Un país de fiestas. Esteban Valenti
08.10.2025
Uruguay es uno de los países más festivos que conozco. Grandes, medianas y pequeñas fiestas se desarrollan en todo el territorio nacional. Además, las fiestas de las diversas colectividades nacionales de inmigrantes, que se celebran no solo por su país de origen, sino también por su provincia o región.
No es difícil reconocerlo, basta ver los medios de comunicación, que le dedican amplios espacios.
Los viernes y los sábados de noche, durante casi todo el año, los boliches, restaurantes y lugares de fiestas se desbordan de gente, mayoritariamente jóvenes, pero con una amplia generosidad en cuanto a edades.
Somos un país, y por lo tanto un pueblo al que le gustan mucho las fiestas. Cuando yo vine por primera vez a este país en el año 1956, me impresioné, aunque algunas de las festividades más notorias, surgieron después. Por eso también me enamoré del Uruguay.
El fin de semana pasado se celebró otro día del Patrimonio, que se realizó por primera vez en 1995. Fue una iniciativa del arquitecto José Luis Livni, quien en ese entonces presidía la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.
El objetivo de esta celebración es generar un sentido de pertenencia hacia los espacios históricos de Uruguay, fomentando la participación de la comunidad para que pueda conocer y apreciar el patrimonio material e inmaterial del país.
Aunque inicialmente el énfasis estaba en el patrimonio arquitectónico, con el tiempo el concepto se ha ampliado para incluir toda obra material e inmaterial que se valora en el imaginario colectivo, abarcando desde monumentos hasta la música y la literatura. Y crece todos los años. Obviamente me refiero al Candombe, una manifestación cultural afro-uruguaya Fue inscrito por la UNESCO en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El tango, compartido con Argentina, también forma parte del patrimonio inmaterial uruguayo. Nacido en la cuenca del Río de la Plata, esta danza y música popular urbana está profundamente arraigada en las celebraciones y la cultura del país, muchos han vaticinado su declive, pero sigue siendo el reducto de grandes pasiones, amores y emociones.
Otras expresiones inmateriales son la payada (el arte de improvisar versos), la guasquería (artesanía en cuero), la milonga y las tradiciones gauchas.
Es obvio que para realizar estas actividades nacionales, hacen falta dos cosas: gente sensible, atenta, que le importa descubrir el patrimonio de su país y por otro lado tener patrimonio y, vaya si tenemos elementos materiales e inmateriales para alimentar esas fiestas, que crecen con sol o con lluvia.
Ese recuentro intenso, a libre elección, con miles de oportunidades, de todas las generaciones con nuestra historia viva y persistente es maravilloso, revigoriza la identidad, el sentido de pertenencia, no por oposición a otras nacionalidades, no por nacionalismos más o menos fanáticos sino por nuestra capacidad constructora, creadora, sólida o inmaterial.
Está después la Noche de la Nostalgia es una celebración única y muy popular que tiene un origen bastante particular. Nació en 1978 por iniciativa de Pablo Lecueder, un empresario de radio que en ese entonces dirigía la emisora CX 32 Radiomundo. Con el objetivo de promocionar su programa de "old hits" (viejos éxitos), decidió organizar una fiesta en una discoteca.
La fecha elegida, el 24 de agosto, fue una casualidad. Lecueder buscaba una víspera de feriado para que la gente pudiera salir y bailar sin preocuparse por el trabajo o los estudios al día siguiente. Tomó un calendario, y al ser la víspera del feriado del 25 de agosto (Día de la Declaratoria de la Independencia), le pareció la ocasión perfecta.
Lo que comenzó como un evento para promocionar un programa de radio se convirtió rápidamente en un fenómeno masivo. La idea de reunirse para bailar música de décadas pasadas caló hondo en la cultura uruguaya, y otros locales nocturnos empezaron a replicar la fiesta.
Con el tiempo, la Noche de la Nostalgia se consolidó como una de las celebraciones más importantes del país, comparable en movimiento de gente a las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Tal es su relevancia qué en 2004, mediante la Ley N.º 17.825, el Ministerio de Turismo la oficializó y asumió el compromiso de promocionarla a nivel nacional e internacional. Hoy en día, la celebración no se limita solo a la música de los años 60, 70 y 80, sino que ha evolucionado para incluir éxitos de décadas más recientes, atrayendo a personas de todas las edades y como gran protagonista tenemos a la música, nuestra o extranjera.
Recordemos otras fiestas populares que reflejan nuestra rica identidad cultural, con tradiciones que van desde el carnaval más largo del mundo hasta festivales que celebran las raíces rurales.
El Carnaval Uruguayo: Es conocido por ser el más largo del mundo, durando casi 40 días, desde finales de enero hasta marzo. Es una celebración vibrante y colorida que se manifiesta a través de desfiles, tablados en todo el país y concursos de agrupaciones.
El punto culminante del Carnaval y uno de los eventos culturales más importantes del país. Se celebra en la calle Isla de Flores en Montevideo, y es un desfile de comparsas de candombe, una manifestación cultural de la comunidad afrodescendiente de Uruguay.
La Semana Criolla del Prado, se realiza durante la Semana de Turismo en el predio de la Rural del Prado en Montevideo.
Es una fiesta que celebra la cultura gauchesca y las tradiciones rurales de Uruguay. Ofrece espectáculos de jineteadas (doma de caballos), música folclórica, ferias artesanales, gastronomía típica y concursos de destrezas criollas.
Además del Prado, existen otras "semanas criollas" a lo largo del país, como la de Parque Roosevelt en Canelones.
La Fiesta de la Patria Gaucha que se desarrolla en Tacuarembó, es una de las fiestas tradicionales más grandes de Uruguay, que celebra la identidad rural y las tradiciones del gaucho. El evento
Me voy a despedir con una escapada a uno de los últimos rescates de nuestra historia, un paseo por la Plaza de toros de Real de San Carlos, en Colonia del Sacramento.
Caminar por ese monumento recuperado a la decadencia y la destrucción, dejar volar la imaginación sobre su funcionamiento bárbaro y lleno de controversias, mirar la puesta del sol en la costa de Colonia visitando las calles empedradas del centro histórico y de su fuerte, es una fiesta para el alma.
Esteban Valenti.
Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.suplementobitacora.net) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias).