Violencia en el fútbol, difícil para Sagitario. Fernando Gil Díaz

12.08.2025

El fútbol uruguayo se ha convertido en un espejo que refleja lo peor de nuestra sociedad, una especie de laboratorio donde se concentra el delito y la violencia sin que se haya podido encontrar aún, una solución realmente efectiva.

Cuando todo pareció indicar que la llegada de las cámaras de reconocimiento facial, las entradas nominativas y las listas negras habían logrado un cambio, los hechos tras el último clásico de la final del Torneo Intermedio han demostrado todo lo contrario. A partir de allí la escalada ha ido en aumento y se esperan consecuencias aún peores a estar por las amenazas que inundan las redes sociales. Lo dicho, la violencia en el fútbol está difícil para Sagitario... 


Pasan las diferentes administraciones, se toman decisiones para intentar controlar o revertir situaciones; se invierten muchos recursos (económicos y humanos) con el mismo fin, pero terminan siendo insuficientes e ineficientes. Así como crece la violencia también crece el nivel de las medidas de seguridad que terminan sacrificando libertades pero los resultados positivos no aparecen. Bajo la pantalla de una bandera o una camiseta se esconden verdaderos delincuentes que hacen uso y abuso de la violencia para imponer su fanatismo criminal sin medir consecuencias. Hacen parte de un espiral de violencia al que no le ponen límite alguno y así como alimentan ese fanatismo no reparan en cobrarse la vida del rival, arriesgar la de terceros ajenos o hasta la suya propia.

Separados son más fuertes

La separación de hinchadas fue un antes y un después que lejos de mejorar empeoró la situación y amplió -aún más- la brecha entre rivales. Ahora resulta imposible asistir entre amigos a ver un encuentro deportivo si estos resultan ser hinchas de equipos contrarios. Muy atrás en el tiempo quedó la tribuna Amsterdam del Estadio Centenario compartida por las dos hinchadas tradicionales de Peñarol y Nacional (la primera sobre el rincón de la América y la segunda sobre el de la Olímpica). En el medio nos ubicábamos los que solo queríamos ir a ver el clásico uruguayo donde destacaban las figuras de Fernando Morena y Rodolfo Rodríguez por citar los más emblemáticos que recuerdo de mi niñez.

Más acá en el tiempo, ya adolescente, la tribuna Olímpica era el rincón elegido para disfrutar un clásico todos juntos con la barra de amigos (algunos hinchas de Peñarol y otros de Nacional), y bancarnos las bromas del que ganaba sobre el que perdía. También recuerdo que había trifulcas, no lo voy a negar, pero eran entre unos pocos que siempre terminaban en la comisaría y perdiéndose de ver el partido al que habían ido a ver.

Esos tiempos se fueron con las medidas adoptadas, a partir de los hechos de violencia que fueron tensando la cuerda hasta llegar al extremo de separar las hinchadas. Con esas medidas también nacieron verdaderos ejércitos de ¿hinchas? que son muy valientes con una cancha de por medio. Así, con esas distancias se pavonean durante los encuentros sin reparar que se trata de un partido de fútbol, de un juego, y que la vida es mucho más que 90 minutos y que una bandera o una camiseta.

La distancia y los pulmones pasaron a ser una cuestión de seguridad, una medida que encontró la autoridad del fútbol junto con la Policía para evitar males mayores. Esa misma policía que dejó de estar dentro de las tribunas, que era objeto de controversia y, muchas veces, detonante de conflictos mal resueltos.

Lejos de encontrarse una solución el tema ha ido empeorando; ni por asomo logramos un resultado aproximado tan siquiera al que sí logró el fútbol europeo (con los ingleses a la vanguardia), alejando a los peligrosos "hooligans" de los estadios. Claro que los trasladó a la periferia donde siguen dando rienda suelta a su violencia, pero el espectáculo ganó en seguridad y el valor del producto fútbol creció haciendo rentable al negocio.

En el Uruguay la situación no mejora, salvando las distancias la inversión realizada en recursos humanos y tecnologías aplicadas puede decirse que guarda proporción con nuestra economía, pero no logra devolverle al producto la seguridad que se pretende. Las tribunas siguen estando vacías y cada vez se aleja más la posibilidad de ver un encuentro con hinchadas de ambos equipos. Ya pasa en Argentina donde no se juega con hinchada visitante y acá vamos en esa misma dirección.

La pelota es lo de menos

No se trata ya del resultado deportivo en sí mismo, son otros los intereses que mueven a un barra brava y esos intereses se conjugan con el delito. La droga asume un rol principal que moviliza a los grupos a hacerse de ese mercado en que se han convertido las tribunas. Pero al negocio hay que condimentarlo con otras acciones como los trofeos que puedan arrebatarse al rival, los que luego se exhiben con total impunidad, sorteando cualquier filtro de seguridad que se realice.

Esa costumbre que ha ido ganando terreno -y cobrando vidas- se repite lastimosamente desde hace años. Asesinados por portar una camiseta o llevar una bandera, suman muchas decenas ya y esta violencia se traslada a los barrios donde se reinstala la rivalidad o se persiguen hinchas en busca de un botín.

La violencia desatada imprime un sesgo de brutalidad que no presagia nada bueno. Ya no se trata de ganar un partido, lo que se pone en juego ahora no tiene repuesto ni revancha, no es una copa ni un campeonato... es la vida. Esa vida de quienes no corren atrás de una pelota ni son protagonistas de ningún espectáculo deportivo, pero que se vuelven actores de una película de violencia y descontrol que no lleva a ninguna parte. Un callejón sin salida al que se han dirigido quienes intentan resolver sus diferencias de la peor manera. Al punto de llevarse la ilusión de quien nada tiene que ver con sus disputas, daño colateral que no les impide seguir adelante con su declarada guerra. 

Un clásico entre Nacional y Peñarol se ha convertido en la excusa maldita para que jóvenes uruguayos se conviertan en asesinos de los Da Cunha, Fiorito, Tosquella, y tantos otros. Ya sea tras un partido o en ocasión de celebrar un aniversario del club, la historia se repite como un bucle temporal imposible de evitar.

Duele ver cómo, el clásico del fútbol uruguayo, se ha convertido en una excusa para la violencia descontrolada. Esa que destruye no solo la vida de las víctimas que se cobra sino -también- la de los victimarios, porque las consecuencias se disparan en todos los sentidos.

No sé cómo terminará esta historia, hasta ahora los buenos resultados que se habían obtenido (por ejemplo, con las cámaras de reconocimiento facial y las listas negras), han sido opacados por las muertes provocadas en ocasión o a raíz de un encuentro deportivo. 

A esta altura creo que todo lo implementado hasta ahora ha fracasado y llego a pensar que habría que tener la audacia de volver el tiempo atrás y deshacer lo hecho. Volver a las tribunas compartidas y con la policía adentro de los estadios, como era antes. Que la Olímpica sea -otra vez- la tribuna de la familia y de las barras de amigos hinchas de equipos rivales. Una forma que, quizás, contribuya a debilitar esos enormes ejércitos de hinchas en que se han convertido las cabeceras del monumento al fútbol mundial.

Claro que con el nivel de violencia alcanzado nadie en su sano juicio querrá arriesgarse a ser parte de ese campo de prueba que intente volver el tiempo atrás. Pero se podría empezar de a poco, impulsando mucho más a programas como Pelota al Medio a la Esperanza, que puja por forjar un cambio cultural que se imponga como instrumento contra la violencia. Un programa que viene recogiendo muy buenos resultados pero al que hay que promover mucho más e instalar a lo largo y ancho del país, y en todos los ámbitos del deporte y de la vida en sociedad, porque todos esos ámbitos están hoy contaminados de violencia.

De lo contrario vamos rumbo a que un partido del fútbol uruguayo se convierta en un espectáculo virtual para ver por pantallas en un estadio adornado por tribunas también virtuales creadas por inteligencia artificial. Un escenario al que no le faltará en sus tribunas: incidentes, banderas cruzadas o gallinas infladas. Para hacerlo más real ¿vió?

el hombre ya no iba al estadio,
el perro ya no ladraba ningún gol...

Fernando Gil Díaz
2025-08-12T09:39:00

Fernando Gil Díaz