El hijo del hombre que desafió a los dioses
Marcelo Marchese
27.11.2020
Los sudamericanos hemos dado los mayores artistas del fútbol gracias a ese pedazo de tierra llamado potrero, donde la pelota pica para cualquier lado. Descalzo, rodillas embarradas y ensangrentadas, con pelotas hechas con cualquier cosa, el que supo cómo dominarla ahí, luego, al llegar al césped, juega con ventaja.
Resulta que como es arriba es abajo, y el potrero con cardos y piedras donde se corría la pelota hasta que caía la noche y se jugaba hasta que se viera la guinda, también era la villa miseria, que es la favela y es el cantegril, y el hombre que sale del potrero al mundo a codearse con los mejor nacidos, no es un hombre cualquiera, es alguien que quiere dignificarse y quiere revancha. Si no entendemos esto, no entenderemos nada de lo que significa Maradona para millones de personas en todo el mundo, lo que implica no entender un mito.
Los primeros jueves de cada mes, cuando el padre cobraba el sueldo, la familia Maradona comía carne, algo que el orgulloso Diego nunca ocultaba, pues no renegaba del barro donde nació. Cuando Maradona cobra su primer sueldo en Argentinos Juniors, llevó a su madre a comer y a tomar coca cola en la pizzería del barrio que siempre miraban desde afuera.
Ese cuerpo espectacular, y al mismo tiempo anormal, pues se ha estudiado que algo en su estructura estaba fuera de la regla, fue resultado de las cosas del Destino, que lo había señalado como a su hijo dilecto. Otros no tuvieron su suerte y quedaron por el camino, pero Cornejo, el técnico en el baby fútbol, lo llevó a un médico que le conseguiría vitaminas gratis para suplir su magra alimentación, cosa que a la madre, en su interior herido, le costó aceptar.
Jugando en los cebollitas le toca una tarde acudir a una cancha rival. Los padres apostados al lado de la cancha, ante los milagros que se desplegaban ante sus ojos, le gritaban al negrito de mierda que se volviera a la villa, hasta que el negrito de mierda la agarró en su área, eludió a cada uno de los rivales, con un amague dejó sentado al golero y entró caminando al arco con la pelota. Luego se volvió, cabeza gacha, caminando al centro del campo, hasta que, cosas que logra el artista, todos rompieron en un aplauso cerrado.
Así nace el genio, entre escupitajos y aplausos, crucificado mil veces y mil veces vuelto a resucitar para demostrarnos que no hay límite al poder del hombre.
El hombre es hombre porque ha desafiado los límites. A ningún otro animal se le permitió el habla, ese fuego de Prometeo, pues a ningún otro animal se le permitió dominar el fuego. El hombre siempre es un desafío, un buscar cómo violar las reglas y por eso todos los pueblos tienen su Juan el Zorro, su Prometeo, un mito que tiene diversos nombres en diversas geografías.
Sólo Juan el Zorro logra en ocho perfectos minutos meter los dos goles más importantes en la historia de los mundiales, y en un mundial que sería el mundial por definición. Jamás los astros se conjuraron como se conjuraron en aquel México 86. No es lo mismo pagar a un juez para que cobre a tu favor, que hacer un gol con la mano sin que te vean, y no entender ese detalle es no entender el fútbol, donde debe haber reglas y la primera de esas reglas, es que tenés que buscar la manera de violarlas sin que te sancionen, pues el fútbol es fútbol por ser una de las más divinas, y empleo la palabra divina a plena consciencia, expresiones de la vida, y en esta vida hay que saber violar las reglas para triunfar.
Lo curioso es que en aquel primer gol a los ingleses, Maradona engañó a todos, y a la siguiente ocasión, en el segundo gol a los ingleses, Maradona engañó a todos.
El hombre nacido en cuna de oro tiende a ver a los negritos grasas con desprecio sin sospechar que si algo grasa hay en este mundo, son los criterios estéticos y morales de los hombres nacidos en cunas de oro, mas estos hombres grasas, los auténticos terrajas de la vida, imponen su forma de ver al mundo y de esa manera, otros terrajas parecidos e insensibles destilan odio, como hemos visto en estos días, ante el féretro que pasa con el artista inigualable. Lo curioso es que ese odio destilado como si aplicaran la punta de un palo para aplastar a una cucaracha, no es otra cosa que una clara expresión de su mundo interior, un alma pútrida que se rebela ante el genio que se animó a desafiar los límites y reivindicó a su gente, los condenados de la tierra, los cabecitas negras, y ese desafío al Poder los conmueve y les demuestra que ellos también podrían desafiarlo.
¿Qué es un genio? Sólo es alguien que tiene mayor capacidad de amar que todos los demás y por eso no conoce otra ley que su amor, y sólo un sepulcro blanqueado de la peor ralea pondría en tela de juicio el amor que Maradona sentía por su gente, sean los de Villa Fiorito, los de Nápoles o los de Palestina. Nunca los olvidó, siempre los tuvo en su boca, siempre se sintió uno de ellos y ellos lo sintieron uno de los suyos, y cada hazaña de Maradona era gritada por todos los negros del mundo como si fuera una hazaña propia, y en verdad lo era, ya que como es arriba es abajo y cada gol de Maradona rompía redes en todas partes.
Se habla de su vida privada, sobre todo hablan de su vida privada personas de las que preferiríamos no enterarnos ningún detalle de su insípida y atroz vida privada, pero igual hablan, pues ante un ser elemental como Maradona, en el más amplio y hermoso sentido de la palabra elemental, no se puede estar impasible. O se lo ama o se lo odia.
Maradona, como Mercury, Borges, Baudelaire y tantos otros genios, nunca resolvió plenamente su fase edípica. Su consumo de drogas, su beber y su comer, esa ansiedad oral elocuente, llevaba a hundirlo, pero al mismo tiempo, su deseo de triunfar, de reivindicarse, de decir algo que pocos se animan a decirse "En medio de todas las dificultades, una cosa me queda: YO", lo impulsaba a volver a entrenar, a volver a dar la batalla y a triunfar, como triunfó pese a todos los poderes malignos que hay en este mundo podrido que necesitamos revolucionar.
La merca, los golpes de la vida, sin los cuales no habría merca, el alcohol y sobre todo, las pastillas para dormir que empieza a tomar el hombre luego de dos o tres noches atroces en vela, lo fueron raleando, pero él siempre volvía a levantarse, y cuando trabajó de técnico en México y luego en La Plata, mejoró, sobre todo en su dicción, que es la prueba definitiva de todo, y así venía, en la mejor terapia del mundo, la del hombre que crea con su trabajo, hasta que lo agarró la cuarentena y lo terminó de hundir. Este es otro muerto que debemos atribuir al coronavirus, pero no al virus, que no mata a nadie, sino a las criminales medidas creadas en función del virus.
Hoy en Argentina y en Nápoles se desafiará la cuarentena para rendirle honor a un argentino y a un napolitano. Maradona se revela como un mito hasta en eso.
Ha muerto nuestro jugador más querido, el que más nos emocionó, pues fue el jugador que con más emoción jugó al fútbol, y ha muerto nuestro vengador, pues amaba a su gente y se juró que los vengaría y por eso será crucificado, como el hombre que nació en un pesebre y dijo "No he venido a traer la paz, sino la espada".
Así nacen los dioses. Ningún ataque a las religiones podrá con el natural deseo del hombre de elaborar mitos. En tanto un hombre nazca de una mujer, cosa que no podremos asegurar a futuro, elegiremos a uno de nosotros como emblema de todos nosotros, por su bondad, por su piedad y por una cosa que resume todo eso y que es la mayor expresión de amor que ha alcanzado el hombre en esta tierra, por su coraje.
Los que no pudimos acudir al entierro, haremos una despedida en nuestros corazones al hombre enamorado de todos, luego, podrá subir al cielo, donde el San Pedro del Poder le cerrará el paso, y entonces, con ese talento que nació del potrero así como nace un abrojo, le hará una moña que lo dejará en el piso y entrará, con la camiseta toda manchada de barro, al sitial donde lo esperan los otros dioses.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias