invento de la burguesía o una cosa aún peor.
Nos han dicho que el deseo sexual mengua con los años a medida que se atenúa la producción de hormonas que, al parecer, ejercen sobre nosotros una dictadura. Puede ser. No queda claro que esto sucediera en el caso de Alberto, pues sino no hubiera escrito en su facebook esta genialidad que desafía a cualquier mago en el uso de las palabras: "Ordeño vergas con la boca y con el ano".
Bien, ya habrá alguno que piense que no habría por qué andar escribiendo ordinarieces en un réquiem a un prohombre de nuestra cultura, pero le recuerdo al bien pensante una frase que de seguro le gustaba a Alberto: "Nada de lo humano me es ajeno", pues Alberto estaba interesado en literatura, música (tuvo su paso como vocalista de una banda de rock) economía, política, drogas, fútbol, ecología, salud, psicología y todo lo que fuera cosa humana.
No sé de qué murió. Nadie ha dicho nada. Nadie ha dicho si habrá velorio o entierro. No se sabe nada. Nadie preguntó nada. Sospecho que los velorios están prohibidos en la falsa pandemia. Esta farsa es irrespetuosa hasta con los muertos. Estuvo internado no hace mucho, y luego de esa experiencia, presumo, habrá decidido que nunca más volvía a vivir algo parecido y que ya era tiempo de despedirse.
Trato de acordarme de la sonrisa de Alberto y no logro precisarla. No sé si habrá alguna fotografía que lo capte sonriendo, pero lo dudo infinito. Acaso aquel fuera el precio a pagar por su forma de vivir. Acaso una amargura lo siguiera, como un perro empecinado, desde la infancia. No lo sabemos. Tampoco sabemos si ahora importa mucho. Sabemos que nos toca vivir un tiempo amargo dominado por la tontería. Ayer de noche volaba un helicóptero sobre la ciudad sin otro propósito que decirnos que El Gran Hermano te vigila.
La vida, se sabe, es efímera, pero, al mismo tiempo, es insoportablemente prolongada. Cada uno de nosotros muere cuando quiere morir y todo lo demás es chamullo. Muchos hacen de actores de un libreto escrito quién sabe dónde. Para mal o para bien, Alberto fue el actor de su propia obra. Podemos amargarnos porque se haya ido, pero también podemos sacarnos el sombrero y saludar al que quiso vivir a su manera.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias