Sobre “Demócratas y ortodoxos” de López D’Alesandro: apuntes para un debate ideológico impostergable. José W. Legaspi

11.11.2025

En Demócratas y ortodoxos. Una historia de la izquierda uruguaya (1900-1990), el historiador y compañero Fernando López D’Alesandro traza un recorrido amplio, muy documentado por casi un siglo de historia política, cultural e ideológica.

 

En Demócratas y ortodoxos. Una historia de la izquierda uruguaya (1900-1990), el historiador y compañero Fernando López D'Alesandro traza un recorrido amplio, muy documentado por casi un siglo de historia política, cultural e ideológica. 

En primer lugar, desde las dedicatoria, "A Guillermo Chifflet, por todo", este trabajo me generó una fuerte simpatía. Reivindicar a semejante cuadro político de izquierda, legislador, socialista, me parece una de tantas deudas del actual progresismo con la mejor historia de la izquierda fundacional, que escribió las mejores páginas del continente y la región, enfrentando el imperialismo, el capital, la explotación del hombre por el hombre y el fascismo con firmeza. 

En segundo lugar, es imprescindible decir que esta extensa y profunda investigación histórica constituye un aporte muy importante. ¿En qué sentido? En el sentido que el actual Frente Amplio, devenido mayoritariamente en progresismo antes que "izquierda", necesita recuperar, reivindicar y practicar el debate ideológico profundo, del pasado, como en este caso, pero con la vista puesta en el futuro. Es decir, discutir su historia para poder interpretar el presente y proyectar y pensar el futuro del Uruguay.

El eje central del análisis de López D'Alesandro reside en la tensión entre dos corrientes (más adelante me referiré a esta dicotomía, con la cuál no comulgo en lo más mínimo) que atravesaron el pensamiento y la acción de la izquierda uruguaya: por un lado, los demócratas, que apostaron por el pluralismo, la vía institucional y la cultura política republicana; por otro, los ortodoxos, identificados con el marxismo-leninismo, la disciplina del partido-vanguardia y el horizonte revolucionario.

Este marco interpretativo, claro y pedagógico, permite entender las continuidades y rupturas que definieron a la izquierda en Uruguay. Pero también abre el espacio para discutir que deja fuera esta narrativa y cómo el peso de la ortodoxia configuró un legado ambivalente entre la fidelidad doctrinaria y la vocación de unidad política.

Y en este sentido surge una primera discrepancia. Cuando el autor afirma en la Introducción, después de destacar a los partidos Socialista y Comunista como "dos de los partidos más viejos del continente, los más que centenarios" para agregar a párrafo siguiente: "Luego, en 1971, la izquierda creó el Frente Amplio". Precisamente, a partir del año 55, ese partido Comunista, al desarrollar los círculos de la táctica y estrategia, dejó plasmada la necesidad de unir a todas las fuerzas de izquierda, mientras el Partido Socialista, aún en los años 60 reivindicaba una unidad "sin los comunistas", consecuencia de la cuál surgió la Unión Popular, aquél acuerdo con el exministro herrerista Enrique Erro y un grupo de independientes, disuelta en 1966. Ya volveré sobre esa afirmación que no refleja la verdad histórica: "Luego, en 1971, la izquierda creó el Frente Amplio".

El Arismendi "estalinista" y "dogmático"

Hablar de un Rodney Arismendi dogmático o estalinista antes de 1955 es quedarse con lo anecdótico de los duros tiempos del verticalismo y el dogma que dominaban la interna del PCU y el dominio desarrollado por Stalin y el PCUS sobre todos los partidos comunistas del mundo. Por suerte, Arismendi no se quedó en eso, y a partir de la expulsión de los Gómez (Eugenio y su hijo) mostró otro calibre ideológico e intelectual.

En todo caso, la profunda cita del estalinismo del PCU y de aquél joven Rodney Arismendi no hace más que afirmar que nunca es tarde para cambiar. El futuro Secretario General del PCU lo demostraría con creces. No sólo en la acción sino también en los textos que surgieron a partir de ese momento. Pensar que un joven y prometedor revolucionario marxista-leninista como "El Flaco" iba a enfrentarse a todo el movimiento comunista internacional es bastante inocente. Pero bien vale todo el período investigado, desde la década del 30 hasta 1955 por López D'Alesandro para valorar aún más al Arismendi posterior.

A nivel teórico y práctico, Rodney intentó constituir un bloque contrahegemónico que efectivamente disputara el poder con las clases dominantes y transformara radicalmente la realidad. En este sentido se puede afirmar que fue un filósofo que desarrolló, además, aportes teóricos originales que no fueron una mera adaptación pragmática de concepciones preelaboradas. Sin duda en este proceso hubo errores, pero también aciertos que deben ser analizados críticamente, como en toda la historia de la izquierda y de los procesos revolucionarios a lo largo del siglo XX, pero para que la crítica a Arismendi, o a cualquier otra figura relevante de la historia de nuestra izquierda, sea efectiva, debemos hacerlo a partir de lo que objetivamente plantearon. Y recordar al filósofo y comunista italiano Antonio Gramsci, desde su Introducción al estudio de la filosofía podríamos agregar: "Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos 'originales', significa también y de manera especial difundir críticamente verdades ya descubiertas, 'socializarlas' por así decir y hacer que se conviertan, por tanto, en base de acciones vitales, elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. Conducir a una masa de hombres a pensar coherentemente y de manera unitaria el presente real es un hecho 'filosófico' mucho más importante y 'original' que el descubrimiento, por parte de un 'genio' filosófico, de una nueva verdad que queda en patrimonio de pequeños grupos intelectuales".

Una anécdota personal. En 1987 y 1988 si uno visitaba a Rodney y Alcira en la casa de la calle Rimac (me tocaba cenar con ellos algunos miércoles, éramos muchos sobrinos) el Flaco estaba en su escritorio, arriba, leyendo y marcando los Cuadernos de Gramsci a tres tintas: azul, verde y rojo. Ante la pregunta obligada, la respuesta era "estoy escribiendo lo que será un libro sobre Gramsci". Ese libro está sin terminar, claro, la enfermedad y posterior muerte lo dejaron trunco. Los originales están en la Fundación que lleva su nombre. Años después de su muerte, preguntándole a Alcira si lo iban a dar a conocer, decía que estaba sin terminar. Ese texto debería publicarse como está, sería un muy buen aporte para el debate e incluso para el análisis de futuros historiadores sobre el pensamiento de Arismendi.

Volvamos a la afirmación del autor: "Luego, en 1971, la izquierda creó el Frente Amplio"...

¿Se puede afirmar, a partir del cambio que provocan Arismendi y sus camaradas en el PCU, en 1955, que "la izquierda creó el FA"?. No, no se puede. 

El rigor histórico impone otra definición: el Partido Comunista, bajo la dirección de Rodney Arismendi, José Luis Massera, Alberto Altesor y muchos más, trazó los lineamientos que llevaron a la creación del Frente Amplio en 1971, al plantear, desde la táctica y la estrategia la necesidad de la unidad de la clase obrera en una única central y la unidad de la izquierda sin exclusiones, entre otros elementos. Diferente a los planteos socialistas de aquellos años. 

Otra anécdota al respecto. En 1984, recién retornados a Uruguay Alcira Legaspi y Rodney Arismendi, las reuniones familiares constituían un mini curso de formación política. Los sobrinos sometíamos a aquellos dos seres excepcionales a todo tipo de interrogatorio. Y sobre la fundación del Frente Amplio Alcira afirmaba una y otra vez que la primer acta de fundación de la coalición no había sido firmada por los compañeros socialistas. Si la segunda. A lo que Arismendi, lejos del dogma, unitario como siempre, respondía: "vale la segunda, Alcira, que es la que nos importa, realmente".

En fin, vale la aclaración para acompañar el necesario rigor histórico de López D'Alesandro, además de comprobar la evolución de Arismendi "joven" al "maduro".

Pero claro está, son interpretaciones, se me dirá. 

Volvamos a los aportes

Este libro del compañero y amigo reivindica el valor de la democracia como principio constitutivo de la izquierda uruguaya. Frente a la tradición marxista clásica, que tendía a concebir la democracia como un instrumento burgués, es decir "con apellido" (burguesa) el autor recuerda la postura de Emilio Frugoni y de los socialistas reformistas, quienes comprendieron la democracia no solo como un medio, sino como un fin en sí mismo dentro del proceso emancipador. 

Esta lectura que hace López D'Alesandro ubica a la izquierda uruguaya en una posición singular dentro del continente: nunca  se subordinó al caudillismo latinoamericano, el populismo de izquierda de entonces. Insisto, habría que escribir la parte de 1990 a nuestros días. Seguramente comprobaríamos que eso, de alguna manera, ya no es así.

Asimismo, la periodización propuesta desde comienzos del siglo XX al surgimiento del Frente Amplio en 1971, permite entender cómo los movimientos de izquierda se adaptaron a las coyunturas internacionales, a los cambios de clase y a las transformaciones culturales del país. El libro rescata momentos clave: la influencia de la Revolución cubana, la consolidación y unidad del movimiento sindical en una única central (CNT), entre otros.

Por último, López D'Alesandro observa que "la ortodoxia" terminó, paradójicamente, entregando a la derecha banderas que le eran originalmente propias, incluso por las que arriesgó la vida durante el período fascista, dictatorial: la libertad, la democracia, la ética de la responsabilidad. La izquierda, encerrada en sus dogmas, habría abandonado el campo del pensamiento crítico para refugiarse en la fidelidad ideológica.

Retomemos las discrepancias

Dentro de esta narrativa, Rodney Arismendi ocupa un lugar decisivo. López D'Alesandro lo identifica como el exponente mayor de la ortodoxia comunista uruguaya, figura que sintetiza tanto los logros organizativos del PCU como sus limitaciones teóricas.

Arismendi concibió el marxismo-leninismo como una ciencia integral del cambio social, orientada a construir una "revolución nacional y democrática" en América Latina, tal como expuso en Problemas de una revolución continental (1962). Su estrategia -etapista y frentista- proponía una alianza entre la clase obrera y sectores progresistas de la burguesía nacional, bajo dirección proletaria. Esta orientación, que en su momento ofrecía una vía legal y realista hacia el socialismo, fue vista por López D'Alesandro como el núcleo de la deriva pragmática del PCU: una política que sacrificó la crítica por la disciplina.

López D'Alesandro sostiene que "la ortodoxia arismendista reafirmó el error y negó la verdad que aparecía", configurando un tipo de educación política basada en la obediencia antes que en el pensamiento autónomo. Bajo su conducción, el PCU se consolidó como una organización de masas, disciplinada y eficaz, pero "intelectualmente cerrada a los debates emergentes de la izquierda internacional". Sin embargo, en una Conferencia Nacional del Partido Comunista, posterior a que el histórico héroe del PCU, Jaime Pérez, fuera elegido Secretario General, el flaco Arismendi realizó un informe internacional que incluyó una fuerte autocrítica al decir que "los comunistas uruguayos" habíamos padecido se "servilismo ideológico" frente al campo socialista y la URSS. ¿Eso sería propio de un dogmático Arismendi?. No, para nada, porque además, siendo como fue el principal teórico de marxismo-leninismo en América Latina y, por ende Uruguay, ese "los comunistas uruguayos" era muy autocrítico.    

Obviamente que un análisis más dialéctico permite matizar esta "crítica" de López D'Alesandro. Arismendi fue también, como ya mencionamos antes, el arquitecto político del Frente Amplio, impulsando una concepción unitaria de la izquierda que trascendía la pura fidelidad ideológica. En un contexto de Guerra Fría, represión y polarización, su apuesta por la vía democrática y parlamentaria no fue mero oportunismo, sino un intento por inscribir la revolución dentro de las coordenadas institucionales del Uruguay. 

En definitiva, el pensamiento y la práctica de Arismendi nos hablan claramente de un teórico y práctico abierto a las transformaciones y nuevos movimientos sociales, pero que a la vez se mantuvo fiel a las principales tesis y principios. Es decir, a una actitud antidogmática, pero que no confundió antidogmatismo con una actitud pragmática. Sin duda, la acción política y las tesis que defendió y llevó adelante Arismendi son criticables y cuestionables, sin duda en este proceso se cometieron errores y es necesaria una crítica profunda, la cual, junto con la autocrítica, Arismendi siempre defendió y ejerció como un método y un principio fundamental de una concepción revolucionaria de izquierda.

Es injusto, entonces, reducir a Arismendi al papel de símbolo del atraso. Su pensamiento contribuyó a formar generaciones de militantes, a consolidar una ética de la militancia basada en la coherencia y en la entrega, y a defender una visión de la cultura como terreno de lucha ideológica. La paradoja, si la hubiera (que no existe, según mi limitado saber) que el mismo dirigente que encarnó esa "ortodoxia" de la que habla López D'Alesandro fue también el que posibilitó la unidad más amplia de la historia política uruguaya: aquél Frente Amplio.

Para ir terminando este aporte al debate y al libro de Fernando, debo agregar que si bien la dicotomía "demócratas y ortodoxos" cumple una función, digamos pedagógica, también simplifica un proceso mucho más complejo.

La izquierda uruguaya fue un entramado de tendencias, rupturas y convergencias que no siempre se dejan reducir a esa oposición binaria. Los anarquistas, socialistas, comunistas, católicos de izquierda y sectores progresistas de los Partidos Tradicionales compartieron -y disputaron- espacios de acción, generando tensiones que exceden la dicotomía.

Dicotomía que podría haber compartido el autor de este artículo en los 90, pero que hoy, en el año 2025, a la luz de lo que ha mutado aquella izquierda en este progresismo pragmático, habría que cuestionarse algunas cosas.

Primero, que la llegada del Frente Amplio al gobierno en 2005 con Tabaré Vázquez y luego con José Mujica significó la institucionalización plena de ese legado dividido. La izquierda había conquistado el poder, pero en el camino había dejado atrás la utopía revolucionaria.

Segundo, que el Frente Amplio encarnó una "síntesis progresista" por decir lo más leve: heredó de Frugoni el respeto por la democracia liberal y el reformismo institucional, y de Arismendi la noción de la política como construcción colectiva y disciplinada. Sin embargo, perdió la radicalidad crítica de ambos.

Tercero, que las gestiones frenteamplistas expandieron derechos civiles, redujeron la pobreza y reforzaron la legitimidad del Estado, pero lo hicieron dentro de los límites del modelo neoliberal dependiente. En nombre del "progresismo responsable", el Frente Amplio transformó la izquierda en un actor de gobernabilidad, no de sana e imprescindible subversión.

López D'Alesandro sugiere que esta evolución fue la victoria final de los demócratas sobre los ortodoxos. Pero también puede leerse como una derrota más profunda: la del proyecto socialista como horizonte histórico. El progresismo pos-2000, con su retórica de inclusión, opera en un registro moral antes que político; reemplaza la transformación estructural por la gestión tecnocrática del bienestar.

Y por último, ya aportando humildemente hacia el futuro, 35 años después del final del período analizado en el libro, ¿quienes serían los democráticos y quienes los ortodoxos?.

Entre los primeros parece haberse "refugiado" muchos de aquellos que vivieron la implosión del campo socialista y la URSS como el fin de la sociedad sin explotados ni explotadores, el fin de la utopía, y por consiguiente, aceptaron que el capital es imbatible y "sólo resta" administrarlo mejor y más humanamente. Por supuesto que, antes que algún lector se sienta señalado, debo reconocer que no todos son así, pero, hay muchos de esos.

Y entre los segundos, además de aquellos que repiten consignas de los 80 por pereza ideológica y falta de crítica y autocrítica, hay muchos que porfiadamente tratan de encontrar una aplicación de las ideas revolucionarias, con poco debate y profundización, es cierto, pero negándose a aceptar lo que muchos autopercibidos democráticos sostienen, que no hay alternativa al capitalismo que no sea otra que administrarlo mejor que la derecha y humanizarlo.

En fin, este es uno de los temas que deberá afrontar el progresismo y la izquierda, tarde o temprano, y resolverlo dialécticamente, con honestidad y fraternidad, si no quieren ver cómo la derecha vuelve en 2029.

Llegando al final de este pesado artículo (te pido disculpas amable lector/a, hábilmente, Fernando delimita el período histórico hasta 1990. Es inteligente, ya que a partir de ese año sucedieron las mutaciones posteriores del Frente Amplio y la reconfiguración ideológica de la izquierda en el siglo XXI, marcada por el declive del comunismo, la emergencia del llamado progresismo y la resultante de un Frente que no debate ideológicamente, y que no proyecta, por lo tanto, un Uruguay a 30 ó 50 años, convertido en un partido donde mayoritariamente impera el más simple pragmatismo: el progresismo vive más preocupado por la "permanencia en el gobierno" y/o proponer paliativos al capitalismo imperante, con la mirada más ocupada en ver que baldosa va a pisar y que no le ensucie los zapatos o el bajo de los pantalones, antes que elevar la mirada, y generar un verdadero debate ideológico que no esté por encima de las condiciones materiales (trabajo, estructura de clases, dependencia económica o luchas sindicales) que según el texto de López D'Alesandro quedan en segundo plano. Una perspectiva más marxista habría enriquecido el análisis al mostrar cómo las transformaciones estructurales del país moldearon los límites de lo político, por ejemplo.

A modo de (casi)conclusión

Demócratas y ortodoxos es una obra indispensable para comprender la trayectoria y las fracturas de la izquierda uruguaya. Su mayor mérito es rescatar el valor histórico de la democracia como conquista de la izquierda, y su mayor limitación, quizás, estriba en no reconocer plenamente los aportes estratégicos de la ortodoxia.

El caso de Rodney Arismendi y el PCU revela la complejidad de una época en que el marxismo se debatía entre fidelidad y renovación, entre el internacionalismo soviético y la realidad nacional. Su legado, lejos de agotarse en el dogma, sigue interrogando a las izquierdas contemporáneas: ¿cómo sostener un horizonte transformador sin caer en la rigidez doctrinaria ni en el reformismo vacío?. Y me permito hablarle a los "actuales comunistas" del partido: tienen la responsabilidad histórica de no perder a Rodney Arismendi, releerlo y traerlo al siglo XXI con su aportes y sus errores. Fue y es demasiado grande su trabajo como para darlo por "perimido" o "caduco". 

Conclusión definitiva: entre herencia y desposesión

La izquierda uruguaya del siglo XXI vive de las herencias de Frugoni y Arismendi, pero ya no las piensa.
Frugoni enseñó que la democracia debía ampliarse hasta la igualdad; Arismendi, que la revolución debía organizarse para sobrevivir. El Frente Amplio heredó ambas intuiciones, pero convirtió una en discurso y la otra en burocracia.
Hoy, cuando la política uruguaya oscila entre el cansancio progresista y el retorno conservador, repensar la articulación entre democracia y transformación se vuelve urgente. Quizás allí -en la tensión no resuelta entre Frugoni y Arismendi- siga latiendo la posibilidad de una nueva izquierda capaz de imaginar futuro, más allá del dogma y más allá de la gestión.

José W. Legaspi
2025-11-11T05:48:00

José W. Legaspi