Beasts Of No Nation, de Cary Joji Fukunaga
Mathías Dávalos
21.10.2015
Dirección, guion y fotografía: Cary Joji Fukunaga. Música: Dan Romer. Elenco: Abraham Attah, Idris Elba, Emmanuel Nii Adom Quaye, Kurt Egyiawan. 137 minutos. 2015.
Beasts Of No Nation es la primera película original de Netflix. Se estrenó el viernes 16 de octubre tanto en la plataforma de streaming como en cines de Estados Unidos, en un movimiento comercial tan arriesgado como innovador. A nivel mundial, Netflix cuenta con más de 69 millones de usuarios que pagan mensualmente menos de 10 dólares por una variada gama de películas, documentales y series. Todos estos clientes ya tienen la opción de ver esta película en la comodidad de sus hogares, en sus teléfonos inteligentes o tabletas. Luego de sus celebradas series originales como House of Cards, Orange Is The New Black, Narcos, entre otras, llegó el momento de una primera película con el sello, producción y distribución de una empresa que en los últimos años ha cambiado la forma de ver televisión.
Para su primera película, Netflix decidió arropar con todos sus recursos a un director joven y en ascenso en Hollywood. Cary Joji Fukunaga, quien luego de dos películas dirigidas, Sin nombre (2009) y Jane Eyre (2011), en 2014 se destacó como director de la primera temporada de la serie de televisión de HBO True Detective. En Beasts Of No Nation Fukunaga se encargó de un proyecto personal de varios años: dirección, fotografía y guion del film, basado en la novela homónima de Uzodinma Iweala publicada en 2005.
El film retrata una pesadilla con un personaje central: el niño Agu. El escenario de este infierno es un país del oeste africano, no especificado, en guerra civil (la película fue filmada en Ghana). Agu vive en un pueblo pobre, ubicado en zona neutral del conflicto bélico entre el ejército nacional y las tropas rebeldes. Una de estas es la NDF, liderada en el campo de batalla por el Comandante.
En el comienzo de Beasts Of No Nation, Fukunaga genera un evidente clima de calma antes de la llegada de la tormenta: Agu y sus amiguitos juegan a ser comerciantes con simpáticos militares que custodian la zona, a los que intentan vender el esqueleto de un televisor; Agu cena con su familia, entre sonrisas y complicidad. Cuando llega la toma del pueblo por parte del ejército nacional, nada será lo mismo para los lugareños. Agu pierde a su familia, intenta huir pero en vano. Su destino encuentra al Comandante, líder de un grotesco ejército rebelde de jóvenes soldados, especialmente niños. Pruebas, ejercicios físicos y arengas dan lugar a esnifar cocaína mezclada con pólvora, la que se baja fumando marihuana. Bajo las órdenes del Comandante, se desata el infierno con estos pequeños guerreros en harapos pero calzados con rifles, metralletas y bazucas.
La fatalidad personal de Agu también da lugar al desarrollo de otros relatos que se bifurcan: historias de destrucción de la infancia, de extrema supervivencia en un medio hostil, de la orfandad y la adaptación a una "nueva familia", de la formación de máquinas de matar. A modo de ejemplo, hay escenas duras, como en toda guerra, que Fukunaga maneja entre el suspenso, la economía de imágenes y el más descarnado drama. La toma de un puente, la primera ejecución de Agu, su desmoronamiento al confundir a su madre con otra mujer, su recorrido por una mina.
La actuación del debutante Abraham Attah como el niño Agu conmueve con brillo propio. Su mirada expresiva, que parece apagarse con el paso de los minutos, es el testimonio máximo de este descenso al horror. En el relato cardinal, la tragedia según el punto de vista de Agu, Fukunaga recurre al recurso de la voz en off del niño para mantener un eje narrativo. El usual monólogo ante el espectador acompaña y valida al personaje, pero es de mucho menor impacto ante la violencia que transmiten las escenas y la expresión visual y corporal del actor ghanés. Attah se destaca asimismo en su interpretación con el resto del elenco: en el desarrollo de su amistad con Strika (Emmanuel Nii Adom Quaye, de destacada actuación), un niño soldado que no habla y solo ha sido enseñado a ser letal con su arma; y en su vínculo de estilo hijo-padre, alumno-mentor, con el Comandante, interpretado por el británico Idris Elba (The Wire, Luther, Mandela: del mito al hombre).
El personaje del Comandante es el Lucifer de esta odisea. Es llevado con mesura y talento por Elba, quien ya solo por su físico genera impacto ante su ejército de niños. Varias líneas del guion de Fukunaga erigen la figura oscura y profética de este líder militar con sentencias directas acompañadas por lacónicos gestos del actor. Esta interpretación de Elba recuerda el elemento de locura y de perversión de célebres exploradores militares inmersos en la jungla que ha dado el cine, como los casos del actor Klaus Kinski en Aguirre, la ira de Dios (1972) o Marlon Brando como el Coronel Kurtz en Apocalipsis Now (Francis Ford Coppola, 1979). Por otra parte Elba, formado de joven en Londres como actor de teatro, transmite a su personaje un aire de desilusión desde su retórica. Un destino entre la tragedia y la corrupción del ser político a la manera de la obra Julio César de William Shakespeare.
En la dirección y fotografía, lo de Fukunaga es irreprochable. Método con cámara en mano en los combates y emboscadas de la guerrilla de la barbarie, en la jungla inacabable y en las casas humildes sobre tierra. Plano secuencia en una dantesca mina a la luz del día. Bombas que explotan en la noche y que iluminan como fuegos artificiales la selva oscura. Una fotografía de colores cálidos que se confunden en su contraste con el sepia según impone el paisaje tropical pero que jamás busca ser romántica. Esta paleta de colores utilizada se corrompe en una escena puntual: cuando Agu y otros niños atacan a un pueblo bajo la acción de las drogas. El efecto visual recurre al rojo de la sangre que gradualmente invade la tierra y el barro pero no a los combatientes. Fukunaga, en busca de ser crudo pero cauto en su relato, recurre con primeros planos y planos italianos a la expresividad de los ojos oscuros de Agu y del Comandante, testigos del terror en primera fila. La música de Dan Romer, con ritmos de percusión nativa y sonidos electrónicos, se hace lugar entre las balas y los silencios sin desentonar con los climas que plantea el director.
Beasts Of No Nation es un drama de guerra necesario de ver en estos tiempos y en todos los que sean. Una debacle que no solo ocurre en África, sino que es universal. Se cuentan de a miles los niños soldados en este continente, sea en el ejército del Boko Haram, en el del tirano Joseph Kony o en otros. En Siria e Irak, el Estado Islámico secuestra y recluta a sus "cachorros" con considerable éxito y hace públicos los brutales entrenamientos en internet. En El Salvador, los maras sacan a los niños de las escuelas para capacitarlos en las sanguinarias guerras de pandillas. "Un niño es una cosa peligrosa", dice el Comandante a su ejército cuando se presenta ante Agu. Tan peligrosa que hay que convertirla de inmediato, desde la raíz. En cuerpo y alma. Destruir siempre es más fácil e inmediato que crear. En Beasts Of No Nation este miserable proceso da lugar a un infierno tan temido que Fukunaga ha tenido el valor y el talento de retratarlo con el mayor realismo que permite una obra de ficción.
Elba y Fukunaga durante el rodaje
Fotos: Netflix
Mathías Dávalos
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias