La Universidad
Marcelo Marchese
20.08.2024
A la Universidad no le gusta recordar su origen, ya que deviene de las escuelas catedralicias y fue creada por la Iglesia en el medioevo.
La Iglesia tuvo históricamente un misión evangelizadora, hacer conocer y extender su fe, por lo que deseaba convencer más allá del púlpito, y antes de las universidades, ya enseñaba a clérigos y laicos.
A pesar de lo que suele creerse sobre la Edad Media, era aquel tiempo de fermento intelectual y exuberancia de ideas, como vemos en las catedrales y en la Divina Comedia.
Innumerables tendencias del cristianismo luchaban entre sí, mientras latían pensamientos considerados paganos, sean provenientes del pasado greco romano, sean provenientes del mundo bárbaro, y sumemos la poderosa influencia del Islam (por largos períodos, Europa no pudo hacer flotar una tabla en el Mediterráneo) y el pensamiento judío, y las ideas que llegaban de oriente.
Todo aquel fermento necesitaba, por un lado, manifestarse, y por el otro, controlarse, y nada mejor que una institución donde esas ideas se expresaran, se enseñaran y se rigieran, pues por un lado debía existir libertad de cátedra, pero por el otro, un sistema piramidal, un sistema de poder con maestros y aprendices, y a la postre, exámenes y títulos de sabiduría.
Ante un mundo en expansión, se precisaba una élite intelectual que administrase, por lo que, tanto la Iglesia como los poderes temporales, necesitaban técnicos y propagandistas, lo que hoy llamamos "profesionales".
Estamos, como todo en este mundo, ante algo dual y más que dual, pues si por una lado se precisa evangelizar y constreñir, en la Iglesia operaban, y operan, diversas fuerzas, y en ocasiones, antagónicas, y ninguna de esas fuerzas dejó de considerar a las universidades como campo de batalla.
Las escuelas catedralicias de donde provienen las universidades, enseñaban las artes liberales, esto es, no específicas del dogma cristiano, que se dividían en trivium y quadrivium. El primero lo formaban la gramática, la retórica y la dialéctica, necesarias para entender y glosar un texto bíblico. El segundo, la aritmética, la geometría, la música y la astrología, ya que eran necesarias para entender la creación. Si Dios había creado la fe, también había creado la razón, y la primera podía ser justificada por la segunda.
He aquí, con todos los antecedentes que queráis desde que el hombre hizo fuego, el origen de la ciencia, pues en las universidades, se desarrolló la escolástica, una doctrina pletórica de matices y harto eficiente para argumentar y demostrar una tesis. Una larga sucesión de teólogos, Abelardo, Santo Tomás, Duns Scoto, desembocan en Galileo, pues en las universidades se garantizaba la libertad de cátedra, y el poder temporal, o el poder que fuere, no podía inmiscuirse, y como la razón buscaba infinitos mecanismos para validar la fe, surgió, de esa manera, el universo de ideas que dio nacimiento a una nueva fe: la ciencia.
Este es el momento donde el lector echa el cuerpo atrás y afirma que la ciencia no es una fe, sino el resultado de la observación, la experimentación, las tesis y las hipótesis, pero lo cierto es que el lector no ha visto un átomo jamás, ni un protón, un neutrón o un electrón, y tampoco un quarks, ni lo que venga después del quakcs, y sin embargo, cree que existen. Eso es una fe.
La fe se irá renovando eternamente negando eternamente los conocimientos previos. El método del error, seguirá inerme. Cada victoria, mostrará un nuevo fracaso. Se sigue la verdad sin alcanzarla si se toman caminos equivocados.
El nuevo aspirante a la fe, será la élite intelectual del sistema. Pasará por un régimen según el cuál, se mide su sabiduría con números. Lo más seguro para conseguirlos, es repetir lo que dice el que determina cuán sabio es uno. Y eso, por años, cuando la mente se encuentra en ebullición. Luego, se lo atosiga a lecturas que no dan tiempo a procesar las ideas, por lo que termina fundido en un batiburrillo demencial. El plan de la fe es descentrar al creyente que pensará ideas predeterminadas, en lugar de inspirarse y conocer aquello que pueda conocer por sí mismo. Se trata, en suma, de destruir la intuición. En este sentido, aquel que ha sobrevivido en todos sus términos a la Universidad, ha adquirido una nueva dimensión del sistema de ideas.
De que la fe se justificara por la razón, devino la ciencia, que fue depurando a la ciencia. Que poderosas fuerzas que constituyen los planetas y las estrellas afectan esta minúscula porción del Universo, como creyeron hasta Galileo y Newton, fue considerado un delirio que fue suplantado por la astronomía, y que en nuestra mano se dibujara el destino, palabrerías de gitanos. La ciencia se construyó a sí misma, así como en las universidades, maestros producen maestros.
El estamento medieval prevalece, con sus autoridades, sus grados y su prestigio. Son los administradores y los encargados de decirnos lo que es. Cobran un buen sueldo. El estamento devino de la Iglesia. Justificar por la razón, justificó a la razón por sí misma. Hoy, se adapta a nuevas realidades. Normatiza al estudiante y convierte en norma el pensamiento. Es lugar de batalla cultural, y sin embargo, ciertas ideas no emanan de la Universidad, o más bien, no fluyen libremente por las universidades.
La obra literaria de la Edad Media fue La Divina Comedia. El Dante no pasó por la Universidad. Tampoco Shakespeare, Cervantes, Baudelaire y Borges. Son vastos los caminos por donde fluye el pensamiento.
Marcelo Marchese
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias