LA TIERRA BALDÍA DE IVÁN SOLARICH Y SU ELENCO

Roberto Cyjon

30.11.2020

Este artículo, que ya de por sí es complejo de abordar, empieza con una pequeña trampa deliberada.

 

Debo acomodarme en mi butaca frente al teclado, restándole importancia a la increíble tecnología que representa, para abstraerme dentro de un laberinto insondable de lo humano. O, mejor dicho: de la Condición humana, haciendo clara referencia a la obra de Hanna Arendt, escrita en 1958, quien ya formulaba las preguntas que solemos hacernos: "¿Cómo es posible vivir en el mundo y amar al prójimo, si el prójimo no acepta quién eres?" y encuentra, entre tantas, una respuesta, lamentablemente, vigente: "Que todo puede ser destruido es un ejercicio de demostración de la apuesta básica del totalitarismo: todo es posible." [1]

La trampa, no lo es en realidad. El título La Tierra Baldía refiere a una poesía de Thomas S. Elliot que Iván Solarich no plagia, sino que se apoya en ella para darle un suspiro poético a su obra, dura, que transcurre en un terreno de tierra en apariencia yermo, del cual se elevarán los espíritus de seis millones de judíos asesinados por el nazismo, junto a perpetradores e indiferentes. Y, entre ellos, el espíritu de los desaparecidos en nuestro país y en la región durante las pasadas dictaduras de los setentas. Un candelabro que no es elegido al azar, es una menoráh, ondula un tenue brillo sobre el escenario. Símbolo milenario del pueblo judío. Un conjunto de velas inspiradoras de luz en una oscuridad de ultratumba que cobra vida para ilustrarnos la in-justicia nazi en un caso de dilema jurídico. Cómo ha de resolver la sentencia un juez en la Alemania nazi respecto a un robo de una joyería perteneciente a un par de socios, uno judío y el otro no judío, con un empleado desempleado que podría haber obrado por despecho, unas SA involucradas que pudieron haber provocado el robo para saquear la joyería y otros actores y circunstancias que el juez debe ponderar en aquel contexto germano, hostil a toda forma de derechos y transparencia judicial. Los personajes renacen de las profundidades, sucios del barro que los sepultó, presos de sus tragedias y miserias personales, sometidos a emociones extremas y enfermedades neurológicas que el régimen despótico les infligió hasta el final de sus días.

Iván Solarich y su elenco de actores y actrices jóvenes, poseedores de talentos extraordinarios que habilitan la obra, la crean y resignifican sin pausa, a su vez, logran estremecer, perturbar al espectador y atraerlo a su baldío, transmitiendo que todos somos parte del horror. Sin inocencias ni culpabilidades señaladas, sino como integrantes de un colectivo humano que debe condenar las atrocidades, pero no puede escapar a la hipótesis de, eventualmente, perpetrarlas. Como bien dijo Yehuda Bauer, el excelente historiador israelí, uno de los pilares del estudio de la Shoá, en su discurso ante el Bundestag en Berlín el 27 de enero de 1998, día universal de Recordación del Holocausto: "¿Aprendimos algo? No mucho, o así me parece. Pero la esperanza persiste (...) Esta amenaza [el nazismo] es universal y al mismo tiempo muy conectada con los judíos. Lo específico y lo universal no pueden ser separados. El Holocausto [puede] ser presentado como una advertencia." Y agrega, a lo largo de su conferencia magistral: "¿Por qué el Holocausto es el tema central y no Camboya o los Tutsi o Bosnia o los armenios o los indios de América del Norte? (...) seguramente es imposible decir que el sufrimiento de una persona es mayor o menor que el de otra, que un asesinato masivo es mejor o peor que otro (...) La respuesta está en otra parte: es la primera vez en toda la historia, que los judíos fueron condenados a la muerte solamente por haber nacido".[2]

Tomando como punto de partida similares reflexiones, más sus experiencias personales, presiento que el guion se desarrolla bajo el modelo de la problemática antes expuesta. Bertolt Brecht también sobrevuela la obra, al igual que tantos otros autores que han inspirado al director, sus muchachos y a los espectadores. Cada quien proyecta su propio pasado ante la secuencia vibrante e incesante de punzantes estiletes, que el texto lanza sin piedad sobre el austero escenario de tierra y marcos de hierro en formato de jaula, celda, vagón, campo de concentración o cuarto de tortura, en que esos muertos desaparecidos recobran voz desde el inframundo. La obra le da voz a una sobreviviente, narradora en off del texto de Elliot, y a los asesinados por el nazismo irracional, inexplicable, innombrable, reflejo de la naturaleza del ser humano: ser tan capaz de odiar como de amar. Lamentable arista que otros asesinos han emulado y emulan desde diversos ismos totalitarios ciegos de entendimientos y cargados de prejuicios raciales, xenófobos, homófobos, ideológicos y antisemitas. Odios y emociones primitivas que aún al día de hoy dejan sin respuesta a víctimas, familiares y sobrevivientes, ideologías que incluso crecen y se desarrollan vigorosas en el presente, en diferentes latitudes. La obra nos interpela a evaluar nuestras propias actitudes, indiferencia o militancia en su contra, a reevaluar nuestra postura tanto en la esfera de los pensamientos abstractos, como en la de las acciones cotidianas. La obra sacude y hace trepidar nuestras contradicciones personales, no en clave acusatoria, sino imponiéndonos profundas reflexiones e introspecciones.

Desde que nos hemos convertido, según Giovani Sartori en Homo videns, lo cual nos transforma en productos de la imagen y nos desplaza del homo sapiens, que enaltece la palabra y el conocimiento a través de la lectura,[3] asistimos, prisioneros de grilletes culturales hipnotizantes, a espectáculos envueltos en brillo multicolor de papel celofán, generalmente, vacíos de contenido. Lamentable realidad, a mi entender, que la buena película estadounidense The Truman show[4], refleja y devela en su escena final de pocos segundos de duración, cuando luego del éxtasis mundial desbordante de expectación por saber qué pasará, si Truman logrará escapar de su cúpula artificial o retrocederá a su prisión mediática, los guardias, cenando hamburguesas frente al televisor comentan, serenamente: "el show terminó", y se preguntan: "¿qué más hay en la tele?, ¿cuál es el próximo programa?". Traigo a colación esta película famosa, que quizás tenga la misma edad que alguno de los actores del grupo teatral de Iván, por ser estos, jóvenes rebeldes contestarios a ese final, de exprofeso provocativo del film. La obra demuestra que debemos liberarnos de manipulaciones culturalmente paralizantes. Que es imperativo ejercitar nuestra comprensión crítica y no caer en banalizaciones riesgosas, sino mantenernos atentos a lo realmente importante.  Como bien se comentó anoche, a título de ejemplo: los verdaderos grilletes de nuestros ancestros africanos esclavizados, se han encontrado, herrumbrados, entre chatarra de hierro a la venta en la feria de Tristán Narvaja.

Esta troupe de profesionales se ha entregado en "alma y cuerpo" al maravilloso guion de Solarich, dado que no solo emergieron de la tierra como zombis, en harapos que apenas escondían las desgracias y miserias atravesadas en vida, sino que volvieron a la tierra seca y profunda, con sus cuerpos desnudos, semidesnudos y vestidos tal como fueron asesinados en fosas comunes, o desaparecidos en ríos, valles y montañas en todos los continentes y todos los tiempos.

El conjunto, denominado Teatro Ciclón, actúa en un espléndido escenario vanguardista, llamado La Fábrica. Culmina ya su ciclo 2020. Esta nota aspira a resaltar lo experimentado por nosotros, espectadores privilegiados que hemos sorteado el encierro de la COVID-19, cumpliendo a rigor protocolos sanitarios, en aras de alcanzar sanaciones de nuestros espíritus e inquietudes culturales. Concretamente: Iván, renueven su pieza artística en el 2021, y público uruguayo reclámenla, es de un calibre que nos ubicaría con orgullo en los mejores puestos de cualquier certamen teatral internacional.

 


[1] Arendt, H. (2004). La condición humana. Buenos Aires: Paidós. (Introducción).

[2] Ver: Bauer, Y. (2013). Reflexiones sobre el Holocausto. Jerusalén. Nativ Ediciones. (pp. 327-339).

[3] Ver Sartori, G. (2018). Homo videns: la sociedad teledirigida. México: Debolsillo.

[4] The Truman show: historia de una vida (1998).

 

Roberto Cyjon. Ingeniero, magíster en Histoira Política, expresidente del Comité Central Israelita del Uruguay.


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2020-11-30T00:29:00

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