En el barco negrero
Marcelo Marchese
12.01.2024
La verdad de nuestro País es que fue creado por los jesuitas, pero fue segregado de su País por la masonería británica. La historiografía, que no es otra cosa que una función de la política para vestir al pasado con el ropaje de los intereses del Poder, pretende ocultar el origen jesuita, pero allí está para el que quiera verlo.
¿Quién construyó la ciudad cuando no había mano de obra? Los reducidos indios tapes, los mismos que hacían las vaquerías y que nos dieron, por mestizaje, al gaucho. La ruina de España se agudiza cuando permite que los iluministas españoles (la masonería) elimine a los jesuitas. En nuestra tierra, eso significó la destrucción de las siete reducciones.
La historiografía se divide entre quienes pretenden enterrar ese pasado, y entre quienes lo reivindican, pues el telón de fondo es una guerra espiritual.
Ahora, la historiografía es obra de falsedad y nada más tengo que decir a ese respecto.
Hay otro pasado que pretenden enterrar: el pasado de Montevideo como enclave negrero. Esta ciudad existió gracias a ese lindo negocio, y lo mismo, Colonia del Sacramento y Buenos Aires.
Por el centelleante Río de la Plata pasaría un número de esclavos, que equivaldría a la mitad de los que pasarían por los Estados Unidos.
No te lo habían dicho, pero nuestra hermosa ciudad, la coqueta Colonia del Sacramento y la fastuosa Buenos Aires, fueron cimentadas en el crimen.
Incluso, Montevideo logró de la corona española el privilegio de la trata negrega.
Había que servir para algo.
¿Qué fue la conquista de América? Un crimen que unió Europa, África y América, para que unos malvados obtuvieran más poder amasado en sangre humana.
El poder no es otra cosa que sangre humana reconcentrada.
Nuestra ciudad era un puerto de tránsito de esclavos que venían de África y Brasil y que luego continuaban hacia Buenos Aires, para ser destinados al norte argentino y más allá, o debían atravesar el Estrecho de Magallanes para arribar a la costa del Pacífico.
Son conocidas las condiciones en el barco negrero. Esposados, hacinados, los acostaban sobre el lado izquierdo para no ejercer presión sobre el hígado. Unos cuantos morían por el camino, lo que resultaba en la mengua económica.
La esclavitud es una institución que viene de lejos, aunque no tan lejos, digamos, unos diez mil años, lo que en términos humanos significa nada. Lo que hizo la expansión capitalista que inaugura la era moderna con el descubrimiento de América, es usar de la esclavitud a destajo. Las bases de las fortunas actuales, la acumulación originaria del capital, fue el comercio colonial, la trata de esclavos y el robo de las tierras de los campesinos de Europa.
Nada de libre competencia ni ninguno de esos cuentos. Robo deliberado, opresión y hierro al fuego para marcar la S de Slave en hombros y mejillas.
¿Pero no hubo rebeliones en los barcos negreros? Ocurrían, en general, apenas los embarcaban y antes de partir de África. Tenemos la descripción de una rebelión por parte del historiador Alex Borucki.
Se trata del San Juan Nepomuceno, que por el 1800 parte de Montevideo a Lima con noventa tripulantes y setenta esclavos. En la costa patagónica, estalla la rebelión liderada por un carpintero de nombre (nombre impuesto) Antonio, que viajaba a Lima pues se había fugado y su amo, lo castiga con la pérdida de sus vínculos sociales en Montevideo.
Al parecer, los negreros eran inexpertos, o confiaron en su número, pues no tenían encadenados en las bodegas a los africanos, y no habían separado a los hombres de las mujeres. Triunfada la revuelta, y apenas tuvo ocasión, Antonio depositó al capitán del buque y a algunos tripulantes en una pequeña embarcación y ordenó al primer oficial, de apellido Riti, que condujera al San Juan Nepomuceno a Senegal.
Este primer oficial, por las razones que fuera, boicoteó el plan de los rebeldes y se dedicó a navegar en zig zag a la espera de un buque salvador que enviara de nuevo a aquellos negros a su destino.
No queda demasiado claro qué fue lo que sucedió, pero al parecer, le disputa la jefatura a Antonio un hombre llamado Daure, y sea como fuere que sea, al avistar las islas de Cabo Verde, Riti desembarca con Antonio a por agua y logra escapar secuestrándolo.
Salvo que Riti estuviera armado, me cuesta infinito pensar cómo pudo reducir a un carpintero de raza negra que ya había liderado una rebelión, pero esa es la floja información de que disponemos y queda a cargo del lector imaginar los pasos posteriores de Riti, el esclavista, y de Antonio, el líder de la revuelta del barco negrero.
Bajo el mando de Daure, llega El San Nepomuceno a la desembocadura del río Senegal, donde entrega el navío al fuerte francés de San Luis y se declara hombre libre, así como todos los demás (los barcos negreros, y los valientes fuertes, al parecer, eran llamados con el nombre de santos).
Es dable pensar que hubieron otras rebeliones victoriosas, pero con toda evidencia, se silenciarían, no fuera cosa que cundiera el ejemplo. Si más cosas supiera de los hechos narrados, con gusto las hubiera agregado, pero no toda carencia debe ser lamentada.
En un barco que se aproximaba al polo, y a medida que el frío se hacía más crudo, imaginemos las palabras de aquellos hombres que se preguntaban si valdría la pena rebelarse, ya que si perdían, lo pagarían carísimo, y si valía la pena seguir viviendo así, y qué hacer, y cómo hacerlo ¿Y si nos animamos? ¿Y si mejor aceptamos la cosas como han venido? En esas consideraciones, pienso yo, alguien, y sospecho que un carpintero de nombre Antonio, decidió tomar el toro por las guampas, pues él se sabía un hombre y nadie es más que nadie en esta tierra.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias