Vale para todo. Esteban Valenti
26.11.2025
Efectivamente vale para todo, para la vida, la política, el amor, la amistad, los negocios, el deporte y el posible que me olvide de algo. Me refiero a las prioridades que cada uno de nosotros tenemos en cuanto a nuestros rechazos viscerales, los que nos salen desde el fondo de las tripas y del corazón.
Hagan un esfuerzo y e interróguense ustedes sobre cuales son las tres cosas que rechazan con más fuerza, las que más las indignan. Es una manera de definirse.
Yo las tengo bien claras y por orden, Primero: la traición; segundo: la cobardía; tercero la inmoralidad. En la vida de cada uno de nosotros, seguro que nos encontramos muchas veces con estos horrores del comportamiento humano. Cuando las sociedades de acostumbran, se amoldan a estas tres cosas, es el síntoma más claro de la decadencia.
Partamos de un análisis de los conceptos, las tres palabras se refieren a fallos en el carácter y la conducta humana, y suelen estar interconectadas en situaciones de conflicto ético o moral.
La traición es la ruptura de la confianza o la lealtad hacia alguien (una persona, un grupo o un ideal). Es un acto de deslealtad deliberado que causa un daño profundo. La cobardía es la falta de valor o entereza para enfrentar situaciones peligrosas, difíciles o desafiantes, especialmente aquellas que requieren defender un principio o a otra persona. A menudo, la traición es un acto de cobardía, traicionas para protegerte a ti mismo. Y la inmoralidad es una conducta que viola las normas éticas o los principios de lo que se considera correcto o bueno dentro de una sociedad. Es el fallo de la conciencia o el desprecio por las reglas de convivencia y justicia y para mi es particularmente grave en los que administran los dineros públicos, pero también en los corruptores privados.
Los historiadores, al estudiar el colapso de civilizaciones como el Imperio Romano, los Mayas o Micenas, señalan factores complejos como la sobrepoblación, el cambio climático y la presión externa. Sin embargo, los vicios antes mencionados son el síntoma y, a menudo, la causa moral de que las élites fracasen y arrastren a toda la sociedad.
La traición de los principios republicanos fue una causa central de las guerras civiles romanas que condujeron al Imperio. Los líderes militares, como Sila, Pompeyo y César antepusieron su ambición personal y la lealtad de sus legiones al bienestar de la República, un acto de traición a la ley y a las instituciones. Esto centralizó el poder y debilitó el sistema de frenos y contrapesos.
La cobardía no solo se manifiesta en la batalla o en el conflicto, sino en el miedo a tomar decisiones difíciles o impopulares necesarias para la supervivencia y el crecimiento a largo plazo de la sociedad.
Se puede ser cobarde al evitar reformas financieras o sociales dolorosas, como la redistribución de la riqueza, para mantener el poder a corto plazo o evitar la confrontación con las élites poderosas.
La cobardía en la ciudadanía misma, la apatía, el individualismo extremo hace que la sociedad se rinda ante las crisis en lugar de unirse y luchar por la supervivencia y una salida colectiva.
Un aspecto muy actual en nuestro país, con múltiples manifestaciones, es la inmoralidad, el telón de fondo que hace posible la traición y la cobardía. Es la disolución de los valores compartidos que mantienen unida y con una identidad nacional a una comunidad. Venimos de cinco años terribles.
La inmoralidad permite a las élites imponer reglas de austeridad o disciplina a los pobres mientras ellos viven con un exceso de lujos y privilegios. Esta hipocresía, un acto de inmoralidad, crea una desigualdad insostenible y un resentimiento profundo.
En la última etapa del Imperio Romano Occidental, la vida de las élites se volvió notoriamente inmoral y extravagante, separada de la realidad del colapso fronterizo y la miseria rural. Esta falta de empatía y responsabilidad moral hizo que las provincias y los ciudadanos ya no vieran al gobierno cómo digno de su lealtad, facilitando la fragmentación y la caída final.
La traición, cobardía e inmoralidad son los factores humanos que determinan que el estado no tendrá la voluntad, la cohesión o los recursos morales para adaptarse o sobrevivir a las crisis y a progresar y desarrollarse. La decadencia social es, en gran medida, la historia de las fallas éticas de sus líderes.
Tanto la tradición griega clásica como el pensamiento islámico medieval observaron que la salud de una sociedad está intrínsecamente ligada a la virtud de sus ciudadanos y líderes. La decadencia comienza cuando la búsqueda del bien común es reemplazada por el interés egoísta. Y los ejemplos a los que asistimos actualmente, del enriquecimiento de sectores políticos y empresariales, nacionales y extranjeros, no solo nos roba el dinero a los ciudadanos, sino que nos socava la moralidad nacional.
En su obra La República, Platón describe un ciclo de degeneración en las formas de gobierno donde cada una es moralmente inferior a la anterior. La decadencia no es solo política, es una decadencia psicológica y moral del alma de los gobernantes y de la sociedad. El gobierno del honor decae cuando el honor es reemplazado por la avaricia y el deseo de riqueza.
La oligarquía, aunque ahora estemos supuestamente modernizados en el lenguaje, sobre todo la izquierda, nace de la traición. Se basa en una minoría rica que gobierna. Aquí, la inmoralidad se institucionaliza: la ley solo busca proteger la riqueza de la élite, creando una división entre "ricos y pobres" que la hace inherentemente inestable.
La democracia surge del descontento contra la oligarquía. La cobardía se manifiesta como la incapacidad de los ciudadanos de imponer orden y disciplina, llevando a la anarquía donde todo vicio es tolerado.
El erudito tunecino Ibn Jaldún, considerado uno de los fundadores de la sociología, propuso una teoría cíclica de las dinastías basada en el concepto de Asabiyyah, o cohesión social/solidaridad grupal.
Un gobierno con un fuerte sentido de lealtad y valor - lo opuesto a traición y cobardía, frugal, virtuoso y dispuesto a sacrificarse.
Ambos filósofos, Sócrates e Ibn, a siglos de distancia y en contextos culturales muy diferentes, llegan a la misma conclusión: la traición la corrupción, la cobardía y la inmoralidad son los mecanismos internos que desgastan la virtud fundacional de un Estado, haciendo inevitable su decadencia, que no es un evento repentino, es el resultado de un largo suicidio moral.
Una de las principales virtudes que se atribuye al pensamiento de Maquiavelo, es el realismo político Por ello, señaló: "Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma." Como se puede ver, Maquiavelo prefiere el ser antes que el deber ser, la realidad antes que la imaginación, la objetividad antes que la subjetividad, la verdad antes que la mentira.
Maquiavelo prefiere, pues, describir las cosas que observa, sin importarle lo duro o crudo que pueda ser lo descrito. Él prefiere ir directamente a la verdad de las cosas antes que a las ideas o imaginación que se pueda tener sobre esas cosas. Al respecto manifiesta:
Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad.
Aquí el padre de la ciencia política demuestra una de sus máximas fundamentales: el ser realista, esto es, que Maquiavelo considera que en la política debe usarse lo que funciona en la realidad, dejando de lado aquello que puede parecer bueno, pero que en realidad es ineficaz y puede llevar al fracaso.
Disculpen, estoy tan agotado de escribir sobre la crónica política que necesito recurrir a la historia y a la filosofía, aunque ahora sea casi un pecado y además me atreva a citar a Maquiavelo.
Esteban Valenti.
Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.suplementobitacora.net) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias).