Qué me va a hacer otra copita… François Graña

09.08.2025

El alcohol tiene efectos sobre la salud mental y emocional de las personas, no solo a largo plazo sino también de manera inmediata. El cerebro procesa constantemente acciones, emociones, saberes y sentimientos. Cuando el alcohol ingresa en ese complejo sistema, su capacidad de funcionamiento deja de ser óptimo.

 

Las alteraciones no se limitan a los momentos de desinhibición y posterior resaca que se asocian al hecho de beber; el alcohol impacta directamente en la manera en que pensamos, sentimos y actuamos, lo que puede generar efectos más peligrosos de lo que imaginamos. 

Uno de los primeros efectos del alcohol en el cerebro es la alteración de las funciones cognitivas. Es prácticamente instantáneo: en pocos minutos, el cerebro ya no es el mismo. El alcohol es depresor del sistema nervioso central, esto es, enlentece la comunicación entre las neuronas. Este enlentecimiento afecta directamente nuestra capacidad de tomar decisiones, de resolver problemas y de pensar con claridad. Todo esto ocurre sin que la mayoría de las personas se dé cuenta; a menudo creemos que nuestra mente sigue funcionando normalmente, cuando en realidad las áreas del cerebro encargadas de la reflexión y el autocontrol ya no están funcionando a pleno.

El alcohol empieza a apagar progresivamente la comunicación entre neuronas, alterando así la manera en que percibimos la realidad y en que reaccionamos ante ella. Quien ha bebido tiende a ser más impulsivo, menos reflexivo. Esto se debe a que el alcohol actúa sobre la corteza prefrontal, que es la región cerebral encargada de la toma de decisiones, del control de los impulsos y de la evaluación de las implicancias de lo que hacemos. Cuando esto ocurre, el cerebro pierde parte de la capacidad de regulación de estas acciones. Resultan de aquí decisiones apresuradas que no contemplan los riesgos. Ese apagón momentáneo en la capacidad de evaluar los riesgos puede hacer que el individuo asuma comportamientos temerarios o imprudentes; conducir alcoholizado o involucrarse en conflictos innecesarios son los más típicos. 

Además, el alcohol afecta rápidamente nuestra capacidad de concentración y nuestra memoria a corto plazo. Es muy corriente no recordar al día siguiente ciertos episodios sucedidos luego de haber tomado. Esto se explica porque la sustancia interfiere en el hipocampo, la región del cerebro que regula la formación de nuevos recuerdos. La información captada durante la ingesta de alcohol se procesa de manera deficiente; algunos recuerdos se almacenan de forma incorrecta, y más aún, ciertas experiencias pueden no ser registradas en absoluto. Las experiencias vividas bajo los efectos del alcohol pueden quedar fragmentadas en recuerdos inconexos, o directamente no quedar registradas: se ha llamado blackout a este fenómeno. Durante un blackout, la persona puede estar hablando, moviéndose, interactuando, y al día siguiente no recordará nada de lo ocurrido. Esto es muy peligroso, ya que en tales circunstancia la persona está muy desinhibida y puede tomar decisiones sin conciencia de sus efectos. 

Estas alteraciones de las funciones cognitivas pueden tener lugar incluso con dosis moderadas de alcohol; no es necesario ingerir grandes cantidades para que el cerebro empiece a verse afectado. Pequeñas dosis son suficientes como para limitar nuestra capacidad de pensar y actuar de manera óptima. Dos copas pueden alterar nuestra capacidad de procesar informaciones y decisiones de manera efectiva. Uno de los riesgos mayores del alcohol, es precisamente la creencia generalizada de que sólo el exceso es peligroso.

Pero no se trata únicamente del impacto del alcohol en las funciones cognitivas: también afecta las emociones. Es corriente recurrir al alcohol para escapar de situaciones difíciles o estresantes, o para sentirse más distendido al cabo de una jornada complicada. La bebida puede hacer que nuestras emociones se exageren o se distorsionen. Esto ocurre porque el alcohol altera la química cerebral afectando neurotransmisores esenciales como la serotonina y la dopamina, que son los reguladores de nuestros estados de ánimo. 

El alcohol puede generar una sensación momentánea de alivio, pero su efecto de largo plazo es depresor; cuando desaparece la primera euforia, por lo general fugaz, se pueden intensificar sentimientos de tristeza, ansiedad o irritabilidad. La resaca del día siguiente suele ir acompañada de sentimientos de vergüenza. Luego de un blackout, la autoestima está por el suelo ya que la sensación de pérdida de control de sí mismo es muy deprimente. Y si la persona vuelve reiteradamente a buscar alivio en la bebida, se constituye un ciclo de dependencia emocional.

Otro de los efectos de la ingesta de alcohol es bien conocido: la pérdida del control motor. Esto sucede porque el alcohol afecta el cerebelo, la región del cerebro encargada de la coordinación motora y el equilibrio. Este deterioro motor es especialmente peligroso en situaciones que requieren mucha coordinación, como conducir o realizar tareas complejas. Además, el alcohol también afecta la percepción de nuestras propias habilidades; bajo sus efectos, creemos estar más sobrios de lo que realmente lo estamos, lo que puede llevar a situaciones peligrosas. Asimismo, con el alcohol nuestras reacciones se vuelven más lentas, menos precisas, lo que aumenta el riesgo de accidentes graves si no respondemos a estímulos externos de manera rápida y adecuada. Por eso es importante ser conscientes de que, aun sintiendo que controlamos la situación, sepamos que el alcohol compromete nuestra capacidad de actuar con seguridad.

Se cree equivocadamente que, una vez se disipó la resaca, todos los efectos del alcohol se fueron con ella. Sin embargo no es así; las alteraciones producidas por el alcohol pueden sembrar la semilla de problemas emocionales más profundos y prolongados. Asimismo, el consumo prolongado de alcohol puede afectar duraderamente la química cerebral, haciendo que la persona necesite del alcohol para distenderse, para divertirse, para lidiar con sus emociones. Y, cuanto más alcohol se consume, tanto más se ve afectada la química del cerebro y más difícil se vuelve la vida cotidiana sin la presencia de esa sustancia. Esto puede llevar a una dependencia severa y a trastornos profundos como la depresión o la ansiedad. En personas que toman alcohol regularmente se observa una pérdida progresiva de interés por las actividades que antes les daba placer o satisfacción de algún tipo.

Conclusión: debemos ser conscientes de cómo y por qué recurrimos al alcohol, no para demonizar su consumo sino para aprender a disfrutarlo de manera responsable y cuidando nuestra salud mental y emocional, en suma, nuestra calidad de vida.

Francois Graña es Doctor en Ciencias Sociales

Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS

Fuentes:

"Alcohol". OMS, 25 de junio de 2024

"Los efectos del consumo de alcohol en el cuerpo". National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholisme

Marian Rojas Estapé, psiquiatra española. https://www.youtube.com/watch?v=wTmqM_wJb00&ab_channel=MentesGanadoras

"¿Sabías que el alcohol afecta a la mente y las emociones?" tucanaldesalud.com, 7 de enero de 2025

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2025-08-09T01:22:00

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