Solidaridad in extremis. Fernando Gil Díaz
El frío llegó y se hizo sentir de la peor manera en tierras orientales; seis personas, en diferentes puntos del país, fallecieron en condición de calle y las alarmas sonaron de forma estruendosa. Todos tuvieron su respuesta en forma pero no a tiempo de impedir el peor desenlace.
El Estado intervino con sus pesadas estructuras, sujeto a un ordenamiento jurídico que no reacciona al tiempo que se necesita y obtiene resultados como estos. En la disyuntiva de respetar la ley o evitar que muera una persona de frío a la intemperie, prefiero la ilegalidad siempre. De todos modos, la sensibilidad estuvo presente en un gobierno que, de forma firme y clara, antepuso la vida en estas circunstancias y encontró una salida jurídica para un tema de urgencia nacional.
Lo político ante lo jurídico
Cuántas veces lo escuchamos decir al fallecido Pepe Mujica expresarse al respecto aludiendo a su enorme dosis de sentido común para argumentar en favor de lo evidente aún a contra de lo jurídicamente establecido. Vaya si lo criticaron por ello. Sin perjuicio de lo cual siempre se rebeló ante situaciones de riesgo vital de las personas mientras la burocracia estatal movía sus pesados engranajes para dar respuestas. Apeló a la vía corta y expedita en procura de encontrar una respuesta útil y a tiempo en la emergencia.
Se indignó cuando la ayuda se demoraba y explotaba su bronca contra lo establecido en un claro ejemplo de la rebeldía que lo acompañó hasta sus últimos días. Pepe ya no está y no hay nadie con su estatura moral como para imponerse de forma irrestricta y con espalda suficiente para soportar las críticas. Sin embargo, ese sentimiento de solidaridad que siempre lo impulsó sigue fermentando en la enorme barra que dejó instalada y que encontró una salida urgente para problemas también urgentes como la gente en situación de calle.
Una población que se incrementó de forma notoria en el último lustro y que representa el coletazo de una economía que los excluyó sin remedio pero a la que hay que atender para devolverle la dignidad perdida. La sociedad uruguaya es muy chica como para amputarse la posibilidad de miles de uruguayos que tienen potencial productivo y que merecen tener otra oportunidad (para muchos, la primera y única). Y aquellos afectados por alguna patología, que sean atendidos de forma conveniente y satisfactoria, porque también es un tema de salud pública. Tanto como de seguridad, pues en sus entornos se generan problemas de convivencia interpersonales y con vecinos de los barrios donde se mueven.
Acertada e impostergable decisión
En conferencia de prensa, el director del SINAE - Leandro Palomeque- emitió una alerta roja y dejó claro que se evacuará de forma obligatoria a personas y/o animales en situación de vulnerabilidad o riesgo. Una acertada y firme decisión que afecta a los miles de personas que viven al aire libre y están expuestos a las inclemencias de un clima hostil como el que vivimos por estas horas.
Esta decisión implica una medida extrema para una situación también extrema que impedirá que ninguna persona más se muera por estar a la intemperie, aunque lo esté por su propia voluntad. Ya no se trata de una internación compulsiva dispuesta por la ley, sino de una decisión del gobierno de impedir la exposición de personas y animales a condiciones extremas como las que atraviesa el país.
Una medida que aplaudimos quienes no reconocemos derecho alguno a vivir o morir en situación de calle. Porque tenemos conciencia de izquierda y promovemos acciones que permitan ayudar a quien lo necesite para que no tenga que padecer las inclemencias de vivir al aire libre.
El frío no tiene hinchada
El frío no se hizo esperar, y las consecuencias tampoco. Tampoco la ayuda solidaria de la sociedad organizada. Aplausos y más aplausos para la institución carbonera que puso su Palacio Peñarol -Cr. Gastón Guelfi- a disposición como refugio con más de un centenar de cupos, que complementarán la cobertura disponible hoy en la capital. Un ejemplo que seguramente se replicará a lo largo y ancho del país donde también se viven situaciones similares.
Tristemente hubo que lamentar la muerte de varias personas en situación de calle, de las que los resultados forenses no dieron cuenta de que murieron por hipotermia; sin embargo, no podemos cerrarnos ante un dictamen clínico que se funda en otras razones determinantes que -sin lugar a ninguna duda- se profundizan por vivir en la calle. Tratamientos que no se realizan, enfermedades crónicas que se agudizan, entre muchas otras patologías, son un cóctel mortal para quien padece las inclemencias de vivir sin un techo y en condiciones extremas. Por eso, es más que bienvenida esta decisión del gobierno de impedir que pese más la voluntad de la persona que su derecho a vivir. Porque cuando se mueren, las responsabilidades políticas siempre recaen en las autoridades y no en la voluntad del fallecido.
Apoyo total e incondicional a un gobierno que actúa y que no vacila en defender la vida antes que nada.
el hombre miraba el termómetro,
el perro tiritaba dentro de su casilla...
Fernando Gil Díaz