Ni cucarachas ni ratones… Son ratas. Jorge Ángel Pérez (desde Cuba)

30.11.2025

Lo más importante de estas líneas está en ese ejército de ratas que ha invadido la ciudad.

 

Advierto muy rápido al lector que con estas líneas no pretendo hacer una versión del cuento del ratoncito Pérez, de aquel ratoncillo tierno que se cayó en la olla por estar goloseando la cebolla. Tampoco estará en la médula de mi prosa la muy famosa y presumida cucarachita Martina; a ella tampoco pretendo convertirla en protagonista. Lo importante aquí serán las ratas, las más grandes y de tan prolífica descendencia, y sobre todo de los empeños cubanos de acabar con cucarachitas y ratoncitos, sin atender a que su apellidos sean Pérez o Rodríguez.

Lo más importante de estas líneas está en ese ejército de ratas que ha invadido la ciudad, esta ciudad a la que sus habitantes jactanciosos damos el nombre de ciudad maravilla. La Habana, la que alguna vez fue muestra de belleza y compostura se ha llenado de esos animales que pueden acabar con nuestras vidas, y lo peor son las procuraciones, me gustaría escribir "procurancias",  para acabar con esos bichos tan despreciables y muy en extremo dañinos, incluso mortales.

Y ya se habla de sucesos perniciosos, del ataque de esos bichos a la población que pasa sus días en esa ciudad que es la capital de "todos" los cubanos y a la que algunos alocados suelen llamar capital, y también el título, más irresponsablemente aún, de "ciudad maravilla". Ya se reportan ataques de esos bichos a la población que habita la ciudad, y crecen las historias de enfermedades y de enfermos que han visto en riesgo sus vidas después de una certerísima mordida.

Y en medio de las tantísimas tempestades crecen las alarmas en la ciudad, y también se hace enorme la "ganancia de los pescadores". Y ahí están, para probarlo esos muchos vendedores que hacen el viaje hasta ese sitio al que llaman "La Cuevita", y en el que no me extrañaría saber que también se puede comprar un avión. Allí se grita, y a voz en cuello, que los comerciantes tienen la mejor de todas las soluciones guardada en unos sobres coloreados, el más famoso de entre todos los "raticidas" que en el mundo han sido.

Yo hice ya la prueba, yo compré los raticidas, hice la prueba, y asustado saqué el contenido del continente, y también pagué esos largos 800 pesos que vale el sobrecito, el continente del raticida. Yo, muy asustado, ya desembolsé los 800 pesos que cuesta el sobrecito minúsculo, ese que, aseguran, tiene la mejor solución para acabar con la que podría ser la más tremenda comunidad de ratas que existe en todo el orbe, y que pervive en La Habana.

Dicen que la solución está allí, que la poción es, ante todo, un cebo. Le llaman el más ejemplar de los raticidas que tiene el orbe. Y quizá por eso me levanté hoy con cierto entusiasmo, creyendo que había encontrado la solución, que un montón de esos bichos estarían virados patas arriba, mostrando ya sus estertores. Yo creí que había encontrado la solución que en ese sobre breve que es el continente del raticida, la mejor solución, como aseguran los vendedores para embullar, a quienes tienen la casa llena de esos bichos. Los comerciantes, habilidosos, aseguran ser los portadores de la mejor solución, ese muy efectivo matarratas, quizá el más efectivo de la historia del mundo.

Y sin esperanzas no se puede vivir. La esperanza es la sal de la vida, el último de entre todos los recursos. Hay que probar, hay que insistir en el saneamiento de la ciudad y de la casa con el aliento que dan los vendedores. No hay otra solución que la fe, porque, como decía mi abuela, sin fe no es posible vivir. Luego será bueno sentarse cómodamente para verlos caer redonditos y en el más eterno de entre todos los sueños.

Y yo quiero tener fe. Yo quiero sentarme cómodamente para ver a esos bichos cayendo redonditos, muerecitos, y aplaudir entonces, aplaudir muy fuerte batiendo las palmas de las manos con toda la energía que salga de nosotros. Yo tengo fe, porque sin esa fe es imposible vivir, sin esa fe es imposible acabar con esa colonia de ratones, ah, y también con esas cucarachas que habitan todos los rincones de esta ciudad a la que solemos llamar todavía "ciudad maravilla".  Y ojalá aparezca la manera de hacer desaparecer todos esos bichos antes que ellos nos exterminen a nosotros.

Publicado en Cubanet, el 29 de noviembre de 2025

Jorge Ángel Pérez nació en Cuba (1963), donde vive, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.

Columnistas
2025-11-30T06:59:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias