A pesar de Estados Unidos

16.05.2025

MONTEVIDEO (Other News*) - La profundización de la relación sino-latinoamericana, lejos de ser una amenaza, es un alineamiento estratégico de valores.

La presencia de China en América se ha intensificado desde principios del siglo, primero como socio comercial, luego como inversor estratégico y ahora como interlocutor político privilegiado. En apenas dos décadas, el comercio bilateral se multiplicó por 35, mientras que los préstamos y financiamientos chinos para infraestructura superaron en varios momentos los aportes del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Ferrocarriles, puertos, represas y autopistas se construyeron con respaldo del gigante asiático. No hubo ni agendas encubiertas ni las condicionantes que suelen acompañar al financiamiento occidental, léase del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Más allá de las cifras, habría que fijarse en el cómo. Mientras las potencias tradicionales continúan promoviendo recetas unilaterales -a menudo basadas en austeridad, privatización y cesión de soberanía-, Beijing plantea un marco de cooperación distinto: no injerencia, respeto mutuo, complementariedad y desarrollo compartido. Un paradigma que ha sido descrito por la propia diplomacia china como una propuesta "ganar-ganar", y que cada vez encuentra mayor eco en esta parte del mundo.

La reunión ministerial del Foro China-Celac, celebrada estos días en Beijing, confirma esta tendencia. En su discurso de apertura, el presidente Xi Jinping delineó una agenda ambiciosa estructurada en cinco programas clave: solidaridad, desarrollo, civilización, paz y conectividad entre pueblos. No se trata de una declaración retórica, sino de un paquete concreto de acciones que comprometen 10.000 millones de dólares a nuevos créditos en la región, más de 15.000 oportunidades de formación, becas y visitas oficiales; mayor apertura al comercio de productos latinoamericanos e incluso la eliminación de visados para ciudadanos de cinco países de la región. Además, se propuso una cooperación más profunda en innovación tecnológica, seguridad, transición energética y articulación en espacios multilaterales. 

La presencia de líderes de América Latina como Gustavo Petro, Luiz Inácio Lula da Silva, Gabriel Boric, Yamandú Orsi dio cuenta del perfil político que ha alcanzado este foro, nacido hace apenas una década. No se trata de una afinidad ideológica entre gobiernos progresistas, sino de una decisión estratégica de diversificar vínculos sin renunciar a la soberanía.

En ese sentido, la decisión de Colombia de sumarse formalmente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta marcó un hito. Al asumir la presidencia pro tempore de la Celac, Petro dejó un mensaje contundente: América Latina es libre para construir sus propias alianzas, sin tutelajes ni permisos. Y en esta cita lo reafirmó: "Colombia y América Latina somos libres, soberanos e independientes. Las relaciones que establecemos con cualquier pueblo del mundo deben ser en condiciones de libertad e igualdad", afirmó. Y en ese ejercicio de autodeterminación, China aparece como un socio dispuesto a caminar junto a la región.

Justamente la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, fue el tema sobresaliente de este encuentro. El proyecto insignia chino abarca un ambicioso programa global de conectividad e infraestructura. Concebido por el gobierno de Xi Jinping en 2013 como una plataforma para redefinir el comercio mundial bajo principios de cooperación e interdependencia, La iniciativa Franja y Ruta contempla un rol estratégico para América Latina. Aunque el vínculo comenzó con países asiáticos, africanos y europeos, el ingreso progresivo de naciones latinoamericanas -como Chile, Perú, Ecuador, Venezuela, Argentina, Cuba y ahora Colombia- revela que la región no sólo ha sido contemplada, sino presupuestada como nodo clave en esta arquitectura multipolar. 

América Latina y el Caribe han transitado durante décadas por un camino cuesta arriba para afirmar su soberanía frente a un orden internacional moldeado a sangre y fuego por los poderes del Atlántico Norte. Pero los tiempos cambian. Aunque Washington se resista a aceptarlo, el reacomodo geopolítico está en marcha. En ese nuevo mapa de poder, China dejó de ser una potencia emergente para consolidarse como un actor estructurante, capaz de disputarlo todo: mercados, sentidos comunes, modelos de desarrollo y formas de relacionamiento global.

Este viraje -lento, pero sostenido- representa una oportunidad de oro para el Sur Global, y especialmente para América Latina y el Caribe. No se trata de reemplazar una hegemonía por otra, sino de construir multipolaridad y con ella una red de vínculos más equilibrada, plural y respetuosa. En este escenario, la profundización de la relación sino-latinoamericana, lejos de ser una amenaza, es un alineamiento estratégico de valores. 

No hay ingenuidad. Los desafíos son muchos y no están libres de tensiones. América Latina aún tiene la tarea de sacudirse los malos hábitos y no reproducir el viejo patrón centro-periferia -exportación de materias primas a cambio de bienes manufacturados-, porque así el riesgo de dependencia no desaparece: simplemente cambia de eje. El objetivo, entonces, debe ser avanzar hacia un vínculo más simétrico, basado en transferencia tecnológica, fortalecimiento de capacidades locales, generación de valor agregado y respeto por las prioridades nacionales.

Para ello, la región debe asumir un rol más activo. No alcanza con recibir inversiones: hay que planificar, regular, integrar. Es indispensable construir estrategias conjuntas que permitan aprovechar mejor las complementariedades, desarrollar cadenas de valor propias, promover la industrialización y asumir una voz común en los foros globales. En otras palabras: pensar la inserción internacional desde una lógica de desarrollo soberano.

La Celac, en tanto espacio de concertación política, tiene un rol crucial en este proceso. El hecho de que China priorice su relación con este bloque -y no con instancias bilaterales o subregionales fragmentadas- refuerza su legitimidad como interlocutor colectivo. En tiempos de fragmentación internacional, esta apuesta por la unidad regional es, en sí misma, un gesto político.

En paralelo, el programa de "civilización" propuesto por China abre una puerta que va más allá de la economía: plantea un horizonte cultural alternativo, basado en el diálogo intercivilizacional, la defensa de la diversidad y la construcción de un orden mundial sin jerarquías impuestas. En un contexto de creciente polarización ideológica, esta narrativa ofrece un contrapeso frente a la pretensión de universalizar un único modelo de desarrollo.

Más que una amenaza, como sugiere la retórica de ciertos sectores del establishment occidental, la relación entre China y América Latina es una señal de madurez regional. Un síntoma de que, a pesar de las presiones y los chantajes, la región han empezado a trazar su propio camino. En el tablero del siglo XXI, el Sur Global no es una periferia silenciada, sino un actor que empieza a hablar con voz propia.

Porque a pesar de Estados Unidos -y sin negar la importancia de mantener relaciones equilibradas con todas las potencias-, América Latina tiene derecho a elegir sus alianzas. A diseñar su desarrollo. A pensar su futuro con soberanía. Lo que está en juego ya no es solo el intercambio económico, sino una visión compartida de orden global, con el Sur Global como actor activo y no como territorio subordinado.

 

*Editorial / Análisis – Diario Red

Internacionales
2025-05-16T13:21:00

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