Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino
Mathías Dávalos
11.01.2016
Dirección y guion: Quentin Tarantino. Música original: Ennio Morricone. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Elenco: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Walton Goggins, Michael Madsen, Tim Roth, Bruce Dern, Demian Bichir, Channing Tatum. 168 minutos. 2015.
Crédito: The Weinstein Company
La octava película de Quentin Tarantino es su segundo western situado en tiempos marcados por la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865). Un director que, como escribí sobre su film anterior, Django sin cadenas (2012), desde los créditos iniciales de su ópera prima, Perros de la calle (1992), siempre rindió cuentas al género western, con aquel plano general de sus gángsters trajeados caminando en ralenti que evoca a La pandilla salvaje (1969), película de Sam Peckinpah, uno de sus directores referentes.
Las dos últimas películas de Tarantino, en su revisionismo histórico de Estados Unidos reivindican, ante todo desde su cinismo elaborado entre el drama y la comedia según un consistente guion realizado por el mismo director, el cambio de roles en un relato frente al gran público. En Django... la épica historia de venganza de un héroe negro ante los opresores blancos a poco de iniciar la Guerra Civil. Un romántico cowboy acompañado por un doctor de origen alemán; un viaje de a dos a la manera de El Quijote, con otras enormes influencias sobre Tarantino: la de los realizadores italianos Sergio Leone y Sergio Corbucci y la del subgénero Spaghetti western.
En Los 8 más odiados la Guerra Civil ha finalizado y Tarantino expone una atmósfera reinante con ritmo cansino en las primeras escenas, aunque acertado en la narración general previo a un desenlace lleno de vueltas de tuerca en la historia. Esta es una película en la que todos los personajes llegan a cumplir más de un rol: de acusadores a acusados, de verdugos a víctimas, de racistas a tolerantes, siempre marcados por la decepción y la supervivencia. Este es uno de los sentidos de justicia que suele desarrollar Tarantino en sus films, entre la sorpresa y el azar que enfrentan sus personajes en sus caminos.
El comienzo de la película es egregio. El gran mérito se lo lleva el histórico compositor Ennio Morricone con su lúgubre pieza "L'Ultima Diligenza di Red Rock", que Tarantino acompaña con la introducción de una presencia determinante en la historia: la incesante nieve que cae y cubre el espacio rural de Wyoming. Una diligencia se acerca a lo lejos, no tan rápido como el simbólico tren del inicio de Un tiro en la noche (John Ford, 1962), el western más poético y mejor logrado en la historia del cine por su cabal representación del conflicto entre lo salvaje y la civilización. En esta apertura, Tarantino destaca un monumento de Jesucristo crucificado, cubierto por la nieve y en el total olvido. La religión no será leitmotiv de este film —más allá del usual y particular manejo de las nociones del Bien y del Mal en la obra de Tarantino—, pero es quizá la manera del cineasta de advertir a los espectadores a la manera de Dante Alighieri a sus lectores en La Divina Comedia: ante la puerta del Infierno, ustedes que entran, abandonen toda esperanza.
La película dura poco menos de tres horas. Narrada en capítulos, los primeros son de presentación de personajes con énfasis en el contexto histórico. Retazos de un gran drama colmado de buscavidas, racismo y violencia física y verbal. El cazarrecompensas John "el verdugo" Ruth, interpretado por el confiable Kurt Russell (nueva reunión con Tarantino tras A prueba de muerte, 2007), lleva apresada y con destino a la horca de Red Rock a Daisy Domergue, representada por Jennifer Jason Leigh en la actuación más impactante del film por encima de la de un inoxidable Samuel L. Jackson como el general Marquis Warren, dueño de oportunos monólogos como cuando el actor interpretara al gángster Jules Winnfield en Tiempos violentos (1994), segunda película del director. Las palabras que pronuncia Jackson, siempre acompañadas por su predominante gestualidad —sobre todo en su manejo de la mirada—, son más peligrosas que sus balas: cargadas de reflexión y de históricas reivindicaciones de raza, crítica sociopolítica y dosis de un histriónico humor recurrente en un guion original de Tarantino. A esta diligencia se sumará otro pintoresco personaje con aura de bufón: Chris Mannix, un flamante Sheriff racista de pasado familiar marcado por la delincuencia con destino a tomar su nuevo cargo en Red Rock. Es interpretado por el actor Walton Goggins, parte del elenco de Django... y de celebrados papeles en las series de televisión policiales The Shield y Justified (ambas de FX Networks).
Jennifer Jason Leigh como Daisy Domergue, mujer parte de un mundo violento y despiadadamente machista, no necesita grandes líneas del guion para ser relevante. Es clave en la trama, en su inicio, desarrollo y resolución, y ante la cámara desde su irrupción en la carroza. Las miradas y sonrisas socarronas de Leigh, con un ojo negro, la nariz rota y el rostro ensangrentado, son de las imágenes más poderosas de la película. No es ni regodeo ni exceso siquiera de Tarantino, a quien se le ha criticado reiteradamente su "misoginia" y "sadismo" en la violencia contra el género femenino y particularmente en este film. A estos acusadores alguien debería recomendarles revisar Jackie Brown (1997), Kill Bill I y II (2003-2004), y por qué no volver a ver esta película.
Russell, Leigh y Dern | The Weinstein Company
La tormenta atroz obliga a la diligencia a detenerse en la residencia de Minnie, donde son recibidos por un casero mexicano (Demian Bichir), se une el resto del elenco y la película vira hacia una trama de intriga detectivesca con personajes limitados por cuatro paredes, a la manera de los de las novelas de Agatha Christie y que asimismo recuerda el guion original de Tarantino en Perros de la calle. Visualmente, pasamos de los grandes planos generales del invierno en Wyoming (fotografía de Robert Richardson, predilecto de Tarantino, tomada en Ultra Panavision 70) y de los primeros planos en el interior de la diligencia a una posada con café y guiso calientes. En este viraje en la narración, Tarantino recurre a un gran flashback junto con el recurso de la voz en off que por momentos, lejos de ser didácticos aunque finalmente necesarios, hacen ruido en el relato al que se suman nuevos personajes. Se presentan actores de la predilección de Tarantino en previos films: un anciano general Confederacionista postrado en un sillón y atormentado por haber perdido a su hijo por la Guerra (Bruce Dern como Sandy Smithers); un parco cowboy que come maní en una mesa (Michael Madsen como Joe Gage); y un inglés ilustrado, Oswaldo Mobray (interpretado por Tim Roth, un personaje con reminiscencias al Dr. Schultz de Django...).
En la cabaña, mientras la cámara se hace lugar mediante diversos planos (primeros, italianos, medios, contraplanos, entre otros), los diálogos se suceden y las historias de estos personajes se entrelazan con un evidente pasado en común: las consecuencias de una Guerra Civil en tiempos salvajes y de formación de Estados Unidos. Esta reunión circunstancial es trabajada por Tarantino con insistencia al resaltar el sonido de la tormenta exterior a la posada. Una presencia acosadora que recuerda a La cosa (1982), obra maestra de terror de John Carpenter (remake del film homónimo de 1951, dirigido por Christian Nyby y Howard Hawks, este último gran maestro de Tarantino) a la que el director también recurre con mayor evidencia —más allá de posibles guiños con la inclusión de Russell en el elenco y la de Morricone en la música original— en una escena de sosiego, marcada por una carta y la conversación entre dos personajes que, inmersos en un mundo violento que los ha sometido, encuentran cierta paz.
Los 8 más odiados es una de las películas más complejas de Tarantino. Más que un nuevo o repetitivo testimonio sobre la violencia en Estados Unidos —marca en el orillo en la historia de este país y en la filmografia de un director que jamás ha dejado de lado los detalles sangrientos y lascivos, herederos del cine de Exploitation y clase B de los años 70—, es una dedicada meditación atemporal en la que todas las partes sin excepción, desde el desarrollo y aporte de los actores sobre sus personajes en sus diferentes diálogos y comportamientos, monólogos, acciones y reacciones, hasta la dirección general del autor, expresan una desesperación y dolor humanos que trascienden a una película y al tiempo de su realización. Y este es uno de los mayores regalos que puede darnos el cine.
Mathías Dávalos
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias