Tonto y Retonto
Pablo Tosquellas
18.12.2020
Jamás creí en mi vida que el personaje que me representa a mis 43 años
sería Jim Carrey, el protagonista de la película Tonto y Retonto. Un verdadero nabo, un idiota a cuadros.
Te cuento mis secretos, una vez más. Con vos me siento cómodo para charlar y revelarte mis diferentes zonas. Fui un pibe muy lector. Entonces, en los comienzos de mi adolescencia soñaba con ser el escritor ruso, Fiodor Diostovieski, quien pronunció esta frase, escúchame bien: "Es mejor equivocarse siguiendo tu propio camino que tener razón siguiendo el camino de otro".
También escribir un libro como A sangre fría, obra del norteamericano Truman Capote. Ah, no, no y no. Se lo que estás pensando. Nunca quise ser el fabulador de Mario Benedetti ni el hipócrita de Eduardo Galeano. Éste último, en su pobre libro El fútbol a sol y sombra, rebautizó al Dios del balompié, Diego Armando Maradona, como Maracoca, en función de la enfermedad adictiva que padecía el astro. Después, lo elogió por ser un bolivariano.
Pero, al fin de cuentas soy un estúpido montevideano. Te podría contar una serie de situaciones que me hacen sentir el más grande nabo capitalino. Pero como dijo el senador de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, para muestra basta un botón. Azul o verde pero un botón; ése que nos ensenó Canciones para no dormir la siesta: "Al botón de la botonera chimpun fuera...".
En fin, te iba a contar porque soy el más belinún de los mortales. Subyugado por un enorme cartel que decía "Bajó la carne" -nada que envidiar a un título del diario La República en las épocas de Federico Fassano Mertens-, ingresé al supermercado Disco de la calle Scosería. Tras la promesa de la gran superficie, me imaginé comiendo un asadito al horno. Mis tripas bailaban como si estuvieran en un pogo de la banda Los Ramones.
Al llegar al mostrador de marras, me almorcé con que el precio de la rebaja era de $4 por kilo. Como buen retonto, compré la mercadería. Pero alta fue mi sorpresa, al recorrer las góndolas del local. Buena parte de los demás productos habían aumentado de forma considerable. La pizza hecha que siempre le llevaba a mi vieja, pasó de $199 a $219. ¿Qué es lo que hacemos los idiotas? Acertaste. En efecto, la compramos de todas formas. Y así como muchos de los productos que sufrieron una inflación precoz.
Todavía más retonto me sentí cuando fui a la caja. La fila era extensa. Por un lado, me dije a mi mismo "No sos la única corvina que mordió el anzuelo". Por otro, un fastidio por tener que soportar que cuatro tipos adelante mío se habían comprado el supermercado entero mientras en mi carrito bailaban el asado, la pizza y un refresco,
Pero, a ver, la bronca no era con los ciudadanos que tienen el derecho de adquirir lo que les antoje al precio que consideran justo. El malestar era con la empresa. De nueve cajas, sólo dos estaban habilitadas. Pagar era más tedioso que adquirir una entrada para un show de Paul Mc McCartney.
Volví a casa y me sentí un perro mojado. ¿Viste que mal que huelen? Me bañé, mientras cavilaba: "Pero jugaron al disco conmigo". El amo me tiro el frisbee al mar y yo como un retonto nadé para devolverle su objeto a sus pies. No comí. Mis tripas fueron solidarias conmigo. Dejaron de bailar y se sentaron en el cordón de la vereda.
Pablo Tosquellas
Mail: tosquellas18@gmail.com
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias