Yo, Netanyahu. Rafael Sanseviero
06.09.2025
El genocidio palestino es el umbral del siglo XXI. A los dos lados de la entrada, iguales posibilidades: ceder o luchar contra la forma de humanidad que se representa en Benjamin Netanyahu. No hay mérito ni chances para la paciencia del ser simple, que simplemente espera a que la justicia finalmente sea.
Habitamos la triple imposibilidad que describe Diego Sztulwark: no podemos entender cómo pasa lo que pasa, no podemos trazar un camino seguro para resolverlo, no podemos dejar de intentarlo. Sí sabemos que los trucos del criollo distante cultural e insignificante geopolítico no sirven para cortar este nudo. Hay que romper con la ajenidad aldeana, reconocer nuestra parte de noche en este desgarro, asumir la incongruencia y ensayar una reacción equivalente. Es tiempo de intensidad, y empiezo escribiendo en contra.
Contra la incapacidad de usar palabras consonantes con los hechos. Contra lo insuficiente de decir Palestina libre cuando urge que Palestina no termine de morir. Contra lo vacuo de reclamar una declaración de genocidio mientras el holocausto palestino se consuma implacable. Contra confiar que la contabilidad amplificada de muerte horrorosa tocará algún resorte mágico de la conciencia mundial. Contra la paciencia parroquial hacia nuestros gobernantes de palabra medida y gesto vago durante 23 meses de exterminio programado, confesado y ejecutado.
Claro que debemos sostener la mano de Palestina libre en las calles y en todo lugar posible. Claro que hay que parar ya el genocidio. Claro que se debe aplicar el resucitador a un sistema de derecho internacional infartado, hasta que reviva o reviente. Claro que hay que exigir hablar claro y fuerte a todas las investiduras (hasta las insignificantes). Claro que debemos inventar más formas de interponernos, abrazar, alimentar y arrancar a quienes todavía viven en Gaza de las manos criminales. Claro que hay que apoyar la flotilla Sumud, las grandes y pequeñas movilizaciones, las colectas y las pintadas. Pero ¿qué más hacer desde aquí, donde ese hacer nuestro es intransferible?
Empecemos rechazando la palabra explicativa para poder sentir el dolor de la incongruencia. Asumamos que todas las razones levantadas desde 1948 para limitar el poder de muerte de Israel sobre la gente palestina están sepultadas en Gaza. Nunca se pudo socavar la base política de ese poder exterminador. El 7 de octubre fue un acto político contrario al interés de la libertad palestina, que provocó un subidón de miedo furioso adentro y afuera de Israel. Consolidó al populismo supremacista que ya avanzaba dentro de Israel y colocó su discurso al comando de la comunidad política mundial (véase La vida emocional del populismo, de Eva Illouz). Dos años después, esa comunidad sigue instalada -acurrucada y cómplice- en el ruedo de emocionalidad política distorsionada que facilitó aquel 7 de octubre. Eso explica, en parte, los aplausos y las condescendencias mientras Israel aplica contra la población palestina 23 meses continuados de otros tantos 7 de octubre. Cada día, a toda hora y de espaldas a las reglas de paz o de guerra.
Dentro de ese cerco moral no hay posibilidades de entablar un diálogo razonable basado en principios y normas de derecho internacional. Ni siquiera se puede alimentar la ilusión canalla de que el holocausto palestino está amortizando alguna indescifrable paz por venir. Para cambiar el consenso genocida en Israel, habría que derrotar a la mayoría político social, desmontar una burocracia adicta a la sangre palestina y a una milicia armada de medio millón de colonos que convierte cada lugar donde apoya su pie en la nueva frontera de su tierra prometida. Son las mismas fuerzas que asesinaron a Isaac Rabin por muchísimo menos que detener esta solución final encabezada por Netanyahu, como ha dicho Gerardo Leibner. Pero, aun suponiendo que un pase mágico desmontara este escenario, ¿qué aire se respiraría en la paz posterior a Gaza? ¿Quién tendería la mano en nombre de los recién barridos de la tierra? ¿Quién perdonaría en su nombre?, ¿y en representación de cuál sentido de humanidad? ¿Qué querría decir paz después de consumada una operación política y militar de exterminio total de un pueblo? Eso que llamarían paz después de Gaza es algo inimaginable y que intuitivamente repugna.
Sospecho que desde esa intuición Rita Segato se declaró exhumana, levantando esa negación como última e irreductible palabra de resistencia: Yo no soy tú.
Gaza instaló el desafío de romper o quedar sumidos en el sistema Netanyahu. ¿Cómo pensar afuera de la trampa que reduce todo a ser aceptadores de los crímenes de Israel u odiadores antijudíos? ¿Cómo construir un principio de poder político eficiente para enfrentar al genocida y sus cómplices? ¿Desde dónde y entre quiénes?
Nuestro punto de encuentro solo puede ser la piel erizada de espanto y rabia de las personas que no admitimos Gaza como parte de nuestro sentido de humanidad. Desde allí es que no aceptaremos nunca debatir las razones de Netanyahu ni de sus cómplices. Desde allí asumimos también la necesidad de desplegar un lenguaje diferente al erudito o el diplomático. De entregar la primera palabra a la loca desesperación, para conectar con el dolor que provoca un mundo feroz y cruel (como enseña incansable Bifo Berardi; gracias, Bifo). Necesitamos renegar de toda corrección, para que el dolor dicho entre lágrimas permita insultar lo que humilla y maldecir lo aborrecible (como se animaron Fernanda Kosak en Montevideo y Thomas Gould en Dublín; gracias, Fernanda y Thomas). Nuestro encuentro no ocurrirá en las regiones intactas, sino donde salpica y quema ese dolor, esa rabia y ese espanto llamado Gaza.
Pero hay más. La solidaridad con el dolor de Palestina conduce a la necesidad imperiosa de derrotar el proyecto político que Gaza revela sin pudor.
Dejemos de pensar Gaza como resultado de una historia indescifrable, para tomar conciencia de que allí se está refundando lo humano planetario. La primera señal que emite Gaza es la de un poder de pretensión ilimitada que exhibe abiertamente su capacidad de dañar arrasando los consensos morales y legales anteriores. La segunda información relevante es que la complacencia con el genocidio evidencia la predisposición fascista de las élites contemporáneas: disolución de marcos democráticos e incremento de violencias operativas y estratégicas. Más aún, Netanyahu y sus cómplices ensayan la versión ultra de un modelo de habitabilidad planetaria: capitalismo ingrávido, gore, tecnofeudalismo. El planeta entero como zona de sacrificio, descarte poblacional y tierra arrasada para asegurar el flujo ilimitado hacia lo financiero fantasmal. En Gaza mediante Netanyahu como en Argentina a través de Javier Milei, los dueños de todo encaminan programas de eugenesia social y planetaria.1
Netanyahu y el Israel nazi no son un malentendido que la historia se encargará de corregir. Seremos nosotras, las dueñas de nada, quienes deberemos acumular voluntad e inteligencia suficientes para la derrota política de Israel con todos sus significados actuales.
Primero salvar Gaza, interponiendo una acción proporcional al daño facilitado desde que se legitimó el derecho territorial de Israel a expensas de la población palestina. Aquel acto, realizado para compensar las persecuciones y las masacres contra los judíos en Europa, se transformó desde 1948 en la base ideológica y material para la persecución y el exterminio del pueblo palestino.22 Nuestra reacción demoró tanto que ahora la remota posibilidad de habitabilidad democrática en el planeta está colgada de detener el genocidio, vencer a Netanyahu y someter a los perpetradores a responsabilidad ante el mundo. Después, si tenemos suerte, tal vez imaginemos cómo reparar a las víctimas y a nuestra condición humana.
Notas
- Yayo Herrero, Ausencias y extravíos, Escritos Contextatarios y Libros en Acción, 2021; Sayak Valencia, Capitalismo gore, Melusina, 2010; Yanis Varufakis, Tecnofeudalismo, Deusto, 2023; Alejandro Bercovich, El país que quieren los dueños, Planeta, 2025.
- 2. Luis Sabini, ONU 1947. Uruguay y el origen del Estado de Israel, I Libri, 2022.
Publicado en el semanario Brecha, el 5 setiembre, 2025
Rafael Sanseviero
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias