Ni viejos ni gurises. Ramón Fonticiella

21.06.2025

Hace unos días leí una información, con opinión, sobre la pobreza de niños y ancianos en el Uruguay. Me pareció entender que debemos preocuparnos más por los infantes, que tienen mayor porcentaje de pobres que por los mayores, sobre quienes ha habido siempre políticas más directas. Puede ser.

 

 En verdad asusta saber que, conforme a los datos del Instituto de Nacional de Estadística, UNO de cada TRES niños uruguayos menores de seis años, es pobre. Equivale a casi el 30% de la población infantil, y duplica a la pobreza general del país que es de un 17 por ciento.

No soy economista, ni contador, ni administrador de la cosa pública, pero me preocupo mucho. Imagino un trío de gurises, tomados al azar, de los cuales UNO es pobre, sin que los demás sean ricos. El drama no termina ahí, recién comienza; como ciudadano politizado, como padre y abuelo, como maestro, me causa angustia saber que el 30 por ciento de los chiquilines chicos de mi país, no tendrán un desarrollo pleno, ni física ni intelectualmente. Los especialistas han abundado en razones que reclaman la alimentación y educación suficientes, para que anatómica, funcional y mentalmente esos niños no sean motivo de tristeza (y quizás conflicto) toda su vida; para ellos, para sus familias y para su sociedad. No alcanza con que los niños coman bien para no sentir hambre; es imprescindible que su desarrollo físico y mental sea pleno. Para aprender oficios, desarrollar intelectualidades, comprender el mundo, incidir en su entorno, formar una familia, su salida temprana de la pobreza es IMPRESCINDIBLE. No importa si sus padres han sido también pobres y no han podido brindarles desarrollo: interesa que la sociedad en su conjunto vele por ellos, en tanto son miembros de ella, con los mismos derechos que los hijos de familias que entendieron y pudieron cuidarlos. Pensar de otra manera es ubicarse en otra dimensión: lejana al humanismo, el cristianismo, el libre pensamiento...Es creer que el mundo tiene señores y esclavos, y que aquéllos pueden servirse de éstos para explotarlos; es retomar una especie de esclavitud sin cadenas, látigos ni capangas materiales; pero que funciona en base a diferencias sociales e individuales, que perniciosamente se deja instalar, aunque se hagan discursos y beneficios para quienes arrastran su pobreza. Sólo el razonable esfuerzo por la equidad, será herramienta válida para que la pobreza sea derrotada con justicia; no es suficiente (ni digna) la caridad.

Lograr generaciones de cerebro completo, cuerpos fuertes y capacidades plenas es el único objetivo. No importa quién gobierne.

El "pobre Uruguay" ¿puede preparar su infancia con dignidad...y sostener su vejez con decoro? Debe hacerlo; por el bien de todos. Los chiquitos no pidieron para venir al mundo: debemos como sociedad prepararles el camino a la madurez. Y los viejos, ¿deben condenarse al ostracismo? ¿Deben obligarse a ir a las sombras, si no llegaron a la vejez con medios propios para sostenerse? Sería tan dictatorial como condenar a la pobreza y precario desarrollo a los hijos de quienes no tienen fortuna o trabajo seguro.

El hombre o la mujer que han trabajado en su vida, o que por causales múltiples no han podido hacerlo o reunir recursos para el tramo final, ¿deben ser "descartados"?

Decididamente NO. Con la misma convicción que reclamo atención para quienes comienzan a vivir, la exijo para los que llegan al final del camino; para todos. Los habrá que por familia, empleo, desarrollo intelectual o económico tomen la recta final con fuerza y equilibrio; serán los que menos apoyo social necesiten. Pero los habrá que, tan castigados por enfermedades o deterioros como los otros, sumen a su problemática la falta de recursos materiales. No es un secreto que el humano viejo necesita medicaciones, atención, apoyos, contención, en mayor escala que el joven y el maduro. La sociedad no puede dejarlo sólo. La escena de los ancianos en este tiempo, no puede ser como un cuadro de Pedro Brueghel "El Viejo", plagado de imágenes mortales y cadavéricas: los humanos merecemos nacer bien y terminar bien. El final de la vida, no debe ser un fangal, lo ideal es parecerse a un jardín: donde las flores y los verdes saluden el retiro de la persona.

Es utopía.

Sin utopías no hay caminos a recorrer. Es obligación de los gobiernos...seguramente; pero debe ser contenido intelectual y objetivo de cada persona y de cada sociedad. Si no lo fuera, la mayoría de las filosofías, religiones y políticas... merecerían un Círculo de El Dante.

Ramón Fonticiella es Maestro,  periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante

 

 

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2025-06-21T05:03:00

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