Una "madraza" al rescate. Fernando Gil Díaz
29.04.2025
Esta es una historia real, pasó en Montevideo y no hace muchos días atrás. Es la historia de muchos jóvenes que caen en la depresión y acuden a la droga como refugio y allí mismo hipotecan su futuro. Es la historia de un chico que pudo ser tu hijo, tu hermano, tu sobrino o tu amigo.
Es la historia de muchos que están pidiendo auxilio y no los escuchamos porque los tenemos naturalizados y -de ese modo- los condenamos a su (mala) suerte, dejándolos a merced de quienes los rescatan para agrandar su negocio. Esos que los usan -y los tiran-cuando pasan a ser un problema que afecta sus ganancias. Es la historia de un pibe que tuvo la suerte de encontrarse con una "madraza" al rescate...
Habían pasado pocos minutos de las 07:00 AM del viernes cuando llegó un mensaje desesperado pidiendo ayuda. Era la protagonista de esta historia, preocupada porque uno de sus empleados del comercio familiar había desaparecido. La noche anterior la compañera había llamado preocupada por la ausencia del mismo que no había regresado al hogar, y esa mañana también había faltado a su trabajo.
Allí mismo empezó una frenética búsqueda de parte de esta mujer que lleva sobre sus espaldas una historia de tragedia familiar que la marcó para toda la vida; tragedia que no le impidió emprender un camino alternativo al odio o la venganza. Desesperada como si fuera un hijo propio, empezó un intenso peregrinaje virtual en procura de dar con su paradero, angustiada por la suerte de ese joven que creía rescatado.
La búsqueda incluyó a la Policía, desde donde no se tuvieron noticias de que estuviera detenido en alguna dependencia policial. A esa altura, esa circunstancia hubiera puesto fin a la incertidumbre de su paradero y una cuota de tranquilidad por su salud física. Pero no.
Entonces había que buscarlo y no descansaría hasta encontrarlo. Ya había sufrido una pérdida mucho peor que esta, pero no estaba dispuesta a rendirse y sumar una nueva. Fue tanta su disposición que rápidamente contagió a toda su familia y con ella, al resto de los empleados del negocio familiar que hicieron causa común en saber y recuperar al compañero ausente. Una angustia colectiva que lejos de ser un lastre para todos fue una inyección de optimismo que propiciaría un buen resultado. Es que ella transmite eso, una energía positiva que ninguno de los que la conocen puede abstraerse ni protegerse de caer bajo los efectos de semejante "radiación".
La "Pastora", como la bautizó su hijo, empezó así un intenso rastrillaje que incluyó a todo el personal del negocio y referentes del barrio, esos personajes que trillan las calles y conocen al dedillo lo que transcurre día a día por las mismas. Así dio con "el Chino", al que interrogó en procura de conocer la suerte de su empleado devenido en hijo adoptivo al que debía encontrar. Y no se equivocó, porque gracias a su conocimiento del barrio encontró las pistas que lo llevaron a dar con su paradero.
Solidaridad y alitas de pollo
Mientras que desde la Jefatura de Policía de Montevideo preguntaban si había aparecido para -en caso contrario- activar las alertas correspondientes, la "madraza" se disponía a programar el rescate a como diera lugar.
Primero fue con el repartidor del comercio, que se ofreció a ir a buscarlo al pasaje donde -según la información recabada- se encontraba Sebastián (nombre ficticio, por supuesto). Ese primer intento fue infructuoso, Sebastián no quería volver preso de una enorme vergüenza por su situación. "Entonces voy yo", dijo Erica (nombre también ficticio), mientras se sacaba el delantal. Era la encargada de atender en el mostrador, dispuesta a traer al compañero de trabajo. "Es muy buen trabajador... lo necesitamos", argumentó.
Esa inmensa demostración de la solidaridad que impuso como estilo la "Madraza" tenía sus efectos colaterales en acciones como estas de sus compañeros que se sumaron al rescate.
"De ninguna manera" - gritó, "voy yo". Y así, dispuesta como lo es en todas sus acciones, sin sacar siquiera el delantal, emprendió sus pasos hasta el pasaje que distaba a pocas cuadras del negocio. Los vecinos no daban crédito a su presencia en ese rincón ingrato del barrio donde los jóvenes acuden a saciar su desesperación y angustia, para someterse a la esclavitud de las drogas y hacer crecer el negocio de unos pocos.
Los vecinos la saludaban incrédulos pensando que aquella mujer tan cascoteada por la vida, acudía a recuperar algún objeto robado de su local... y algo de razón tenían. Le habían querido sustraer a uno de los suyos, y no estaba dispuesta a sufrir más pérdidas. Mucho menos si de ella dependía y podía hacer algo.
El repartidor la acompañó y entró a buscarlo a la pieza donde había pasado las últimas 48 horas sin comer, preso de sustancias con las que apaciguar los dolores del corazón y del alma. Ella se mantuvo esperando inmóvil en aquel pasillo. Hasta que salió con la cabeza baja, consumido por la vergüenza y el dolor de sentirse solo y abandonado. Pero no...
Lo llevó a rezongo puro y duro, presa de una indignación propia de una madre que empuja por encarrilar al hijo en su desvío. Así lo llevó al negocio, refugio de solidaridad que lo abrazaría y contendría para darle esa oportunidad que necesita.
La historia continúa
Sebastián volvió a su trabajo y cuenta con una familia y compañeros que lo contienen y abrigan. No paró de llorar en todo el día, desahogando ese cúmulo de penas que lo llevaron a buscar refugio en la misma droga que le permitió conocer un día a esta madraza que hoy volvió a rescatarlo. Seguramente es la historia de muchos miles de jóvenes que sufren la ausencia de valores que nunca conocieron y mucho menos experimentaron.
"Ojalá yo hubiera tenido una madre como usted", le dijo entre sollozos y a la "Madraza" se le hizo un nudo en la garganta.
Hoy hay uno menos en las noticias policiales, uno menos en la calle, uno menos sin oportunidades. Es uno, sí... Seguro que no alcanza, pero de a uno también se puede avanzar si todos ponemos algo para que sea posible. Los esfuerzos colectivos son la suma de acciones individuales que se organizan para obtener mejores resultados. Pero acciones individuales como estas sirven de trampolín para que otros hagan lo propio y así construir esa sociedad virtuosa de la que supimos estar orgullosos.
Nuestros son los jóvenes, nuestra es la responsabilidad de contenerlos y guiarlos para que disfruten de la vida y no caigan en la oscura tentación de las sustancias como si fueran la solución a todos sus males.
Un viejo luchador social que está emprendiendo retirada - Pepe Mujica- en ocasión de inaugurar la Plaza de la Convivencia en Casavalle, apeló a los viejos para que comieran oreja a la gurisada en ese rincón, cumpliendo su rol de abuelo que pueden dar consejos hasta el último suspiro. Esa misión es válida y posible, solo hace falta actitud como la de esta mujer que hoy fue protagonista de esta historia.
Lo que todavía no saben -aunque muchos ya lo habrán descubierto- es que esta "Madraza" se llama Graciela Barrera...
el hombre fijó la vista en una foto,
el perro ladró una promesa al cielo...
Fernando Gil Díaz