Crisis hegemónica de EE.UU., ocaso de Europa y emergencia de los BRICS
19.07.2025
OTHER NEWS (Por Jorge Wozniak* – Tektónikos)-Pistas para entender y analizar la transición del sistema global. Luego de la disolución de la Unión Soviética, en 1992 Francis Fukuyama publicó un libro donde afirmaba que se había llegado al fin de la historia, porque si la historia era la lucha de ideologías, la desaparición del bloque soviético significaba un mundo donde sólo se impondría la “democracia liberal” y el “libre mercado”.
Era la utopía del pensamiento único, de un mundo donde regiría ad eternum la hegemonía occidental, sin cuestionamientos posibles, sin horizontes alternativos. El "mercado" imperando, garantizado por una democracia liberal que fuera la legitimación del orden económico impuesto luego del fin de la Guerra Fría.
Al año siguiente, en 1993 Samuel Huntington, escribió un artículo (luego devenido en un libro) donde planteaba que en realidad el futuro no estaría caracterizado por la hegemonía occidental, sino que habría una serie de conflictos, de base cultural y religiosa, que caracterizó como un "choque de civilizaciones". En parte tuvo razón, pero no podía vislumbrar en los años 90s que más allá de diferencias de valores sería la propia economía de Estados con otra tradición cultural los que permitirían cuestionar la hegemonía occidental en múltiples ámbitos.
En las dos décadas posteriores a la caída del bloque soviético parecía que la tesis de Fukuyama era la interpretación más acertada de los nuevos tiempos: regímenes dictatoriales o de partido único cayeron o fueron sustituidos por regímenes pluripartidistas. La globalización y el neoliberalismo se impusieron en gran parte del globo.
Sin embargo, lo que vimos desde comienzos del nuevo milenio, primero de forma incipiente y luego cada vez más acelerada, es la reconfiguración de las relaciones internacionales, producto de nuevas realidades económicas. China se transformó en la fábrica del mundo y hoy es la segunda economía del planeta (o la primera, según qué parámetros se tomen). En Rusia, el neoliberalismo de los años 90s cedió paso a un Estado que interviene, a tal punto que hoy tal vez el 70% del PBI es controlado por el sector público. En Latinoamérica, una serie de gobiernos de izquierda comenzaron a replantear en la primera década y medio del siglo XXI un nuevo rol del Estado: en Argentina, Brasil, Ecuador y otros países. Y estos son solo algunos ejemplos de cambios que se fueron gestando de manera muy silenciosa en el panorama internacional. Al mismo tiempo, esta nueva realidad en gestación se plasmó en la conformación de los BRICS en 2010, como contraparte del G7, el foro de las naciones desarrolladas vinculadas a la hegemonía capitalista-liberal.
Un supuesto cosmopolitismo de valores compartidos, que en realidad era la imposición de la ideología de los Estados capitalistas desarrollados, está siendo reemplazado por un relativismo cultural propio del ascenso de nuevos Estados en el plano internacional que buscan defender intereses locales frente a las políticas impuestas por las empresas y los gobiernos de los países occidentales.
La realidad se impone a la ideología
El enfrentamiento en Ucrania ha dejado al descubierto (¿o aceleró?) un cambio en el orden mundial, dentro del cual Occidente, pero especialmente la Unión Europea, demostraron entrar en un declive lento pero constante.
En esa situación queda cada vez más claro que la OTAN y los Estados de Europa que la integran son protectorados militares de los EE.UU. Las declaraciones de Mark Rutte durante la conferencia de la OTAN refiriéndose al presidente Donald Trump como daddy (para algunos. dicha en forma de chanza, para otros algo condenable por su obsecuencia) no fue un error de expresión: fue el reconocimiento prístino de quién tiene el poder real de decisión dentro de la organización militar. Las concesiones hechas al presidente estadunidense durante la conferencia fueron una confirmación del rol subordinado del resto de los miembros: su corta duración mostraría la falta de importancia actual para los EE.UU. o, por el contrario, que las decisiones más importantes no se toman en esas cumbres formales. Además, en reiteradas ocasiones Trump declaró (aunque muchos lo veían como una forma de presión para el logro de otras concesiones) que los EE.UU. se reservaban el derecho de cumplir el artículo 5° de la alianza, que establece la respuesta conjunta de todos los miembros si alguno de ellos es atacado. Por otra parte, la exigencia de Trump de que los Estados europeos deben gastar 5% de su PBI en defensa no es un dato menor: implica que los países europeos deben costear no solo los costos de las fuerzas militares de EE.UU. en ese continente, sino que gran parte del incremento del presupuesto se debe destinar a la compra de armamento estadounidense. Y esto por sí mismo muestra la subordinación europea: las armas de cierto nivel tecnológico autorizadas por Washington son de código cerrado o pueden ser desactivadas en caso de que desde ese país se decida que se usan de forma inapropiada o contraproducente para los intereses de EE.UU. De allí que recientemente (y de forma sorprendente) el gobierno de Portugal decidiera no comprar los cazas F 35 de quinta generación porque estarían sujetos a un control por encima de las decisiones del propio gobierno de Lisboa.
La subordinación de Europa al gobierno de EE.UU. es mucho mayor ahora que hace unos años: la mayoría del armamento de producción europea (tanques, cañones, misiles) fue enviado y destruido en el frente ucraniano y ahora no hay reservas suficientes para enfrentar cualquier conflicto militar serio.
Las sanciones europeas aplicadas a Rusia fueron un bumerang que se volvió sobre su propia economía: la pérdida de la energía rusa barata afectó la capacidad industrial y numerosas empresas debieron disminuir su producción o directamente cerrar sus puertas. La recesión alemana y la de otras economías europeas es la contracara de las sanciones que buscaban quebrar a Rusia.
Al mismo tiempo, el congelamiento de los casi 300.000 millones de dólares de los activos del Banco Central ruso depositados en bancos occidentales fue pensada como otra forma de debilitar al Kremlin. Pero esta medida también se está volviendo sobre la economía europea: ahora queda claro para cualquier gobierno que pueda tener un conflicto con Occidente que las plazas financieras europeas no son un lugar seguro para sus depósitos, lo cual terminará afectando la credibilidad y capacidad crediticia de todos los países de la UE.
EE.UU. en la encrucijada
Pero si la situación en Europa es de un obvio declive en su poderío económico, la situación en los EE.UU. (la cabeza de la hegemonía occidental) también revela problemas estructurales que se van agravando de año en año.
El mundo capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial se institucionalizó para servir a los intereses del gobierno y de las empresas de los EE.UU.: el FMI consagró al dólar como la moneda de reserva internacional por excelencia y el GATT reguló el comercio internacional según las reglas convenientes a las grandes empresas. La reconstrucción europea, la creciente industrialización del resto del mundo, la caída de la productividad en los EE.UU. y los propios gastos del aparato militar fueron erosionando el valor real del dólar. Un primer intento de solucionar ese desajuste lo hizo Nixon cuando en 1971 decretó que el valor del dólar dejaría de estar respaldado en el oro, lo cual generó una inflación global.
El segundo intento internacional de rescatar a la divisa estadounidense ocurrió en 1985 en Nueva York en el llamado Acuerdo de Plaza, por el cual los gobiernos de Japón, Alemania Occidental, Reino Unido y Francia aceptaban que sólo el dólar se devaluara y no las otras monedas. De esa manera se buscaba que las exportaciones estadounidenses se volvieron más competitivas a nivel internacional, como una forma de sanear la economía de ese país que ya mostraba un creciente déficit comercial y fiscal.
Sin embargo, a partir de la globalización muchas empresas occidentales dejaron de producir mayoritariamente en sus países de origen y relocalizaron sus fábricas en otras regiones, especialmente en China. Y el crecimiento acelerado de este país y de otros en menor medida erosionó el valor del dólar y provocó un déficit comercial en la mayoría de las economías occidentales.
Este cambio en el panorama económico mundial es palpable cuando se observan las reservas internacionales en dólares: en la inmediata posguerra era casi la única moneda de reserva de los bancos centrales; para el 2000 constituía 70% y para 2024 era poco más de 59%. Situación aún dominante, pero en claro retroceso: otras divisas están comenzando a ocupar su lugar y esto es sumamente preocupante para los gobiernos de los EE.UU. en los últimos años.
Además, dos variables más comprometen el papel del dólar en el futuro cercano. Uno es el déficit comercial de los EE.UU.: sólo en abril de este año superó los 71.500 millones de dólares. No es una excepción: es un desajuste creciente entre importaciones y exportaciones que viene creciendo desde hace años.
La política arancelaria de Trump, que tantas preocupaciones levantaron en diferentes países del mundo no deben ser pensadas prioritariamente como la adopción de una política proteccionista (como la que plantea Trump para su electorado afectado por la globalización y la desindustrialización), sino prioritariamente como una medida pensada para aumentar los ingresos fiscales para poder afrontar el déficit y los vencimientos de la deuda que comprometen el propio papel del dólar en un futuro cercano.
Actualmente la deuda pública es de 36,2 billones de dólares, de los cuales 9,6 billones vencen este año (y casi dos terceras partes, en julio). Una deuda que se está volviendo insostenible. De allí la propuesta a los europeos de que financien a las tropas estadounidenses en ese continente y de que aumenten el consumo de armas americanas.
Sin embargo, esto no es suficiente. Por ello a principios de 2025 se propuso el Acuerdo de Mar-a-Lago (una versión trumpista de los Acuerdos de Plaza de 1985): los Estados desarrollados deben aceptar los aranceles impuestos por Washington sin represalias, que el dólar sea devaluado sin contrapartida de las otras divisas (este año ya cayó casi un 10%) y refinanciar los bonos del tesoro casi sin cobrar intereses. Aunque muchas de las medidas discutidas siguen siendo secretas, su implementación será visible en poco tiempo.
No obstante, una de las medidas ya entró en vigencia: el Congreso de los EE.UU. autorizó un mayor endeudamiento, que aumentará según los analistas entre 3 y 4,5 billones de dólares en los próximos años, y que posiblemente no solucionen la deuda de otros 7 billones que vencen el año próximo.
El mundo actual es muy diferente al de la época de los Acuerdos de Plaza: no hay un colapso de un bloque antagónico que permita la hegemonía occidental en las próximas décadas. Es un mundo donde las economías más dinámicas están asociadas a los BRICS, que comienzan a cuestionar las reglas del juego hasta ahora imperantes. La implementación del yuan digital o de una moneda de intercambio entre los miembros de los BRICS, la posible adopción del patrón oro por Rusia y otros Estados, el reemplazo del sistema de transferencias bancarias SWIFT (controlado por los EE.UU.) por otro como el creado por China o los BRICS son golpes demoledores que se le pueden aplicar a los instrumentos financieros y monetarios manejados con total discreción hasta ahora desde Washington. De allí las declaraciones de que los Estados que apliquen las medidas de desdolarización propuestas por los BRICS sufrirán mayores barreras arancelarias en EE.UU. por considerar sus medidas un peligro para su seguridad nacional. Son numerosos los frentes que tiene abierto EE.UU. La posible derrota de la OTAN en Ucrania, el fracaso de los objetivos de EE.UU. e Israel en el ataque a Irán, la tensión en Taiwán, el creciente poderío económico y tecnológico de China, las coincidencias en medidas dentro de los BRICS son muestras de que hay un mundo multipolar en creciente consolidación. Por lo tanto, el desplazamiento de EE.UU. de su papel internacional no es solo el reemplazo de una potencia por otra: es tal vez el fin de la hegemonía de Occidente de muchos ámbitos. Muchos más de los que Huntington tal vez vislumbró como posibilidades cuando el mundo era unipolar.
*Jorge Wozniak, investigador en el Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y docente de Historia en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Foto: Tektonicos
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